Felicidades
A veces, pocas, la realidad es un alivio. Frente a los extremos de la existencia que se potencian en muchas de las ficciones que se ven en televisión y frente a las malas noticias que sustentan el hambre de asombro del público se abren paso algunos programas que intentan hacer espectáculo de la felicidad. Claro que para ello, para que llegue la complacencia y, digamos, el premio, tiene que haber antes un castigo. Un sufrimiento. Y cuanto más se padezca, se supone, mayor será la compensación. Ya saben, la vieja superstición dialéctica judeocristiana.
Debo confesar una extraña afición, no muy grave, a ese formato televisivo que aquí funciona como Esta casa era una ruina (Antena 3). En su versión norteamericana, Extreme makeover. Reconstrucción total (People & Arts), se elige a una familia que se quiere mucho (condición inexcusable, junto con la de haber sufrido alguna desgracia), pero con muchos problemas de habitabilidad en su casa (propia) y escasos medios, se les manda de vacaciones con gastos pagados y al volver, una semana después, la encuentran convertida en un palacio del diseño a la medida de sus sueños más desmedidos. Aunque a veces el entusiasmo del, llamémosle, Interiorista Loco, cree habitaciones delirantes.
En España es un poco más complicado porque las construcciones son de materiales más nobles y más difíciles de reformar. Pero aun así, la familia Villanueva (¿los escogerían por el nombre?) quedó extasiada ante la transformación de su casa, adaptada a sillas de ruedas y transformada de guarida de Diógenes en muestrario de tienda de decoración. Y juguetería. Un reality que por lo menos hace algo duradero y tiene siempre un final feliz. Contagia. ¿Quién no sueña con la casa ideal?
Siempre se ha dicho que la felicidad (ajena) aburre. Que no es tema literario ni cinematográfico. Si tu vida es una ruina (o no), al menos que la casa sea de ensueño. Pues sí, las felicidades de los otros pueden ser un entretenimiento.
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