La misteriosa mesilla de Maria João
Hace tiempo, Maria João Pires incorporaba a sus recitales una lámpara de pie, con pantalla de pergamino, junto al piano. Tan doméstica utillería puesta en medio de un infinito escenario de conciertos confería al espectáculo un aire de mágica intimidad. Naturalmente, de nada habría servido el complemento sin el arte enorme de esta pianista que tutea a los compositores que interpreta y consigue transmitir una verdad humilde, desnuda y esencial. Pues bien, la lámpara mágica ha desaparecido, y en su lugar compareció, la noche del lunes en el Auditori, una mesilla recubierta con un tapete negro, dos copas, dos botellines en principio de agua y una silla. Esta escenografía connotaba a bote pronto bastante menos que la lámpara, pero hay que convenir que tenía igualmente su punto hechizante y misterioso.
MARIA JOÃO PIRES
piano. Pavel Gomziakov, violonchelo. Obras de Ginastera, Scarlatti, Beethoven y Schubert. Ibercàmera. Auditori de Barcelona, 12 de febrero.
De entrada, ¿para quién eran esos dos botellines? Uno, como era fácil intuir, para la propia pianista. El otro era para el violonchelista ruso Pavel Gomziakov, a quien no teníamos el gusto de conocer, pese a que ha ganado diversos concursos internacionales y ha actuado con algunos directores de prestigio (López Cobos, Ros Marbà). Cosas de Maria João Pires (Lisboa, 23 de julio de 1944: qué gusto las biografías con fecha de nacimiento): esta temporada se había traído a un joven (no constaba su edad en el programa) violonchelista para interpretar la Sonata op.5, número 2 de Beethoven y el Arpeggione de Schubert. Una maravilla: es difícil dar con tanta intensidad y precisión. Un viejo conocido, experto en este repertorio, no podía mostrarse más locuaz, a requerimiento de este diario: "Perfecto", declaró.
Esas dos piezas se hallaban en la parte central del programa. Previamente, Maria João había tocado las Danzas argentinas, de Alberto Ginastera (1916-1983), casi como un exorcismo, para golpear y romper el hielo (la tercera danza lleva indicaciones de expresión como "furiosamente" o "selvaggio"), seguidas por una sonata de Domenico Scarlatti (1685-1757) que venía a ser todo lo contrario: sencillez melódica, contemplación quieta, intensidad. El ying y el yang. Zarandeados de tal guisa, los presentes aún pudimos escuchar en posición de cierre una sobrecogedora Sonata 31, op.110 del Beethoven crepuscular: imponente en la versión de Maria João, pequeños errores de tecla incluidos.
¿Y la mesita? Pues sirvió para que la pianista, que no abandonó nunca el escenario entre pieza y pieza -había pedido silencio entre las obras, aplausos sólo al final-, se refrescara y para que el violonchelista se acomodara durante la interpretación de la sonata para piano. Como en casa. De golpe, la mesilla tomaba un significado muy preciso. Fuera de programa, una pieza que no reconocimos, y que la organización informó de que se trataba de un aria de Bach transcrita por él mismo para cuerda y piano, y el Cant dels Ocells.
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