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Columna
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¿Paleta?, no, poeta

En una ocasión me contó el añorado Joan Brossa que, en una renovación de su DNI, al ser preguntado por su profesión respondió: "Poeta". A lo que el funcionario, rumboso, le corrigió: "¿Paleta?, pondremos albañil". Me perdonarán la anécdota, pero es que he decidido dedicar la mañana a visitar el parque que lleva su nombre, en Montjuïc.

Llegar hasta allí es fácil, basta apearse en la plaza de Dante y ascender por lo que otrora fue el parque de atracciones. Curiosa ironía dedicarle unos jardines a un autor tan crítico con el alcalde Porcioles, sobre lo que fue uno de sus buques insignia, en su versión más populachera y merenderil. En la puerta -actualmente en obras- me saludan un obrero y uno de los poemas de Brossa, con versos tan inocentes y cándidos que le pegan de rechupete, tanto a estos jardines de orientación infantil como al consistorio, siempre con la mosca tras la oreja cuando trata con poetas. Aunque pronto se acaban las reflexiones y empiezan las cuestas. Desde luego, los críos que vienen a divertirse aquí se van a poner muy cachas con las pendientes. Hasta la estatua a Carmen Amaya parece sudar de lo lindo, por el esfuerzo.

Imaginen un trozo de bosque autóctono, por el que -sin metáfora alguna- hay que pasar de puntillas, pues el camino principal es una rampa de madera que se alza a 25 centímetros del terreno. Primera lección para los peques, que tienen la posibilidad de jugar y experimentar a la vez. Por ejemplo, juegos de agua para que los críos hagan bueno aquel anuncio que proclamaba que "mancharse es bueno". Más allá, una zona donde pueden lanzarse con una tirolina. Pasada la estatua a Charlie Rivel (que también parece baldado con tanto aguantar una silla en el aire), una serie de objetos musicales, como un balancín que lanza sonidos, dos teléfonos de madera y un par de reflectores parabólicos de hormigón, que permiten conversar a distancia considerable sin alzar la voz.

Oigo una flauta desafinada tras unos arbustos. En el sendero de abajo hay una parejita de turistas trendys. Mientras él la mira con arrobo, ella, pizpireta, salta sobre unos cojines musicales (así, tal cual). Repuesto del susto, salgo frente al Mirador del Alcalde -también en obras-, donde, en su día, otro alcalde de mala fama -el famoso Pich i Pon- le soltó a Alfonso XIII: "Majestad, a vuestros pies la ubre". Prueba de que la relación entre la poesía y los paletas es del todo universal.

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