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Columna
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Catalanofobia

Eso de que en política no vale todo puede parecer un tópico pero es verdad. Existen ciertos límites que no deberían franquearse nunca o, caso de hacerlo, los ciudadanos deberían castigar. Se puede criticar la política antiterrorista, por muy desagradable que sea esta actitud. Nada está exento de la crítica y no es imprescindible, aunque sí muy conveniente, dejar la política antiterrorista a un lado de la confrontación. Lo que sí es imprescindible es no usar la mentira y no promover la intolerancia. Se puede criticar lo que ha hecho el Gobierno Zapatero, pero no se puede mentir. No se puede decir "nosotros dialogamos y ellos negocian de política" con el fundamento de sensaciones o basado en una falacia. No se puede porque eso se traslada a la ciudadanía y llegan los fanáticos de turno, los Alcaraz, Rouco y Losantos para encender la mecha del odio. Lo que empieza como una estrategia calculada de oposición, sigue con profesoras de instituto que insultan gravemente al alcalde de Sevilla y cosas peores que podrían llegar. Otro tanto se puede decir de la inmigración. Es normal que el partido de la oposición critique la acción del gobierno, pero es bueno tener medida para no promover el racismo que apela a los más bajos instintos. La magnífica entrevista que Iñaki Gabilondo le hizo a Mariano Rajoy en Cuatro dejó bien claro que el candidato popular ha formulado una propuesta xenófoba sin ningún fundamento racional: no sólo no sabía qué iba a hacer con los inmigrantes clandestinos, sino que se contradecía y hasta le salió un tic nervioso. Pero la idea ha comenzado a circular y las tramas más negras de la sociedad están entusiasmadas con otra estaca con la que sacudir al adversario. Se fomentan las salidas de tono de personajes chocarreros, como el portavoz de Economía del PP, Miguel Arias, del que no se comprende cómo pudo llegar a ministro del Gobierno de España. ¿Esos son argumentos de quienes quieren gobernar? Menos mal que el ex ministro, jerezano de vecindad y antiguo diputado por la provincia de Cádiz, ha sido trasladado a la lista de Madrid, con lo que nos evitaremos por aquí una sobredosis de sus comentarios que tienen la altura intelectual de Chiquito de la Calzada. Aunque a su partido le deben parecer bien, como debe serlo criticar a Andalucía según la idea de que es supuesta beneficiaria de subsidios. No sé cuándo nos vamos a poder librar de esa imagen de tierra indolente y hedonista que no piensa más que en ferias, procesiones, romerías y poner el cazo para trincar dinero público. La verdadera Andalucía se levanta temprano, trabaja como nadie y saca su familia adelante, como en todos lados. La descalificación vertida por el candidato del PP Manuel Pizarro le sirve para abrirse un hueco en su nueva profesión de político.

En este hilo argumental se inscriben dos sucesos que vienen a consolidar el anticatalanismo del PP: el rechazo al envío de agua a Barcelona desde la planta desaladora de Carboneras y a que se oferte catalán en las Escuelas de Idiomas de Andalucía. Según el PP, no se puede mandar a Barcelona un agua que sobra en Almería porque no se puede usar debido a que no se previeron las obras complementarias por culpa de un proyecto mal diseñado por el gobierno del PP. ¿Así actúan los patriotas? ¿No se puede mandar agua de Almería a Cataluña aunque sobre? ¿Así se defiende España? ¿Es una pesadilla, como lo calificó Rajoy, que se oferte catalán en una Escuela de Idiomas andaluza? ¿Se puede ofertar chino mandarín y catalán no? ¿Le quita el sueño a Rajoy? ¿Así se pretende vertebrar España? Me parece normal que quien esté en la oposición critique al Gobierno. Que lo haga con contundencia incluso, si eso le va bien, pero es una temeridad enfrentar a una comunidad con otra. De la misma manera que lo es promover la intransigencia, la intolerancia y el odio en el quehacer político. En Andalucía no hay animadversión hacia Cataluña, en contra de lo que se piensa en el PP. Ya no somos una comunidad pobre, acomplejada y emigrante que mira al Norte con envidia.

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