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Más allá del Hindu Kush

Guillermo Altares

Los arqueólogos se empeñan en que su labor es una ciencia lenta, basada en el estudio, la paciencia y el polvo. Sin embargo, hay momentos únicos, instantes en los que una inscripción o un muro abatido cambian la Historia. En el norte de Afganistán, tras 40 años de búsqueda por parte de un grupo de investigadores franceses, se produjo uno de esos giros copernicanos, tal vez menos espectacular que el "veo cosas maravillosas" de Carter, pero fundamental para nuestra percepción de la antigüedad. La aparición de una inscripción griega en la ciudad perdida de Aï Khanum, situada en la frontera afgana con la URSS (con Tayikistán en la actualidad), confirmó que los colonos que se establecieron más allá del Hindu Kush tras la conquista de Alejandro Magno permanecieron allí durante siglos e impulsaron una esplendorosa civilización helenística.

"Los invasores macedonios no querían borrar a los habitantes nativos. Las campañas en Bactria y Sogdiana no pueden ser ignoradas. Hay muchas lecciones que aprender del pasado", afirma el historiador Frank L. Holt
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"Cuando más lejos se deja a un hombre de su hogar, con más tenacidad se apega a todo lo que un día significó para él. En Afganistán, donde el río Kokcha fluye desde las montañas y las minas azules de Badajshán para incorporarse al curso superior del Oxo (Amu Daria en la actualidad), desde donde se avista el corredor que atraviesa los Pamires en dirección a China, la enorme ciudad griega de Aï Khanum empezó a salir a la luz en la década de los sesenta", escribe Robin Lane Fox en su biografía Alejandro Magno. Conquistador del mundo. "A unos cinco mil kilómetros de distancia del Egeo había ciudadanos griegos, macedonios y tracios que disfrutaban de los templos, los gimnasios y las palestras exactamente como si estuvieran en una ciudad de la Grecia peninsular", prosigue el historiador.

Afganistán fue la tierra en la que Alejandro Magno se casó con Roxana, una princesa bactriana, y fue el lugar en el que recibió una herida de la que nunca logró curarse totalmente. Su huella fue profunda a lo largo de los siglos, como pudieron testimoniar aquellos dos aventureros locos, Daniel Dravot y Peachy Carnehan, a los que primero Rudyard Kipling y luego John Huston enviaron en El hombre que quiso ser rey a ser monarcas de Kafiristán donde se toparon con la marca indeleble de Alejandro, Sikander (la traducción persa de su nombre) en aquellos remotos espacios. Atravesar Afganistán en su camino hacia la India, cruzando las montañas del Hindu Kush, fue una hazaña militar increíble, pero también brutal. "Fue una campaña que en algunos momentos podemos calificar de genocida, aunque no en el concepto moderno del término. Alejandro destruyó pueblos y ciudades, pero los invasores macedonios no querían borrar a los habitantes nativos", señala desde Tejas el historiador Frank L. Holt, profesor en la Universidad de Huston y autor de Into the land of bones. Alexander in Afghanistan (En la tierra de los huesos. Alejandro en Afganistán). La campaña duró dos años, entre el 329 y el 327 antes de Cristo, y se desarrolló en Bactria y Sogdiana, actualmente Afganistán y Uzbekistán.

La aventura de un ejército, el más potente del mundo, que se sumerge en Afganistán para tratar de acabar con un enemigo duro como una roca, fanático y escurridizo, no suena en estos tiempos tan remota. "Las campañas de Alejandro en Bactria y Sogdiana no pueden ser ignoradas. Hay muchas lecciones que aprender del pasado. De hecho, mi libro se estudia en la Academia Militar de Afganistán", explica Holt.

En La campaña afgana, que acaba de editar Militaria, Steven Pressfield novela aquella guerra brutal, durante la que se degollaron pueblos enteros, en un relato lleno de detalles sobre el funcionamiento de aquella fabulosa y despiadada máquina militar que alcanzó los confines del mundo. Uno de los momentos más emotivos del libro no es militar, sino cuando Pressfield describe la edificación de una de las muchas Alejandrías o Iskandariyas que el conquistador dejó esparcidas a lo largo de su gigantesco imperio. "Alejandro hace pública la llamada y no sólo para albañiles, carpinteros y carreteros, a quienes prometió trabajo por un salario insólito en estos reinos, sino también para colonos y pioneros. A estos últimos les prometió tierras y pastos, derechos de paso, garantías de exclusividad para comercio e intercambio. En cuestión de días, el sitio de la construcción queda desbordado por todos los hombres sanos de las tribus de la región y la mitad de las mujeres respetables, que sirven como cocineras, alfayates, lavanderas, enfermeras, buhoneras, costureras. El plan de nuestro rey funciona. Lo que hace unos días fuera el lugar de la espantosa masacre del valle se ha convertido en una floreciente ciudad en crecimiento", relata Pressfield, guionista de Hollywood, reconvertido en autor de novelas históricas, entre ellas una celebrada reconstrucción de la batalla de las Termópilas.

