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Reportaje:FITUR | CRUCEROS

A bordo de la reina de las olas

De Nueva York al Caribe, en un exclusivo transatlántico

Eran las siete de la tarde, ya de noche, y hacía mucho frío. Se sentían bastantes menos grados de los cinco que marcaba el termómetro. El viento helado servido directamente desde Canadá parecía llevar la humedad no sólo del río Hudson, sino también de la inmensa bahía con el mismo nombre que baña Ontario y Quebec mucho más al norte. Pero merecía la pena empezar el viaje bajo el riesgo de un catarro. No siempre se tiene la oportunidad de ver alejarse Manhattan; la Estatua de la Libertad, más cerca, y, sobre todo, pasar por debajo del puente Verrazzano, el más largo de Estados Unidos y punto de salida de los maratones de Nueva York, comprobando que la enorme chimenea del Queen Mary 2 salva el vano de 67 metros por sólo tres o cuatro. El inmenso QM2 tiene 72 de altura, pero hunde su quilla entre 11 y 12. Sólo pasa holgadamente el Golden Gate de San Francisco, una excepción entre los grandes puentes del mundo, que se eleva hasta los 80 metros, al haberse construido entre montañas.

La Reina de los Mares atraca en el Pier 12 de Brooklyn, su macrocasa portuaria en Nueva York. Era un reencuentro especial tras tenerlo 15 días como hotel flotante en el puerto de El Pireo ateniense durante los Juegos Olímpicos de 2004. Entonces sólo fue un mal sueño para los gigantes del frustrado dream team de baloncesto estadounidense, que descansó en este barco su fracaso.

Esta vez tocaba navegar. El viaje no era estático, sino real, una de sus muchas ofertas. Un atractivo trayecto, al combinar el frío del centro del mundo para tantas cosas con el calor de playas paradisiacas en vísperas del invierno. Y a precios razonables, alejados de los de otras compañías, también exclusivas, de barcos más pequeños. A una velocidad media de aproximadamente 40 kilómetros por hora (de 20 a 25 nudos), con la propulsión de sus cuatro enormes motores Rolls-Royce, bajando desde el paralelo latitud 40 Norte de Nueva York hasta el 13 de Barbados, la isla más al sureste de las Pequeñas Antillas, recalando en otras cuatro. Cruzando desde el meridiano longitud 74 Oeste hasta el 59. Incluso con una hora de cambio en los relojes.

Diseño y eslora

El QM2 es gigantesco, pero no asombra sólo por eso. Siempre será especial, tanto en historia heredada como en línea de diseño. Su casco es más estilizado y tiene aún más eslora (345 metros) que los dos monstruos botados en 2006 y 2007 por Royal Caribbean, la rival de Carnival (propietaria de Cunard, la casa madre del QM2). El Freedom of the Seas y el Liberty of de Seas tienen más manga (56 metros por 41), para así desplazar 160.000 toneladas, unas 10.000 más que el QM2. Y son "más movidos", no tan clásicos.

En 2009, el proyectado Génesis los superará a todos, pero el QM2 (tres campos de fútbol de largo y un edificio de 25 pisos de alto) nunca perderá el toque de señorío que tanto se echa de menos a veces en estos tiempos de aluvión. Combinando lo moderno con lo tradicional; lo enorme con los detalles. Majestuoso.

Dos días y medio desde la salida de Nueva York hasta el Caribe parece el margen ideal para empezar a disfrutar del barco y sus enormes dimensiones. Pero no es suficiente y vale más dejarse llevar. Es una ciudad ordenada para el ocio... con clase. Como el inmenso salón central de siete pisos, con ascensores acristalados, por el que cruzan los dos grandes pasillos con murales en los que se pueden encontrar grabados hasta de Don Quijote y Sancho Panza.

