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Reportaje:LIBROS | Economía

Una ciencia contra la desigualdad

Alfredo Pastor reflexiona en La ciencia humilde. Economía para ciudadanos sobre los límites de esta disciplina para afrontar el viejo debate entre justicia y eficacia

Andreu Missé

"He enseñado economía durante diez años a personas que no son economistas, que no quieren ser grandes expertos, pero que quieren conocer cómo funciona esta ciencia para saber cómo les puede afectar". El propósito de explicar los fenómenos económicos con la máxima claridad posible es lo que ha empujado a Alfredo Pastor (Seu d'Urgell, 1944) a escribir La ciencia humilde. Economía para ciudadanos. Con una larga experiencia docente en las aulas de varias universidades, Pastor evita las demostraciones difíciles, prescinde de muchos detalles porque, "liberado de las complicaciones técnicas, el lector ve más fácilmente cuáles son los límites de la economía".

Junto a su esfuerzo por divulgar, el otro hilo conductor de su trabajo es "mostrar cómo la economía está al servicio del ciudadano". Quizá por esta razón, el profesor del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE) había pensado en otro título, El buen vasallo, dando a entender que "el vasallo es la economía y el señor el ciudadano". Su enfoque realza el papel del ciudadano para responder al viejo debate económico entre eficiencia por un lado y justicia o equidad por otro. Así, ante preguntas básicas como ¿cuánto desempleo podemos considerar tolerable? o ¿qué extensión debería tener la asistencia sanitaria gratuita?, Pastor estima que "el economista ha de advertir de los riesgos de la política de pleno empleo o cuánto cuesta la asistencia sanitaria, pero no puede ir más allá". En su opinión, estas "preguntas ha de contestarlas quizá no el político, ocupado como está en asuntos más urgentes, pero sí cada ciudadano".

"La desigualdad no sólo es injusta sino insostenible. No podemos fiarnos sólo del mercado. El mercado da eficacia pero no da igualdad"
"Es verdad que la miseria embrutece, pero la búsqueda de la riqueza insaciablemente también embrutece"

La sencillez y claridad de exposición no implica de ninguna manera una mirada ingenua sobre la realidad. Su enfoque sobre "la ciencia humilde" ha tenido en cuenta las diferentes perspectivas de su trayectoria vital. El autor empezó su andadura profesional como catedrático de Teoría Económica en la Universidad Autónoma de Barcelona, se doctoró de nuevo después en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), pasó luego por el Banco Mundial, la Secretaria de Estado de Economía, y ha enseñado en la escuela de negocios China-Europa en Shanghai.

Un recorrido en el que la propia ciencia ha convertido al profesor en un hombre cada vez más cauto, aunque para nada escéptico, que desconfía de los tópicos y advierte de los límites de la economía para resolver los últimos desafíos de la humanidad, como el aumento de la desigualdad. El autor explica que "la desigualdad, tanto entre países como entre personas, es uno de los grandes conflictos de nuestro tiempo que tendremos que resolver, porque la situación no sólo es injusta sino insostenible".

Censura la posición de "la sabiduría convencional que dice que la desigualdad se irá resolviendo sólo con los años". "Creo", precisa, "que no nos podemos confiar porque esto no sucederá. No podemos fiarnos sólo del mercado para resolver estas cuestiones. El mercado da eficacia pero no da igualdad". Y recuerda lo que ha ocurrido en los últimos 20 años en que "la desigualdad ha aumentado en Estados Unidos y en Europa". Las recetas conocidas no funcionan, y añade: "No confiamos en que estos desequilibrios se puedan reducir por el sistema de aumentar impuestos, no sabemos por qué, pero esto ya no funciona".

Además de su inquietud por la injusta distribución de la renta, Pastor pone el foco de su análisis en otros fenómenos como la globalización, el papel del Estado, la empresa pública y la naturaleza de las leyes del mercado. El autor no deja dudas sobre su visión de la economía de mercado. "Si a mediados del siglo XX", afirma, "uno podía defender la existencia de una alternativa a la economía de mercado, hoy esto ya no es posible: la economía de mercado ha ganado la batalla de la prosperidad. Sin embargo, vemos que esta prosperidad no ha alcanzado ni mucho menos a todo el mundo". En su opinión, este fracaso no puede ser atribuido a la ausencia de mercados, porque hay países muy pobres con muchos mercados: "Debe de haber algo más y hemos de saber de qué se trata".

Cree que la globalización es un fenómeno "irreversible" que trae consigo "más beneficios que perjuicios". En su opinión, "no es un proceso perverso, sino al contrario: va en la dirección deseada, porque permite que las economías más pobres empiecen a despegar". Pero sostiene que la globalización "debe ser guiada por los actores de más peso en la vida económica de los países: gobiernos, grandes empresas y organizaciones de trabajadores son quienes marcan los límites del terreno de juego en el que actúan libremente las fuerzas del mercado".

El autor mira más allá del simple funcionamiento de los mecanismos del mercado. "Las leyes del mercado dan la primacía absoluta a los intereses materiales de cada uno". "Nos dan el impulso económico. La mayoría de nosotros queremos ser ricos. Esto es legítimo, pero no es lo más importante". Su conclusión es que "los impulsos económicos son buenos criterios pero malos ejemplos".

Pero en esta misma lógica advierte también de que "si quieres ir contra la codicia de la gente vale la pena que estés bien preparado porque muchos opondrán mucha resistencia".

Las leyes del mercado se han de tener en cuenta pero "hay que ponerlas en su sitio, hay que ponerles límites, porque no nos dan la justicia". Pero él mismo apunta las dificultades de responder a este interrogante. "¿Quién pone estos límites? ¿En nombre de quién se ponen?". Y para su respuesta, Pastor vuelve a mirar a los ciudadanos: "Hay que convencer a los ciudadanos de que tienen más importancia de la que creen". "La economía", sostiene, "en muchas cosas tiene muy poco que decir, son los ciudadanos los que tienen que tomar las decisiones".

La ciencia humilde enseña a interpretar adecuadamente algún indicador de la jerga corriente como el producto interior bruto (PIB) que define como "una medida del conjunto de bienes y servicios producidos por un país en un año". Pero señala cuán diferentes son los resultados según la forma en que se hace el cálculo. Si los bienes y servicios se valoran a precios internacionales, "más próximos a los que rigen en los países ricos", la "valoración es más correcta", porque mide mejor el poder adquisitivo de cada país y realza la posición de las economías emergentes como China e India.

Pastor asegura también que "contamos mal las cosas porque contamos como renta cosas que son capital", aludiendo al derroche de los recursos materiales. "Si dices que creces al 3%, pero te has comido parte del capital, sería mejor decir que creces el 2,5%". Cree que "el agua puede ser un problema más grave que el petróleo o el carbón". Pero tampoco sacraliza el crecimiento. Y piensa que "quizá tengan razón los economistas franceses que hablan del decrecimiento". "No es un drama tener una economía estacionaria. El objetivo de la economía es satisfacer las necesidades materiales". "Lo que hay que conseguir es que la educación y la salud sean mejores".

Como en los economistas clásicos, también hay una perspectiva moral en su análisis. "Siempre se ha dicho que primero hay que satisfacer las necesidades materiales, para poder dedicarse a actividades más elevadas". Desde este punto de vista, "es verdad que la miseria embrutece, pero la búsqueda de la riqueza insaciablemente también embrutece". -

La ciencia humilde. Economía para ciudadanos. Alfredo Pastor. Crítica. Barcelona, 2007. 299 páginas. 19,25 euros.

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