Problemas de hoy
Días pasados, la Universidad de Alicante entregaba la medalla de oro a quien fuera su rector entre 1994 y 2000, Andrés Pedreño. El acto ha dado motivo para hacer un balance de su labor al frente del rectorado. No hace falta decir que el resultado ha sido positivo. El trabajo que Pedreño desarrolló durante el tiempo que estuvo al frente de la universidad no dejó a nadie indiferente. Las palabras de Jiménez Raneda -el actual rector- al entregarle la medalla de la institución así lo reconocían: "Llegaste a una universidad y nos dejaste otra muy distinta, y nos lo has puesto muy difícil a quienes nos ha tocado sucederte". En contra de lo que suele ser habitual, no contienen la menor retórica y debemos tomarlas al pie de la letra.
Los años de Pedreño en el rectorado supusieron una profunda renovación del campus alicantino. Pedreño, que había regresado poco antes de los Estados Unidos, trató de incorporar algunas de las cosas que había visto en las universidades de aquel país. Su determinación de construir un campus que contase con buenos edificios fue singular. Es probable que, en algún momento, sus ideas resultasen demasiado avanzadas para una institución de poso conservador como es la universidad. En cualquier caso, el resultado fue extraordinario en su conjunto. El campus de la Universidad de Alicante suscita hoy una admiración sin condiciones, y ha demostrado que es posible hacer las cosas con provecho y sin excesos.
Se ha hablado menos, en cambio -quizá porque no era el momento adecuado- del comportamiento de la Generalitat con Pedreño, que le llevaría a presentar la dimisión. Del incidente acaecido en la Universidad de Alicante, durante la inauguración del curso 1996, no interesan tanto los detalles como la manifestación de una manera de entender el gobierno. Fue la primera vez que vimos aplicar en público unas formas de gobernar que se generalizarían, a partir de entonces, entre nosotros. El autoritarismo de Eduardo Zaplana -fruto del egotismo enorme del político, como se ha podido comprobar- marcaría la política valenciana de los años siguientes.
Sin entender este asunto -así, al menos, me lo parece a mí-, es imposible explicarnos muchas de las cosas que han sucedido después en la Comunidad Valenciana. El deseo de controlar el poder civil que mostró Eduardo Zaplana fue absoluto, y alcanzó todos los ámbitos de la sociedad. Quizá fuera en las asociaciones de empresarios y en las instituciones económicas donde se expresó de manera más acusada. En ambas, Zaplana colocó a personas de su total confianza, dispuestas a obedecerle. Lo que se había presentado poco antes, durante la campaña electoral, como la necesidad de devolver el protagonismo a la sociedad civil, se convirtió en un control riguroso de la misma.
Las consecuencias que tuvo esa política para Alicante resultaron espectaculares. Es probable que ello se debiera al escaso peso empresarial de la ciudad. En cualquier caso, los alicantinos asistimos a una intensa renovación de cargos que accedieron a las organizaciones económicas tutelados por Zaplana. Pronto se vio que el objetivo de esas personas no era otro que el beneficio propio a través del sometimiento a quien les había aupado. El concepto de bien público se alteró para aparecer unido al negocio privado. Sin el papel subordinado que las autoridades locales y parte de los empresarios asumieron entonces, no puede explicarse el estado actual de la ciudad y su falta de liderazgo.
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