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LA COLUMNA | OPINIÓN
Columna
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Entusiasmos y obsesiones

Andan los socialistas algo inquietos porque, por más que prometen devolver a cada cual 400 euros, extender ayudas de 500 y 300 euros a 400.000 familias, alargar en dos semanas el permiso de paternidad, construir 1,5 millones de viviendas subvencionadas, crear 300.000 plazas de educación infantil, proporcionar clases de inglés gratis a la muchachada, ofrecer un millón y pico de empleos a mujeres, subir en 200 euros las pensiones, plantar árboles y distribuir agua, y otras bagatelas propias de la circunstancia electoral, no acaban de movilizar a todo su electorado, que, al parecer, sólo se pone las pilas inducido por la tensión y el dramatismo.

Pero ¿es seguro que sea precisamente tensión y dramatismo lo que falte?, ¿no será que sobra diseño pensado para menores de edad? Supongamos por un momento que uno de los caladeros donde nadan esos votos que no acaban de decidirse se sitúa en la clase media, urbana, profesional, con algún grado de instrucción e información, con uno o dos hijos, piso en propiedad, de costumbres morigeradas que incluyen cenas con amigos, cine, una visita de vez en cuando a librerías, museos y exposiciones, ubicada entre el 4 y el 5 en la escala izquierda-derecha, o sea, de izquierda moderada; supongamos que los individuos que forman esa clase esperaran que, al término de la legislatura, el Gobierno hubiera ofrecido una explicación, un resumen, una síntesis, lo que fuera, de las políticas emprendidas sobre asuntos relativos a la organización del Estado, los nuevos estatutos, el fin de ETA, la reforma constitucional, la relación Iglesia / Estado, el papel de España en Europa, las relaciones con Estados Unidos, las políticas hacia el pasado, los retos y desafíos que esperan en el futuro.

Supongamos todo esto: ¿qué tenemos en su lugar? Una campaña diseñada por expertos en fabricar frases y anunciar promesas destinadas a provocar aplausos cuando el líder las va dejando caer ante auditorios entregados. Nada resume mejor este nuevo estilo que una frase del presidente: "No importan los discursos, lo que importa son los aplausos". Y cierto, no habremos visto en la vida una campaña tan dirigida como ésta a la identificación de promesas con los iconos de quien las anuncia. Sí, ya en 1977, los socialistas que salían por vez primera a pedir el voto hicieron buen uso del rostro de Felipe González, pero trataron de presentarlo como más maduro de lo que entonces era: gesto de gravedad, mirada seria hacia un futuro luminoso en estética naíf. Ahora todo se ha vuelto, si no infantil, juvenil, como de colegio mayor y jolgorio de estudiantes que de pronto se encuentran con un inesperado superávit para la fiesta de fin de curso.

No se trata sólo de la cara, obligada referencia para el mensaje electoral; se trata también de la conversión de los rasgos personales en señas de identidad colectiva: la Z, el saludo circunflejo, la personalización de todas las medidas políticas adoptadas. Con todo, a pesar de iconos vinculados a promesas que levantan aplausos, los socialistas no las tienen todas consigo. Tal vez por eso, el primer cartel de campaña canta, con aires de bolero: "Si tú no vas, ellos vuelven", siendo ellos tres personajes de aspecto siniestro. O sea, que para sacar a los indecisos de sus dudas, los socialistas confían como siempre en el temor a la vuelta de los mismos personajes que hace cuatro años ocupaban posiciones clave de gobierno. No es el dóberman; son los perros del reservoir, una fijación canina de la propaganda socialista que infantiliza definitivamente a los destinatarios del mensaje: que viene el coco.

Suerte tienen de que, frente a ellos, la adusta faz del contrincante no pueda transmitir un tipo de mensaje realmente competitivo. Hay diez millones de votos tras ese rostro, ahora también sonriente aunque sin brillo sobre el azul; pero el pico que falta para ganar es inasequible a los cantos de sirena de una oposición que ha malgastado su tiempo en predecir con malas artes tremendas catástrofes. Quizá cuando pasen las elecciones y retornen a sus bancos, los populares se decidan por fin a cambiar de tercio: una derecha civilizada, laica, libre de fantasmas y liberada de afán revanchista, es tan necesaria como llover. Si tiene que pasar por una segunda derrota, bienvenida sea la derrota. A ver si el cotarro se equilibra y, entre todos, comienzan a tratar al público como lo soñaba Larra cuando lo echaba en falta, como gente capaz de tomar decisiones racionales, no necesariamente empujados por juveniles entusiasmos ni por seniles obsesiones. -

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