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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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Una visita a Fleet Street

He leído estos días un interesante debate sobre el papel de los medios de comunicación en la sociedad británica y me he atrevido a resumirlo para esta columna. El debate apareció en las páginas el diario The Guardian, un periódico progresista de calidad acreditada.

La historia comenzó a primeros de este mes cuando Nick Davies, un periodista de reconocido prestigio, abrió fuego con un artículo que el diario resumía así en su título y sumario: "Nuestros medios de comunicación se han convertido en fabricantes masivos de distorsión. Un sector cuya tarea debería ser filtrar las falsedades se ha convertido en un conducto para la propaganda y las noticias de segunda mano".

Davies sostenía sus acusaciones en una investigación realizada para su libro, Flat Earth News, en el que llegó a la conclusión de que la tendencia a "reciclar la ignorancia es mucho peor que nunca". Davies había encargado una investigación a especialistas de la Universidad de Cardiff. Examinaron 2.000 informaciones en cuatro diarios de calidad -Times,Telegraph, Guardian, Independent- y Daily Mail. Las conclusiones eran devastadoras: al rastrear las fuentes de los "hechos", vieron que sólo el 12% de las informaciones contenían material que los propios periodistas hubieran investigado por completo. Con un 8% no podían estar seguros y con el restante 80% descubrieron que eran noticias elaboradas total o parcialmente con material de segunda mano, procedente de agencias de noticias y despachos de relaciones públicas. "El segundo dato fue que, al buscar pruebas de que se habían verificado exhaustivamente los 'hechos', vieron que sólo había sido así en el 12% de los casos", afirmaba en su artículo.

Que los periodistas se hubieran convertido en procesadores de material facilitado por otras fuentes y no comprobado se debía, en opinión del autor y sus investigadores de la Universidad de Cardiff, a que los periodistas tenían que llenar hoy tres veces más de espacio del que llenaban en 1985. "En general, no buscan las noticias, ni comprueban su contenido, sencillamente porque no tienen tiempo". Y terminaba su artículo con una conclusión desoladora: "Si a ello se añaden los límites tradicionales con los que se encuentran los periodistas cuando quieren averiguar la verdad, es posible comprender por qué los medios de masas, en general, han dejado de ser una fuente fiable de información".

La respuesta, casi un contraataque, lo dieron en las mismas páginas de Guardian dos pesos pesados del periodismo británico. Peter Preston, que fue editor de Guardian durante veinte años (1975-1995), y Simon Jenkins, que fue editor del Times en los años noventa y ahora es columnista de Guardian.

Jenkins subrayó el cliché que supone afirmar que los periódicos están tan mal y han caído tanto que no merecen "ninguna defensa contra los bárbaros de Internet que asoman a sus puertas". Recordó que en los periódicos serios las quejas por el descenso de la calidad son una constante, lo que no significa que cualquier tiempo pasado fue mejor.Las hemerotecas son, en ese sentido, testigos implacables.

Jenkins no entraba a discutir los datos de los investigadores de la Universidad de Cardiff, y estaba dispuesto a aceptar que los periódicos son muchas veces chapuceros, llenos de errores y poco dignos, sin que ello empañase el papel que en su conjunto desempeñan como colectivo en la democracia británica. Y citaba a un sociólogo de Oxford, Stein Ringen, que había calificado la prensa de las islas como "independiente, irreverente, entretenida, a menudo divertida y, gracias a Dios, entrometida". Es decir, concluía Jenkins, que "esa diversidad de conjunto es más importante para la democracia que los fallos de las partes".

Por su parte, Paul Preston dio la réplica en una crítica al libro de Davis, Flat Earth News. Y no fue una crítica piadosa. Diseccionó con acidez las contradicciones que encontró en el texto y, en su opinión, los ajustes de cuentas personales del autor con el establishment de Fleet Street. "Un punto ineludible en relación con el periodismo es que, bajo o elevado, despiadado o idealista, es un lío, y siempre lo ha sido. Lo cual no debe impedir que intentemos limpiarlo poco a poco, problema a problema. No podemos permitirnos el lujo de no ser serios a propósito de nuestro serio oficio".

Traer a estas columnas una polémica de las páginas de Guardian tal vez denote una confesable envidia por la capacidad de discutir y polemizar sin que nadie se sienta personalmente descalificado. Tal vez, porque la libertad de prensa tiene siglos en el Reino Unido. El periodista más británico de la plantilla de EL PAÍS, John Carlin, definía así la libertad de prensa en un artículo publicado el pasado lunes en la sección Vida & Artes. "Lo que la libertad de prensa significa es el derecho a dar una visión amplia, sin límites y, dentro de lo posible, equilibrada de los hechos. Esto requiere que los periodistas publiquen los puntos de vista de todas las partes involucradas".

Pues eso.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonear al número 91 337 78 36.

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