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Reportaje:FUERA DE RUTA

Moscú en el suave invierno

Niños patinando en la plaza de Pushkin y 'matrioshkas' al lado del Kremlin

Moscú es una ciudad desmesurada, por su tamaño y por su historia, que piensa más en el coche que en el peatón. Yendo desde el aeropuerto hacia el centro me embargó la emoción: la nieve, los tejados blancos, los abedules, Rusia. El aire frío te da en la cara y comprendes que aquí términos como deshielo o primavera cobran su verdadero significado. He conocido Moscú en invierno. Pensé que ésa era su verdadera salsa. Pero un par de años atrás hacía 20 grados bajo cero, y este invierno está siendo suave. Así que no estoy seguro de haber conocido Moscú en invierno. En realidad no lo he conocido.

Porque ¿cómo conocer Rusia, o Moscú, que es su alma, su corazón? Winston Churchill dijo que Rusia era "una adivinanza dentro de un misterio dentro de un enigma"; así, nada más lógico que sea el país de las matrioshkas, aunque desde hace no mucho tiempo: las famosas muñecas rusas las inventó Serguéi Maliutin en 1890. Compré una al lado del Kremlin. Cuando quise comprar más, no volví a verlas hasta el aeropuerto, diez veces más caras. Normalmente, cuando se viaja no hay tiempo para rectificaciones.

Un recorrido que incluye el parque donde comienza la maravillosa novela de Bulgakov 'El maestro y Margarita'. Visiones del arte ruso en el Museo Tretiakov y una visita a la encogida momia de Lenin.

Desayuno ensaladilla rusa (allí se llama Olivier, en honor del cocinero francés que la inventó, también en el siglo XIX) y me lanzo a la calle. El centro moscovita está formado por unos anillos alrededor del Kremlin, cortados por calles que conducen a él. La ciudad, que fue incendiada para frenar a Napoleón, está llena de magníficos edificios del XIX. Algunos de la época de Stalin son también excelentes, en la línea -por hacernos una idea- del edificio España de Madrid. Es una mezcla aparatosa, con algunas monstruosidades de vez en cuando, entre palacetes. Moscú es como una ensaladilla rusa, pero con caviar.

Los grajos han llegado

Entro en la Galería Tretiakov (junto con la Pushkin, el gran museo de arte de Moscú), en el edificio consagrado a los grandes pintores rusos del siglo XIX (las obras más modernas están en otro edificio, frente al Gorki Park). En la planta baja se conserva una impresionante colección de iconos, incluyendo la famosa Virgen de Vladimir, del siglo XII. Como en un quirófano, con bolsitas de plástico en los pies, recorro sus salas. Gogol retratado por Moller, Dostoievski por Perov, Pushkin por Kiprensky. El cuadro de Repin Iván el Terrible, ya viejo y con ojos de loco, abrazado al cadáver de su hijo por él asesinado. Me gustan los cuadros de Kuinji Después de la lluvia, Noche sobre el Dniéper, con unos colores que me recuerdan a Munch. Los grajos han llegado, de Sarrasov, me da una idea de lo duro que debe de ser el invierno ruso si lo que allí se representa es el inicio de la primavera.

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Con tres cuadros independientes hilo una historia completa: en La petición de mano, de Fedotov, la joven rechaza a su pretendiente; en La princesa Tarakanova, de Flavitsky, la hermosa noble, sensual, despechugada, está encerrada por no querer casarse; en Matrimonio desigual, de Pukirev, una joven, triste, se casa con un viejo feo.

Voy en metro y me bajo en Majakovskaja. El metro moscovita es barato, muy utilizado, y tan imponente como avisa su fama: estaciones con mármoles, con mosaicos, molduras, columnas. Un intento fallido -pero al intentarlo, uno suele acercarse al objetivo- de que los proletarios viajaran en limusina. Como en un restaurante blinis con caviar rojo. La venta del caviar es ilegal. Su precio se ha disparado -las mafias que lo controlan también disparan, y ponen bombas-, y el poco que llega al mercado negro puede estar en mal estado. Ahora se encuentra el caviar rojo (para los puristas, no es caviar), de salmón, excelente, permitido y mucho más asequible.

