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Columna
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¿Me estaré convirtiendo en Sebastià Serrano?

Este viernes me detuve en una entrevista de la periodista Ima Sanchís a Gabriel Luelles, inventor de la minipimer. En un despiece, Sanchís explica que el señor y su esposa le parecen tan compenetrados que les propone aparecer juntos en la foto. "La historia de esta pareja encantadora es conmovedora por lo auténtica", escribe también. Aficionada como soy a las historias de amor, me sumerjo en el texto. Y así, me entero de que Luelles -a quien admiro de manera incondicional- explica que cuando se casó tenía 43 años y su esposa, 39, que no han podido tener hijos, pero que los amigos les dicen que a pesar del tiempo que hace que están casados se les ve muy felices, a lo que él responde siempre que es muy sencillo: que él quiere hacer feliz a su señora y ella a él. Y al final añade: "Yo tengo una ventaja. Al casarme a los 43 años yo ya sabía lo que quería. No buscaba pasión, sino armonía".

Espero no tener nunca que verme escogiendo la armonía y renunciando a la pasión

Ostras. De manera que Luelles es de los que piensan que no se puede tener todo. O se tiene pasión o se tiene armonía. O se tiene primero pasión y luego armonía exenta de pasión, pero las dos cosas no pueden ser.

Sé que hay mucha gente que piensa como Luelles. La mayoría de mis amistades casadas y la mayoría de mis amistades solteras. Por lo que me cuentan, les pasa lo que le ocurría al protagonista de una novela de Juan Eslava Galán, En busca del Unicornio, que leí hace muchísimos años, porque en casa de mi vecino compraban todos los premios Planeta (y de esta novela todavía recuerdo la impresionante frase del final: "Y yo me quedé solo y sin camino"). Pues bien, el personaje, que participaba en una expedición en África, tenía una amancebada -creo que era la única mujer del grupo-, mientras que sus compañeros de fatigas copulaban con las nativas que se iban encontrando. El caso es que él sentía envidia de los que copulaban alegremente con las nativas, y los otros sentían envidia de él, por tener una novia fija.

De todas formas, conozco a casados adúlteros que viven con la misma armonía exenta de pasión la aventura que tienen con su amante y conozco a casados sin pasión que, encima, viven en un estado de desarmonía inaguantable. Y a casadas que encadenan amantes con los que viven pasiones de un mes y medio o dos, para luego volver a la armonía de su marido. Pero yo, que soy una persona pesimista que, por tanto, piensa que todo irá mal, que nada durará y que las cosas se estropean, sí que lo quiero todo. Al menos, ya que irá mal, que sea increíble mientras dure (y, quién sabe, igual dura siempre). Nunca me han gustado las rebajas, y tener armonía a cambio de no tener pasión es una gran rebaja. Puedo no beber nada, pero soy incapaz de tomar sólo una copa. Por eso, lo quiero todo o nada, y espero no tener nunca que verme escogiendo la armonía y renunciando a la pasión. Si tiene que ocurrirme algo, que sea lo que a la gran Rocío Jurado, que cantaba "se nos rompió el amor de tanto usarlo". No puedo hacer como los perros, que entierran huesos por si acaso. Yo tengo que empacharme hoy y no guardar nada para mañana. "La pasión durante toda una vida sería inaguantable", dicen algunos psicólogos a los que jamás contrataré. Pues eso será para ellos. Yo voy por libre. Además, ya estoy acostumbrada a que todas estas personas que opinan que o se tiene pasión o se tiene armonía me pregunten, por ejemplo, si prefiero a los Beatles o a los Rolling Stones, si me gusta más la carne o el pescado o si ya he comprobado que se quiere más a los hijos que al padre de éstos. Para ellos escoger es casi un deber. Pero a mí me gustan tanto los Beatles como los Stones, me encanta la carne y me encanta el pescado y siento pasiones distintas e igual de intensas tanto por los hijos como por el padre que los hizo posibles en una madrugada de armonía y pasión.

moliner.empar@gmail.com

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