A ambos extremos, aparte de tiendas, casino, bares, salas de baile y discotecas, destacan el grandioso restaurante Britannia, el Royal Theatre y el planetario-cine, todos con más de 1.000 personas de aforo, acordes con los más de 2.500 pasajeros por viaje. En los pasillos de popa, adornadas sus paredes por fotografías y anécdotas de pasajeros famosos del antiguo QM2 (museo ahora en Long Beach, California), desde estrellas de Hollywood a presidentes, se siente la emoción del pasado.

Rumbo a Tórtola

Ya en el Caribe, el ritmo cambia durante cinco días, uno por isla. Las excursiones en cada escala ofrecen lo más variado imaginable. Desde Road Town, en Tórtola, la mayor de las islas Vírgenes Británicas, se debe ir (salvo que las playas estén cerradas por las secuelas de los huracanes veraniegos), a Virgen Gorda (porque a Colón le pareció al verla una mujer gruesa arrodillada). Los baths, piedras como cantos rodados enormes, son únicas.

En St. Kitts y Nevis (que forman un miniestado independiente desde 1983; 261 kilómetros cuadrados y 38.500 habitantes), es curioso comparar las playas con aguas bravas que baña el Atlántico y las tranquilas que dan al Caribe. En medio, a media montaña, los monos verdes que viven salvajes desde que los liberaron los franceses al pasar la isla a manos inglesas.

Bridgetown, Barbados (porque los portugueses vieron las casuarinas, una variedad de ficus cuyas ramas caían como madejas hasta el suelo), era el punto de retorno más al sur. Casi 2.000 millas náuticas navegadas, más de 3.500 kilómetros, para bucear entre tortugas, pasar por el lujoso balneario Sandy Lane, que cerró para que se casara Tiger Woods, y bañarse en playas de arenas blanquísimas. Al día siguiente, de nuevo hacia el norte, hasta Santa Lucía, otro nombre elocuente colombino, donde al igual que en Tórtola, por falta de calado, el QM2 fondea a milla y media del puerto de Castries. Sus transbordadores, con capacidad para más de 150 personas, se mueven entonces las nueve horas de la escala. Allí, la visita en catamarán hasta los Pitones, los dos picos distintivos de la isla y del Caribe volcánico, también es obligada.

Ocurre algo parecido en la última escala de St. Thomas, en las islas Vírgenes estadounidenses. Las joyas no están en las compras, sino en las playas de la isla vecina, Saint John, comprada por Lawrence Rockefeller y regalada a su país para ser convertida en parque natural. Un paraíso casi al lado de Tórtola para cerrar con la mejor despedida el recorrido caribeño. Quedan otros dos días y medio de descanso hasta ver el hermoso y frío amanecer de Manhattan; 3.876 millas en total, 7.180 kilómetros, bastante más que cruzar el Atlántico. Un mundo y un viaje para recordar. Diez días de lujo, por 1.500 euros por persona.

GUÍA PRÁCTICA

CUNARD ya ha puesto en la calle su folleto de cruceros para viajar hasta abril de 2009 en los tres barcos de su flota: el Queen Elisabeth 2, el Queen Mary 2 y el Queen Victoria, que debuta esta temporada.

En el caso del Queen Mary 2, la programación abarca desde escapadas de dos noches entre Southampton (Reino Unido) y el puerto francés de Cherburgo hasta la vuelta al mundo en 85 noches. También hay travesías transatlánticas, en uno o en ambos sentidos, entre Nueva York y el puerto inglés de Southampton; cruceros de entre 10 y 15 noches por el Caribe, con salida y llegada en Nueva York o en Fort Lauderdale; rutas otoñales por los puertos de Nueva Inglaterra; cruceros de 12 y 18 noches por el Mediterráneo... La gama de precios es enorme, de los 500 euros que cuesta la escapada de dos noches en camarote interior y con reserva anticipada a los 159.360 euros que cuesta la vuelta al mundo en el mejor camarote del barco.

- www.cunardspain.com

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