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Columna
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La ciénaga

Entre las ofertas electorales todo a cien que estos días arrecian en plazas y mercados, se echa en falta alguna sobre el fútbol y sus daños colaterales. Será que nadie está por la labor de poner fin a esa ciénaga que engulle patrimonio público y amenaza la tesorería. No bastó la rendición incondicional del Ayuntamiento de Valencia y de la Generalitat a los intereses inmobiliarios de la mercantil Valencia CF cuando todavía no languidecía en la tabla. Ahora toca arriesgar bienes y tesoro público para intervenir en otra sociedad anónima deportiva que zozobra: el Levante UD. Su dueño pulió los 50 millones de euros de la recalificación urbanística concedida por su graciosa majestad, Rita Barberá, y pide más. ¿Desde cuándo los poderes públicos pueden intervenir como bolcheviques en la contabilidad de las corporaciones privadas, sin que patronales ni autoridades europeas pongan el grito en el cielo? Pues seguramente desde que la caída del muro de Berlín permitió a los liberales descubrir el discreto encanto del soviet. Un día fue Aznar el que abrió la caja para repartir un billón o así entre unas eléctricas -también la de su amigo Pizarro- compungidas por el presunto fin de sus prácticas monopolistas. Otro día son los estafados de la pifia filatélica quienes reclaman, a través del PP, que el Estado compense sus pérdidas, no sé si con intereses, por tan mala apuesta, digo inversión. Ah, el nuevo paradigma liberal. La lucha por el beneficio exige que la Administración pública sea cliente privilegiado o proveedor preferencial. Vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error. En la patria de Locke y de John Stuart Mill, donde el primer ministro no se llama Hugo Chávez, acaban de nacionalizar el Northern Rock. Los impuestos de la ciudadanía británica salvarán una gestión desastrosa junto con los muebles de los accionistas, menos mal.

Así las cosas, ¿qué autoridad, si la hubiera o hubiese, debería poner coto al inacabable asalto de las mercantiles del balompié? Las Naciones Unidas, tal vez, pero no hay cascos azules disponibles para vigilar solares que aún sobreviven a la codicia de los clubes y su contabilidad creativa. La otra gran fuga de dinero público fluye por los derechos audiovisuales, manantial sobre el cual el contribuyente desconoce las dotaciones en servicios públicos que se sacrifican a la causa de las empresas futbolísticas. Cuando se retiró Edmundo Suárez, el que formó la delantera eléctrica valencianista con Epi, Amadeo, Asensi y Gorostiza, Mundo abrió un negocio que durante años mantuvo el bocadillo en primera división. Otro gran portero de los sesenta, Abelardo, también optó por la economía productiva a través de la hostelería. Las instituciones públicas se disponen a intervenir a favor del Levante UD, incapaz de abonar salarios de jugadores pertenecientes a una generación de lujos y de nóminas en paraísos fiscales, otra forma de patriotismo. No pregunten por Adam Smith, la libre competencia en los mercados o el equilibrio fiscal a estos liberales que tomaron las instituciones como botín de guerra. ¿La mano invisible? Debe ser con la que se echa mano a la cartera.

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