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Reportaje:

"No te sueltes, hijo"

Los desapariciones de Mariluz, Amy y Yeremi viven con angustian a pueblos enteros

Antonio Jiménez Barca

Hace una semana, Mariluz Cortés, de cinco años, le pidió a su madre Irene un euro para ir al quiosco de las chucherías de la esquina. La niña salió a la calle, atravesó la plazoleta. Eran más o menos las cuatro y media. Lloviznaba y hacía frío en Huelva esa tarde de domingo. No había gente por la calle. Dobló a la izquierda en la primera esquina y caminó unos cincuenta metros por la acera de una avenida de dos carriles por sentido. Llegó al quiosco, pidió una bolsa de patatas fritas. Los chavales que hablaban con el quiosquero fueron los últimos que la vieron.

¿Dónde está la niña?

Media hora después la angustia más espeluznante se apoderó de la familia. La alarma saltó a todo el barrio gitano de El Torrejón; desde ahí se expandió a todo Huelva y a España entera.

La policía asegura que no hay más desapariciones que otros años
En el barrio crecen los rumores. Alguien dice haber visto a la niña en un autobús

El caso se suma al de la adolescente irlandesa Amy Fitzpatrick, de 15 años, desaparecida en Mijas (Málaga) hace 20 días y al de Yeremi Vargas, de nueve años, que falta de su casa de Gran Canaria desde marzo.

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La noche del domingo, los familiares de Mariluz organizaron batidas para buscar a la niña. Se acercaron a las obras cercanas, miraron en los bajos de los edificios en construcción que rodean el barrio. Desde el primer momento sospecharon de un vecino con antecedentes penales. Se acercaron a su casa con intención de asaltarla. La policía lo impidió, pero tomó nota de la sospecha. A la mañana siguiente este hombre huyó a Granada. Sin embargo, los especialistas policiales le han localizado, interrogado y registrado su casa. Está considerado sospechoso, pero no hay ninguna prueba contra él y está en libertad.

La policía no descarta tampoco que el caso responda a una venganza entre familias gitanas. Pero nada está claro. Sólo que Mariluz no aparece: se la busca ya no sólo en Huelva, sino en Sevilla y en Portugal, y no sólo en los solares cercanos, sino en el vertedero municipal o en las marismas del Odiel y el Tinto.

El padre de la niña, Juan José Cortés, es ocasionalmente pastor evangelista y fue entrenador de los infantiles del Recreativo de Huelva. Regenta una pequeña empresa de albañilería. Cuando habla en público se expresa con soltura, con determinación, en voz baja pero firme.

En el barrio de El Torrejón se disparan los rumores: alguien asegura que vio a la niña en compañía de otras dos menores esa tarde de domingo; otro dice que le pareció verla llorando en un autobús, o a bordo de una sospechosa furgoneta blanca... nada es cierto, o por lo menos nada ha podido comprobarse. "Y estas falsas alarmas no hacen sino producir más dolor si cabe", resumía el padre el miércoles.

La psicosis no para aquí. "Dicen que en Motril un tipo encapuchado quiso llevarse un niño de los brazos de su madre", comenta Ricardo Suárez, primo de la madre de Mariluz. "¡Son bandas organizadas!", añade.

El caso tiene una base. Una madre de Motril, efectivamente, denunció que un hombre trató de llevarse a su hija. Pero la policía asegura que no se trataba de un intento de rapto, sino de un perturbado o de un bromista con mala sangre que salió después corriendo.

Pero el miedo se propaga casi solo y lo deforma todo. Así que tras escuchar a Suárez decir lo de Motril, una vecina espantada agarró con cierta desesperación la mano de su niño y se marchó para su casa gritando: "No te sueltes de mí, hijo, por Dios, no te sueltes".

La policía asegura que no hay más denuncias en España de desapariciones que otros años, que no se ha producido un aumento de los delitos de secuestro, que no hay razones para una alarma general. Los tres casos citados, el de Mariluz, el de Amy y el de Yeremi responden a sus propias características aisladas. En una palabra: no hay una ola de desapariciones.

Cada año se producen alrededor de 14.000 denuncias por este motivo. De ellas, el 60% son de menores que se fugan de casa y la mayoría aparece, antes o después. Ahora mismo, la policía contabiliza 9.000 denuncias vivas que esconden, eso sí, todo tipo de situaciones: muchas son relativas a personas que se van de golpe de casa y no quieren que las encuentren.

Pero los agentes centrados en desapariciones conservan una carpeta especial y siniestra. Agrupa los casos considerados "inquietantes": ahora hay 100 nombres en ella, de ellos unos 20 menores. Cada año se incorporan 10 casos. El de Yeremi Vargas y el de Mariluz Cortés son dos de ellos.

No así el de la irlandesa Amy. Su rastro se perdió la noche de Año Nuevo en el camino que une la casa de su mejor amiga con la de su madre. Desde el primer momento, los investigadores han barajado como principal hipótesis que la adolescente se ha marchado voluntariamente, ya que cuando discutía con su madre solía pasar noches fuera de casa. Aunque conforme pasa el tiempo esta hipótesis se debilita y el caso gana posibilidades de pasar a la carpeta negra.

En Gran Canaria siguen sin noticias de Sara Morales (la adolescente de 14 años que desapareció en Las Palmas el 30 de julio de 2006), ni de Yeremi Vargas. Ahora, la investigación se centra en un individuo de Las Palmas, propietario de un crematorio de perros, condenado en 1999 por el intento de violación de su propia hija, de dos años, que fue detenido al tratar de raptar a una niña que logró zafarse en el último momento. Pero no hay nada todavía.

Esa angustia de no saber y de imaginarse lo peor a cada paso carcome el corazón de las familias. Esta semana, la abuela de Mariluz se acercó de pronto a los micrófonos de los periodistas y exclamó: "La niña lleva mi nombre, que nos la devuelvan, que la pongan en un taxi y nos la devuelvan, porque si no vamos a ir cayendo todos detrás".

Con información de Manuel J. Albert, Juana Viúdez y Juan Manuel Pardellas.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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