Más allá de Niemeyer
Hugo Segawa analiza el papel y la relevancia de la arquitectura en Brasil y su insuficiente proyección en el extranjero pese a la calidad de sus profesionales
El arquitecto Hugo Segawa (São Paulo, 1956) eligió la academia frente a la práctica porque trabajando en la revista Proyectos se dio cuenta de que la reflexión era fundamental para la arquitectura. La falta de publicaciones especializadas ha causado, para él, muchos de los falsos tópicos sobre la arquitectura latinoamericana y su desconocimiento para el resto del mundo. Sus progenitores japoneses resumen, en dos pinceladas, la historia del siglo XX. Su padre trabajaba en Wall Street, pero tuvo que salir de Estados Unidos cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Su madre era una niña cuando llegó a Brasil con sus propios padres, agricultores japoneses que emigraron, en los años veinte, para trabajar allí. "Hace poco regresé a Japón como profesor invitado. El sentimiento fue extraño. Allí parezco japonés pero soy brasileño. Como descendiente de japoneses he recibido una educación del Japón de principios del siglo XX, el Japón de mis padres. Y es evidente que el país hoy es otro, más cosmopolita". Los padres de Segawa hablan japonés entre ellos. "Pero mi cultura es brasileira", apunta. Desde esa perspectiva y alejado de nacionalismos, Hugo Segawa mira el mundo. Cree, como Guimarães Rosa, que Brasil y el resto de Suramérica son como hermanos siameses: "Cosidos por la espalda pero incapaces de verse el rostro": "Miramos para lados distintos. Pero tenemos problemas y contradicciones comunes. Buscamos referencias en Europa o América y no nos fijamos en lo propio. Tiene que pasar algo espacial, por ejemplo la experiencia urbana de Curitiba [una ciudad brasileña que se ha convertido en un modelo internacional para el crecimiento sostenible], para que seamos capaces de encontrar valores en lo nuestro. La idea de Curitiba se interpreta en Colombia, Chile y muchos otros sitios. Pero hasta que no se les presta atención desde Europa o Estados Unidos algunas cosas parecen no existir".
El movimiento moderno en Suramérica logró que un estilo arquitectónico universal y global tuviera una versión local
Oscar Niemeyer ocupó un momento histórico. Pero tapó mucho de lo que otros arquitectos hacían en Brasil
Segawa atribuye esa falta de confianza al colonialismo. "Brasil se ha pasado años mirando a Portugal. Suramérica a España. Y todos mirábamos a París. Volvíamos a las matrices culturales en lugar de preocuparnos por desarrollar una cultura propia. Luego Estados Unidos decidió dejar de mirar a París y todos empezamos a mirarlos a ellos. La posguerra mundial desarrolló un panamericanismo comandado por Estados Unidos por el temor de que allí tenían a los dictadores que se estaban adueñando de los países: Perón o Getulio Vargas. Así, históricamente, los norteamericanos miraron a Latinoamérica para protegerse. Luego volvieron a mirar para desterrar el comunismo y calmar a su izquierda".
Segawa no pone reparos a hablar sobre el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, que comenzó sus campañas prometiendo tres comidas al día para todos los brasileños y hoy se ha moderado. ¿Dónde ha quedado su revolución? "Hoy es mucho más conservador que Chávez o Evo Morales. Pudo ser una estrategia propagandística, pero yo creo que la realidad, en un país como Brasil, no permite cambios radicales. Hay situaciones muy arraigadas. Lula ha sido candidato tres veces. Y sólo ha ganado con el discurso más moderado. La izquierda se siente traicionada, pero él ha debido adaptarse al gusto de la mayoría de votantes. ¿Cómo puede haber una mayoría conservadora en Brasil? Las tremendas desigualdades sociales generan momentos de crisis aguda. Pero no hay que engañarse, son momentos puntuales. Hay muchos más momentos de conciliación".
Hubo un movimiento moderno en Suramérica que logró que un estilo arquitectónico universal y global tuviera una versión local. En los años cincuenta, la arquitectura de Brasil consiguió gran prestigio internacional. "Duró hasta que se construyó Brasilia. Tropicalizaron a Le Corbusier. Y gracias a esa adaptación, los países suramericanos comprendieron que el movimiento moderno podía también hablar un idioma local".
