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Columna
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Tormenta

Manuel Rivas

Entre los nuevos oficios más curiosos figura el de cazador de tormentas. Este extraño gremio se ha incrementado mucho con el cambio climático. El tomar imágenes desde el centro del huracán, grabar truenos apocalípticos o recoger piedras de granizo del tamaño de bolas de cañón tiene algo de corresponsal bélico en la atmósfera, que es uno de los campos de batalla más espectaculares en la guerra que se libra entre la depredación y la naturaleza. Más secreto es el oficio de cazador de meteoritos. Y más rentable. Una esquirla de meteorito se cotiza como diamante. El buen cazador de meteoritos tiene que permanecer siempre en acecho planetario, y acudir a una pradería de Oklahoma o a un olivar manchego antes que las autoridades, los militares y los científicos. ¿A quién pertenecen los codiciados trofeos espaciales? En este far west global, llegará un momento en que surgirán los cazarrecompensas, cazadores a su vez del cazador de meteoritos. Siempre tuve la vana esperanza de que algún día se cumpliría sobre mí el mantra poético de Vicente Aleixandre: "¡El primer verso te caerá del cielo!". Ahora espero que me caiga un meteorito. Por otra parte, no siento brontofobia. Serviría para cazador de tormentas. El caso es que aumenten las oportunidades profesionales. El Papa nos ha devuelto al fin la topografía tradicional, donde figura el infierno como un lugar físico. Podrán volver a ejercer los registradores de bocas del infierno. Localizaron cientos en el medievo, todas con garantía eclesiástica. Por cierto, más antiguo que el cazador de tormentas es el provocador de tormentas. El primero de ellos fue Epimeteo, el hermano carca de Prometeo, que abrió la caja de Pandora. El último del que tenemos noticia, por ahora, es Arias Cañete. Hay cientos de fobias con tratamiento médico, incluso la triskaidekafobia, que es el miedo irracional al número 13. Pues va Cañete y escoge la xenofobia. Un loco de las tormentas.

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