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¿Qué me pasa, doctor?

Con ocasión de su debut electoral, en otoño de 2006, Ciutadans-Partido de la Ciudadanía (C-PC) compareció ante la opinión pública a caballo de una impactante metáfora: la imagen de su líder y candidato desnudo, para evocar la novedad, la frescura y la transparencia del proyecto, su pureza de intenciones, su carencia de prejuicios. Ahora, en la tercera concurrencia del partido a las urnas, y después de haber anunciado una campaña "rompedora", el ubicuo cabeza de lista Albert Rivera echa mano de otra metáfora, y se muestra en los carteles disfrazado de médico. Teniendo en cuenta los avatares que el grupo ha sufrido en menos de dos años de vida, no es de extrañar que necesite asistencia facultativa...

La analogía sanitaria no es la mejor para un partido que tiene un cuadro clínico de pronóstico reservado

Lo de jugar a los médicos era un recurso publicitario para -en el vídeo de precampaña difundido a finales de enero- calificar al Partido Nacionalista Vasco de "pus", a Esquerra Republicana y al Bloque Nacionalista Galego de "coágulos"... y no sé si al señor Rivera de "cirujano de hierro" que eliminará del organismo patrio esos y otros males. En todo caso, las analogías sanitarias no parecen las más apropiadas en boca de una formación política cuya corta historia y cuyo estado actual configuran un cuadro clínico de pronóstico, cuando menos, reservado.

No cabe en este espacio de opinión ni siquiera un somero resumen de las disputas internas, las crisis y las deserciones individuales o colectivas que Ciutadans ha experimentado desde su misma constitución, en julio de 2006, sobre todo tras la inesperada y meritoria conquista de tres escaños en el Parlamento catalán, aquel noviembre. Bastará decir que la bandera del antinacionalismo catalán había agrupado en C-PC a sensibilidades muy heterogéneas y a individualidades muy difíciles de disciplinar, y que al contacto con una cierta dosis de poder institucional esa aleación inestable estalló en pedazos, convirtiendo el primer congreso ordinario del partido (julio de 2007) en la asamblea política más convulsa celebrada en Cataluña durante el último cuarto de siglo. Si Albert Rivera ganó ese congreso con un apoyo del 54,5%, bien poco del 45,5% restante queda hoy en las filas por él lideradas.

Por supuesto, el flujo de bajas que C-PC ha sufrido desde el pasado verano se ha visto favorecido y estimulado por la paralela cristalización de otra fuerza política -Unión, Progreso y Democracia (UPyD), capitaneada por Rosa Díez- que ofrece lo mismo que Ciutadans, pero con mayor intensidad si cabe: rechazo frontal de los nacionalismos periféricos, y un españolismo estatalista de raíces presuntamente igualitaristas y jacobinas, o sea, progres. Así, no es de extrañar que significados promotores del Partido de la Ciudadanía figuren hoy en la candidatura barcelonesa de UPyD para el 9 de marzo. O que los cabezas de lista de esta última sigla por Lleida (José March) y por Tarragona (Antonio Piqué) fuesen candidatos de Ciutadans en los comicios catalanes de 2006. O que quien fue alcaldable de C-PC por Alicante la pasada primavera, y miembro de la ejecutiva, Eva Climent, aparezca ahora como número dos de UPyD al Congreso en su provincia.

Pero, además de ofrecer a los disidentes catalanes de Ciutadans un cobijo y una oportunidad de seguir en la brecha política, el flamante partido de Rosa Díez ha asestado otro golpe, éste durísimo, a la formación de Rivera: le impide una expansión seria allende el Ebro. En efecto, si ambos grupos compiten por el mismo espacio intersticial entre el PP y el PSOE, Unión, Progreso y Democracia lo hace con la ventaja de una imagen española inequívoca -mientras que Ciutadans aparece como un fenómeno catalán, periférico-, cuenta con el renombre y la experiencia de su líder (ex consejera del Gobierno vasco, ex aspirante a la secretaría general del PSOE, eurodiputada hasta hace bien poco...), con la notoriedad o el glamour que le aportan otros candidatos, ya sean por Madrid (Miguel Buesa, José Luis López-Aranguren Quiñones, Álvaro Pombo para el Senado) o por Soria (el aristócrata y figura de la crónica rosa Álvaro de Marichalar y Sáenz de Tejada), dispone del influyente apoyo del filósofo Fernando Savater, etcétera. Francamente, nada que ver con los honorables desconocidos que nutren las listas españolas de C-PC.

Por si todo esto fuera poco, otra amenaza aún más directa acecha al modesto bastión catalán de Ciutadans. Sea o no cierto que, según ha revelado un ex militante crítico con Rivera, el PP les ofreció meses atrás integrarse en sus candidaturas por las cuatro circunscripciones del Principado, lo indudable es que, después, el Partido Popular se ha lanzado en tromba a recuperar un electorado al que considera en gran parte propio, pero que en 2006 se dejó arrebatar sin resistencia. Que esta vez no será así lo ilustran un par de declaraciones de la candidata Dolors Nadal: "El PP es la primera marca, Ciutadans la segunda; la gente vota el original y no la copia"; "Ciutadans es sólo un partido folclórico de extrema izquierda". En fin, dada la trascendencia del envite del 9 de marzo, y visto lo apretado de los pronósticos, no es nada probable que los Federicos y los Pedros J. otorguen esta vez a C-PC aquel generosísimo apoyo mediático sin el cual nunca hubiese alcanzado los resultados de noviembre de 2006. Los experimentos fueron buenos para castigar a Josep Piqué o para que alguien se creyera aún el hechicero de la política catalana, pero no valen si lo que está en juego es La Moncloa.

Así las cosas, cuando uno escucha a Albert Rivera decir que "ofrecerá al PSOE y el PP un pacto para aislar a los nacionalistas", le viene a la memoria el caso de aquel portugués del cuento que, caído en el fondo de un pozo, gritaba amenazador a quien se asomase al brocal: "¡Oye, tú, si me sacas de aquí, te perdono la vida!".

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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