La tropicalización se traducía en elementos que hoy llamaríamos sostenibles. "Suramérica está atravesada por los trópicos. Le Corbusier no diseñaba para países en los que el control solar es fundamental. Construíamos para mantener el fresco y evitar el sol excesivo. Antes de que Le Corbusier diseñara Chandigarh, en Suramérica ya habíamos hecho arquitectura moderna en países pobres. La adaptamos a nuestras necesidades. Ésa es la clave. Los brise soleil no existían en la arquitectura moderna. Luego gustaron y hasta en Finlandia los copiaron en sus fachadas sin necesitarlos, como un formalismo". También las formas curvas de Hadid, Koolhaas o Calatrava remiten al tropicalismo. "Y Foster. El Evening Standard insinuó en enero de 2007 que su proyecto para Wembley está inspirado en el que Niemeyer dibujó para Maracaná en 1941 con un arco para sostener una cubierta. No ganó pero fue publicado. La referencia era el Palacio de los Sóviets".
Inspiraciones flagrantes como ésa dan qué pensar a este historiador que considera que mucha parte del genio de arquitectos famosos se debe al desconocimiento generalizado. Así, parte de su trabajo ha consistido en reivindicar la obra de arquitectos geniales desconocidos como Vilanova Artigas, por ejemplo. "Cuando Ignasi de Solà-Morales vio la Facultad de Arquitectura preguntó por qué nadie sabía nada de este arquitecto que murió casi como un desconocido. La prensa internacional no se interesaba. No escriben sobre la arquitectura suramericana por desconocimiento. Pero el resultado es que parece no existir".
Hubo mucha gente que no entendió que le dieran el Pritzker a Mendes de Rocha. Hugo Segawa lo explica: "Desde los años cincuenta hace cosas como Tadao Ando, pero mucho antes de Tadao Ando. Trabajaba con sistemas. De la silla hasta el edificio. Hace una arquitectura integral y racional dominando todas las escalas", señala. Y atribuye su tardío reconocimiento a la dictadura que gobernó su país en los años setenta. "Durante esos años, internacionalmente se publicó poco sobre arquitectura brasileña. Aunque había buenos trabajos, no interesa destacar nada positivo de un régimen negativo. A veces la mejor arquitectura se ha dado con los peores regímenes. No puede ser casualidad que en cuanto acabó la dictadura se descubrió la arquitectura brasileña que no cambió de un año para otro".
Segawa cree que el desconocimiento de sus grandes autores ha sido una de las claves por las que la arquitectura suramericana está todavía por descubrir. Está convencido de que el uruguayo Eladio Dieste o el colombiano Rogelio Salmona, que tuvieron reconocimiento tardío, en otros países hubieran sido reconocidos como genios. Incluso el mexicano Luis Barragán, hoy muy conocido, fue ignorado internacionalmente durante su vida. João Figueiras Lima es otro de esos casos. Para Segawa, "superó a Niemeyer porque Niemeyer tenía ideas pero no era fino en los detalles. Cuando trabajaba con buenos arquitectos, como cuando hizo el edificio para el Partido Comunista de Francia con Jean Prouvé, el resultado fue excelente. Pero cuando trabaja solo flaquea. Lelé (Figueiras Lima) lo hace todo. Y lo cuida todo. Ahora mismo, con 74 años, está haciendo hospitales prefabricados humanos, en los que la gente no se siente mal. Una arquitectura económica, hermosa y humana. Es una figura extraordinaria. Domina todas las escalas. Se puede imitar su manera de pensar, pero no su trabajo. Se preocupa de los procesos y eso es inimitable".
Segawa urge a recuperar la memoria. "Cuando hablamos de un arquitecto nuestro en Europa no lo conocen. ¿Cómo vamos a profundizar sobre lo que no se conoce? Primero debemos darlo a conocer. Estamos en una fase muy primitiva. Los arquitectos suramericanos que se conocen son los que han salido. Pero hay otra realidad". La lista de desconocidos, que encabeza Figueiras Lima, es larga. Fernando Chacel, de Río de Janeiro, es un paisajista discípulo de Burle Max. "Hoy el más importante de Brasil. Si Burle Max introdujo el acercamiento ecológico al paisaje. Si su apuesta era por la vegetación. Y el diseño era el resultado del comportamiento de esa vegetación: la exuberancia tropical, la biodiversidad. Si su dominio del paisaje era botánico y su gran contribución fue crear nuevas naturalezas. Hoy Fernando Chacel ha evolucionado esa idea de ecogénesis recuperando áreas degradadas gracias a restablecer su ecosistema. En Río de Janeiro ha recuperado zonas de manglares. Hay que dejar que la vegetación y la fauna vuelvan y se recuperen. Chacel ha logrado crear naturaleza artificialmente, por eso para mí es el heredero de Burle Max".