Camino por Tverskaja, una especie de Gran Vía, hacia el Kremlin. Siempre creí que los árboles y las casas no se movían. Cuando leí Macbeth supe que a veces los bosques avanzan, y leyendo Autobiografía de Moscú, de Tatiana Pigariova, me entero de que muchos edificios de esta calle retrocedieron mediante un complicado sistema de raíles, dentro del Plan General de 1935, que hablaba de practicar una cesárea al viejo Moscú.

Llego a la plaza Roja, un inmenso espacio-resumen: las grandes murallas de ladrillo del Kremlin, el mausoleo de Lenin, San Basilio (por dentro, un laberinto, como Rusia), y los almacenes GUM, enormes y de una suntuosidad apabullante. Me quedo mirando San Basilio, con sus cúpulas de colores. No sé si es tan fea que es bonita, o si es tan bonita que es fea. Sólo sé que es fea y bonita a la vez, y con ganas.

Dentro del Kremlin hay una plaza con varias iglesias. La catedral de la Asunción es una belleza. Su interior, como la del Arcángel San Miguel, está cubierto de frescos medievales. Es un exceso, pero un exceso hermoso. El Museo de la Armería, con sus carruajes, sus objetos de lujo, los vestidos de los popes, los tronos de los zares y sus coronas, sirve para recordar que en Rusia se mezclan Asia y Europa.

Salgo del Kremlin y no resisto la algo morbosa tentación de ver la momia de Lenin. No se sabe qué va a ser de ella. Él quería ser enterrado junto a su madre. Un millonario tejano ha hecho una buena oferta para quedársela. Ahí sigue, mientras se discute su futuro, en penumbra, pequeñito, como si hubiera encogido por el frío. Y en una última broma del destino, los almacenes GUM, enfrente, son ahora el colmo del capitalismo.

Son las 16.30, y es de noche. Los museos y las casas de los escritores tienen algo -o mucho- de cementerio. Me acerco al Estanque del Patriarca, donde empieza El maestro y Margarita, cerca de la plaza de Pushkin. Está helado, con un precioso color gris perla. Hay niños patinando, otros tirando petardos. El olor de la pólvora, el sonido de los palos de yóquey al chocar con otros. Todo viaje necesita un momento así, de reposo, de vida auténtica. De estampa casual y cotidiana.

Moscú no se acaba nunca. ¿Cuándo se acaban las cosas? Tretiakov prohibió la entrada a Repin en su galería, harto de que el artista siguiera retocando sus cuadros, ya colgados. Un libro podría corregirse durante años, pero, por suerte, un artículo tiene fecha de entrega. Y a mí me ha llegado el momento de poner punto y final.

MARTÍN CASARIEGO (Madrid, 1962) es autor de la novela Nieve al sol (Espasa)

GUÍA PRÁCTICA

Datos básicos e información

- Prefijo telefónico: 007 495.

- Oficina de turismo de Moscú (www.moscow-city.ru).

- Clima. Moscú registra una media de 103 días al año con temperaturas bajo cero.

Comer

- Café Pushkin (787 40 87). Tverskoi Bulevar, 26. Imita -magníficamente- la casa de tres plantas de un boticario del siglo XVIII. Comida rusa, de las mejores de Moscú. Buen lugar para probar la borsch, la típica sopa de remolacha, con manzana y leche agria.

- Shesh Besh (290 33 17). Novy Arbat, 24/2. Restaurante azerbaiyano, camareras con traje regional. Un lugar bonito y curioso (simula una casa azerbaiyana), con sabrosa comida.

Cafés

- Café Bean. En Tverskaya. Autoservicio, ambiente bohemio, bonito, aunque una decoración moderna no lo ha mejorado. El capuchino que sirven es excelente.

Compras

- Elisèyevski. Tverskaya, 14. Es un supermercado bien surtido (entre otras cosas, de caviar rojo) y espectacular: da gusto ver sus productos entre columnas, molduras y maderas, y bajo techos vertiginosamente altos.

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