A Manuel Marín
Cualquier ciudadano que haya tenido ocasión de presenciar un debate en el Congreso lo habrá observado. Los diputados no acostumbran a desconectar sus móviles. No sólo hablan durante las sesiones, también los utilizan para orquestar por SMS protestas y abucheos desde la trinchera de los grupos parlamentarios. También habrá observado el diálogo de sordos entre los oradores, entrenados, parece, a contestar cualquier cosa menos lo que se les ha preguntado. Produce bastante vergüenza, no sabe uno hasta dónde considerar propia o ajena. En este momento de revisión histórica puede constatarse cómo algunos hitos de las últimas décadas han quedado representados por escenas ocurridas, precisamente, en el Parlamento. Eso debe ser síntoma de salud democrática. Fotogramas que retratan a Alberti y Pasionaria emocionados de verse en el Congreso, a Gutiérrez Mellado tratando de reducir a Tejero, o a Suárez firme en su escaño entre la lluvia de proyectiles. Manuel Marín lleva cuatro años apelando al respeto a los ciudadanos para evitar que las imágenes que prevalezcan de esta legislatura sean la de Solbes desgranando los Presupuestos ante un hemiciclo estrepitosamente vacío, o la de Pujalte insultándonos a todos. No es seguro que lo haya conseguido, pero su empeño en dignificar el debate parlamentario y desasilvestrar a sus señorías no ha pasado desapercibido. Gracias.
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