Aunque admite que el reconocimiento de Lina Bo Bardi corrió mejor suerte, "hizo una arquitectura de conceptos fuertes y por su herencia se recuperó", la lista de reivindicaciones de Segawa continúa. "Hoy Marcos Acayaba también ha superado a su maestro Mendes da Rocha. Hay más arquitectos jóvenes que siguen la línea de Da Rocha. Pero repiten los errores. En cambio, ocasionalmente, hay gente que lo supera. Acayaba, por su sentido de los materiales, ha abierto caminos. Los estudiantes lo miran como a un faro que indica por dónde ir. Ha hecho casas de madera prefabricadas, que combinan industria y artesanía. Representa a la arquitectura de São Paulo que es distinta de la de Río. No son escuelas distintas. Sino líneas distintas. La paulista es una continuación de la de Río a partir del pensamiento estructural de Niemeyer, es decir, la expresividad de la estructura que soporta un edificio: los voladizos, la curva, el hormigón. Los paulistas parten de esa arquitectura carioca pero la vuelcan a una discusión social más fuerte: de participación ciudadana".
¿Niemeyer ha eclipsado a los demás? "En cierto sentido, sí. Ocupó un momento histórico. Pero tapó mucho de lo que se hacía en Brasil. Internacionalmente pasó lo mismo con Alvar Aalto. Brasil es Niemeyer y Finlandia, Alvar Aalto. Así, Niemeyer ha sido a la vez odiado e imitado".
Segawa admite que con cien años es difícil saber hasta qué punto continúa diseñando. "Regresó a la prensa internacional hace 10 años con el museo en Niterói. Luego lo invitaron a hacer el pabellón de la Serpentine Gallery en Londres. La prensa británica, The Guardian, lo comparó con un estreno de Alfred Hitchcock. Era como volver a ver a Greta Garbo". Más allá de las curvas de Niemeyer, Brasilia es la otra aportación conocida de la arquitectura brasileña. ¿Cuál es la lección de Brasilia casi 50 años después? "Cuando se inauguró hubo muchas críticas. El racionalismo se estaba apagando. Y representaba el límite del urbanismo moderno. En los sesenta, cuando se empezó a publicar, era una ciudad nueva y, por lo tanto, un poco desértica. Hoy se ha poblado, es una gran ciudad y ofrece un modelo. Frampton, Rykwert y Tafuri escribieron con mucha dureza sobre Brasilia. Pero lo hicieron durante la dictadura. Y no hay que confundir las cosas. Ésta es una ciudad criada en la democracia y desarrollada en la dictadura. Fue la capital de la dictadura. Los brasileños la consideran la mejor ciudad de Brasil, un espejo del país. Claro que hay desigualdades, pero son menos fuertes que en Río o São Paulo. Es una ciudad con infraestructuras, ofrece seguridad y calidad de vida. Hay muchas Brasilias: la de Niemeyer y Lucio Costa y la ciudad satélite. Pero incluso en el extrarradio, los brasileños gozan de la ciudad. Es monumental y, sin embargo, la gente se la ha apropiado y la disfruta. Ofrece otra manera de vivir. Por eso la Unesco la hizo Patrimonio de la Humanidad. Brasilia se pensó deliberadamente como una ciudad para el coche. Pero hoy todo el mundo tiene coche. Incluso quienes viven en favelas. Brasilia es un centro histórico moderno cercado por la ciudad tradicional. Allí ocurre lo contrario que en las ciudades europeas. El centro tiene horizontes abiertos, áreas verdes, acceso a los lagos y eso ofrece una calidad de vida altísima. Una persona pobre que vive en Brasilia vive mejor que alguien con la misma renta en Río de Janeiro".
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