Gaza

Supongo que hoy debería ocuparme de la economía, pero no puedo dejar de pensar en una mujer. La división con decimales representa para mí, y para mi vergüenza, una particular frontera del más allá, pero la superficialidad no es obstáculo, y si no, ahí está Arias Cañete, encontrando hueco en todos los telediarios para unos diagnósticos que parecen pura literatura de terror. Claro, que ese género siempre ha tenido la ventaja de proporcionar un amable sucedáneo del terror auténtico, y por eso, la mujer en la que pienso desaparecerá muy pronto de unos titulares donde la peor noticia volverá a ser que se matriculan menos coches. Esa palestina de Gaza no tiene ninguno, así que se encaramó como pudo en el primer camión que pasó por su lado. Y no es que se muriera de ganas de comprar, no. Es que tiene una hija diabética y se había quedado sin insulina.
Las pequeñas tragedias se estrellan contra las grandes palabras. Ahora que el liderazgo de Rajoy en el PP ya no es una simple crisis, sino toda una rebaja de enero, que se precipita sin remedio desde el cincuenta por ciento de descuento hacia el gran remate final, Aznar ha vuelto a pasear su melena por los escenarios. Debutó en Israel, pidiendo más caña con un lenguaje de hace medio siglo. No queremos ser ni rusos ni chinos, dijo, a estas alturas. Estoy segura de que le aplaudieron mucho, tanto como en el congreso de la AVT, donde se habló sin parar de justicia, de sufrimiento y de derechos humanos, pero nadie se acordó de los palestinos de Gaza. ¿Para qué, si les da lo mismo que el próximo presidente norteamericano sea un negro o una mujer? Gane quien gane, ellos seguirán perdiendo y nosotros, antes o después, volveremos a comprar más coches. Y cuando alguno estalle por los aires, todavía sobrarán cínicos para preguntarse de dónde ha salido tanto odio al mundo civilizado.
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