Es una descripción que seguramente pueda aplicarse a Aï Khanum, fundada en el siglo IV antes de Cristo y destruida por guerreros nómadas 200 años después. La ciudad, de 1,8 kilómetros de largo por 1,5 de ancho, estaba situada en un lugar estratégico, entre los ríos Oxo (Amu Daria) y su afluente afgano, el Kokcha, y ofrecía unas defensas naturales extraordinarias. Tenía su gimnasio, su ágora, sus templos, su teatro -comparable al de Epidauro-, sus cultos y sus divinidades. "Los dioses griegos recibieron el culto de los nuevos colonos", explica Robin Lane Fox en El mundo clásico. La epopeya de Grecia y Roma en un pasaje en el que pone como ejemplo a Aï Khanum de la potencia sin fronteras de la cultura que los ejércitos de Alejandro arrastraron desde las orillas del Mediterráneo. El tiempo borró lentamente las huellas helenísticas, aunque algunas investigaciones han descubierto poblaciones de origen griego en los confines del Hindu Kush y de los Pamires. Sin embargo, quizás la mayor desgracia que haya sufrido Aï Khanum es haber sido despertada, tras 22 siglos entre la arena, poco antes de que, con la invasión soviética de 1979, Afganistán se hundiese en una era de guerras.

Fundada en 1922, la Delegación Arqueológica Francesa en Afganistán (DAFA) escarbó en uno de los terrenos más ricos arqueológicamente del planeta, donde las civilizaciones y las culturas se fundieron a lo largo de los siglos. Pero Afganistán no era un lugar sencillo y los miembros de la DAFA evitaron trabajar cerca de las conflictivas fronteras del país. Sin embargo, todo cambió cuando el monarca Zaher Shah tropezó durante una cacería en los confines de su reino con un capitel helénico, que permitió localizar el emplazamiento perdido de Aï Khanum (la Dama de la Luna en uzbeco). "Es la ciudad griega que llevaban buscando desde que llegaron a Afganistán", escribe Françoise Olivier-Utard en su historia de la DAFA, Politique et archéologie. Histoire de la Délégation archéologique française en Afganistán. "Cuando los arqueólogos franceses llegaron en 1965, se presentaron desprovistos de toda referencia sobre el sitio que iban a excavar y las analogías para comparar cada hallazgo se encontraban a varios miles de kilómetros de distancia, en el mundo mediterráneo y en Oriente Próximo", ha escrito Paul Bernard, quien, como responsable de la DAFA, dirigió los trabajos en Aï Khanum. Con la invasión soviética, la misión francesa se cerró y la ciudad quedó a merced de algo mucho peor que el viento y el olvido.

Bernard sigue creyendo que "las ruinas de Aï Khanum esperan para ofrecer una segunda oportunidad a los investigadores". Sin embargo, sobre el terreno, la situación no invita al optimismo. En el invierno de 2001, cuando después del 11-S los guerrilleros de la Alianza del Norte lanzaron con ayuda estadounidense una ofensiva contra los talibanes que acabaría por derribar al régimen de fanáticos islamistas, Aï Khanum, por su posición estratégica, se encontraba en plena línea de frente. Los intercambios de artillería eran constantes, mientras los B52 machacaban las posiciones talibanes. Pero las bombas sobre uno de los terrenos arqueológicos más importantes de Asia eran lo de menos: durante las tres décadas de guerras que ha padecido Afganistán las ruinas griegas habían sido totalmente saqueadas y nadie sabe lo que se ha perdido para siempre.

La DAFA ha regresado y, aunque todavía no ha vuelto a excavar Aï Khanum, está entre sus planes y ya está trabajando en Balj. Todo es posible. Quitando a los señores de la guerra, los contrabandistas, los traficantes de opio y armas, los asaltadores de caminos, los campos de minas, las bombas sin explotar y los brotes ocasionales de malaria, Aï Khanum está situada en una de las zonas más tranquilas de Afganistán, apenas tocada por la insurgencia talibán. "Siempre nos queda la esperanza de que hayan sobrevivido restos importantes, sobre todo en los alrededores de la ciudad o incluso que aparezca otra urbe intacta", explica Holt. "Hay cosas, como el oro de Bactria, que se creían perdidas y reaparecieron tras la caída de los talibanes", explica Pierre Cambon, conservador jefe del Museo Guimet de París y experto en arte afgano. "No podemos olvidar que hay muchos espacios inexplorados, que la arqueología afgana sólo tiene 60 años y que está casi todo por hacer", agrega Cambon, cuyo museo ofreció el año pasado una increíble exposición de tesoros recuperados, de historia que se creía perdida.

La campaña afgana. Steven Pressfield. Militaria. Barcelona, 2008. 350 páginas. 17,90 euros.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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