"Ahora enseño a los niños que la leche no viene del 'brick"
Ferran Adrià no sólo cocina con pinches de lujo en El Bulli. Los seis meses que tiene cerrado el restaurante más importante del mundo, según los críticos, se busca otros colaboradores eminentes. Ha fichado a Valentí Fuster para su fundación Alicia. Con él quiere aplicar los provechos del cardiólogo para que comamos como es debido en esta época ultracalórica. Pero su inquietud por la prevención va más allá. Hacia la educación. Ahí quiere dar guerra: "Si el próximo Gobierno que salga de las urnas se decide a implantar una asignatura obligatoria en los colegios que enseñe a los niños a comer bien, habrá conseguido algo pionero a nivel mundial", comenta Adrià.
El célebre cocinero defiende su disciplina como nueva asignatura obligatoria
Lo hace frente a un desayuno moderado -que no en el precio- con fruta, cruasanes pequeños y jamón de York en el hotel Marriot de Berlín. Allí le invitaron los responsables del festival de cine a hablar de la gastronomía en las películas. En Alemania no le faltan planes, después de que el pasado año fuera el primer cocinero invitado a participar creativamente en la Dokumenta de Kassel. Sobre el cine y las cuitas de su oficio tiene algo que decir: "No es fácil captar el movimiento de una cocina. Es como un ballet y necesita una coreografía. La que mejor lo ha hecho hasta ahora ha sido Ratatouille".
¿Será posible? ¿Una película en la que cocinan ratas? "Por eso, por ser animación. Lo clavaron. Para los actores es más difícil captar cómo se comporta uno entre los fogones", asegura. No será porque la cocina no tenga mucho de teatro. Él ha convertido su oficio en algo cercano al espectáculo de vanguardia y muy moderno, entre la heterodoxia y el eclecticismo, entre la ciencia y la diversión sin complejos, dando la misma importancia al foie que a los krispis de Kellogs: "El Bulli es un escenario donde actúan 70 actores para 50 comensales, no creo que exista otro así en el mundo". Así de caro en la producción, se refiere. Pero tampoco debe de haber tantos a ese nivel, que se estudien como fenómeno en Harvard o que le proporcionen al dueño togas de honoris causa en las universidades. Puede que pocos ahonden en un discurso tan artístico. "La cocina puede ser un arte tan sensitivo como la música. Ésta se hace en el momento, entra por el oído y lo que no se recuerda, desaparece. En la cocina, debemos aspirar a lo mismo entrando por la nariz y por la boca".
Insiste en pasar a picar otras cosas en mitad del trasiego de un bufé libre. En la educación alimentaria, por ejemplo. Por su parte, él ya se ha puesto a amasar la harina de la cocina preventiva en un colegio de L'Hospitalet, haciendo menús. ¿Qué tal comen los niños españoles en los colegios? "Fatal, muy mal", asegura. "Es cuestión de dinero, como todo. Hay que gastarse más en los menús". Y concienciar: "Una hora de clase a la semana, no más. Sería fundamental enseñarles a los niños la importancia de alimentos que rechazan, además de que la leche no viene del tetrabrick, sino de las vacas, coño". No habla de suculencias exóticas, qué va. Ni de espumas, aires o experimentos con la cocina de nitrógeno... "Hablo de la fruta, de la verdura, de comerse una naranja o de cocinar una pasta, un arroz y un pescado".
El equilibrio entre salud y felicidad es la clave. De lo segundo, Adrià sabe: "Creo que estoy en esto porque me hace feliz, soy un tío feliz y me gusta que la gente lo sea", dice mientras alaba las bondades de la repostería precocinada: "Mira este cruasán. Se hacen cosas acojonantes, ¿sí o no?".
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