Pelea entre gigantes
Un detective privado que investiga crímenes en el Berlín tomado por los nazis donde desaparece gente a diario? Contado así puede sonar demasiado arduo. Pero Philip Kerr (Edimburgo, 1956) no parece un escritor fácilmente encasillable. Hace más de una década, creó el personaje de Bernie Gunther -un ex policía que deja el cuerpo cuando los nazis empiezan a limpiarlo ideológicamente- como protagonista de sus novelas policiacas. Entonces conectó con los fanáticos del género negro con tres novelas espectaculares: Violetas de marzo, Pálido criminal y Réquiem alemán. A través de Berlín Negro, su tetralogía sobre el nazismo y la II Guerra Mundial, se divisa un paisaje que no cuentan los libros de historia, el de los alemanes que, día tras día, miraban para otro lado mientras el nacionalsocialismo se adueñaba de todo, seguido de la ocupación del país por los aliados y el reparto de Alemania en medio de las barbaridades de los ivanes. Pero el pasado verano, tras 14 años de silencio, sorprendió en España a sus seguidores con una nueva entrega, Unos por otros (RBA), en la que herr Gunther, que ha sobrevivido al frente ruso y a un campo de concentración, reaparece en 1949 en Múnich para enfrentarse a organizaciones secretas destinadas a facilitar la huida de los verdugos del Tercer Reich o denunciar a los aliados que pretendían rescatar a los cerebros nazis como investigadores.
"Son los alemanes los que ahora han empezado a hablar y por ellos conocemos historias diferentes"
"La Segunda Guerra Mundial es el hecho más importante de los últimos 500 años y en los próximos cien se seguirá hablando"
Unos por otros ha vendido en España cerca de 10.000 ejemplares y su publicación se ha hecho coincidir con la reedición de la trilogía Berlín Negro de la que se han despachado casi 15.000 copias, pero el autor reconoce que sus novelas policiacas se aprecian más fuera del Reino Unido. Kerr se mueve con soltura entre la intriga y la fantasía. Con más de una docena de novelas en su currículo, en el Reino Unido se le conoce, sobre todo, por su literatura infantil. Bajo el seudónimo de P. B. Kerr ha creado la saga Los hijos de la lámpara, protagonizada por dos hermanos con superpoderes. Los niños pertenecen a la raza de los djinn, genios como Aladino, que viven encerrados en recipientes y tienen unas peculiares reglas de comportamiento a la hora de conceder o no los deseos de quienes los liberan. Los derechos sobre una de las obras -la editorial Alfaguara ha publicado cuatro títulos en España- han sido adquiridos por Spielberg para llevarla al cine.
Kerr vive en el barrio londinense de Wimbledon, en una casa unifamiliar en la que ha habilitado el sótano como rincón de trabajo, pero, como muchos famosos, ha elegido un club privado para la entrevista: The Groucho, entre Oxford Street y el Soho, en una calle donde abundan las tiendas de ropa interior picante y los portales donde se anuncian modelos en el portero automático, un eufemismo como otro cualquiera para camuflar la prostitución. El club, fundado en 1985 por un grupo de dibujantes, es uno de esos sitios de decoración minimalista donde los hombres leen el periódico y se puede charlar sin ser molestado. Kerr llega puntual y provisto de paraguas. Acaba de caer una tormenta impresionante, pero ahora brilla el sol. Su chaqueta azul marino, su pantalón gris y su cartera de mano negra le dan un aire de hombre de negocios. Relajado, cordial y mordaz, Kerr reconoce que fue, en parte, la presión de los seguidores de Bernie Gunther lo que le animó a recuperar a su detective, un tipo duro, que siempre parece tener la frase oportuna -"abofetear a alguien, hacer que la boca le sangre, amenazarlo con una porra de goma, llamarlo repugnante degenerado y luego quedarse con algunas de sus revistas guarras; eso era lo que significaba estar en la Kripo"- y un rendido admirador de las mujeres -"no era posible ignorar que Lotte Hartmann era atractiva. A algunas mujeres, las miras y calculas con cuánto tiempo estarías dispuesto a conformarte. Por lo general, cuanto más guapa es la chica, con menos tiempo piensas que estarías satisfecho"-, cuenta el personaje de Kerr en una de sus novelas.
PREGUNTA. ¿Por qué eligió ese momento de la historia para sus libros?
RESPUESTA. Hice un posgraduado en filosofía alemana y desde siempre he estado muy interesado en la manera en que comenzó el nazismo. Al principio quería escribir un libro sobre lo que ocurrió desde el punto de vista de un hombre normal. La mayoría de los escritores británicos hablan de la guerra y para mí la guerra era lo menos importante. Ése fue mi punto de partida. Me interesan los nazis como gente, siempre se los presenta como monstruos y eso resulta demasiado simplificador. Quería hablar de ellos como personas y, en cierta manera, tratando de entenderlos de ese modo hace que sea mucho más sorprendente e impactante lo que hicieron; es muy fácil despreciar a Hitler como un loco porque en cierto modo devalúa lo que hizo. No creo que lo fuera, era una persona y así hay que ver las consecuencias de su acción.
P. ¿Qué le impulsó a recuperar a herr Gunther después de tanto tiempo?
R. Cuando empecé a escribir sobre él me propuse no alargarme demasiado. Muchos escritores de novela policiaca cuando encuentran un detective se comportan como si tuvieran la gallina de los huevos de oro y escriben y escriben hasta aburrir. Acaban por convertir el escenario en un cliché. Mi idea era retomar al personaje en un contexto real; al recuperarlo ahora después de 14 años me encontré con un personaje más interesante porque con el paso del tiempo se ha convertido en un hombre mayor, como yo, con el que era más fácil comunicarme.
P. Pero su detective ya contaba con un número importante de lectores.
R. En Londres, no tanto. Es curioso pero cada vez que viajaba fuera de Inglaterra mucha gente me preguntaba cuándo iba a sacar otro libro de Berlín y no tenía previsto hacerlo hasta que, como Sean Connery, me dije eso de "nunca digas nunca jamás". Además me gusta esperar para contar historias porque de lo contrario no resultan creíbles. Tienes el personaje, pero no el tema.
P. ¿Qué papel juega el contexto en el que se mueve la novela?
R. Escribo tanto sobre el lugar y el momento como sobre el personaje. Me siento como un pintor puntillista o al menos intento seguir esa técnica: trazo pequeños puntos de color que parecen tener importancia cuando estás cerca pero que cobran significado cuando te separas. Contienen muchos detalles; la mayor parte de los escritores que abordan este periodo de la historia se concentran en grandes temas y hacen que se pierda claridad. Personalmente intento concentrarme en pequeñas cosas que quizás tengan mayor sentido para la novela.
P. Violetas de marzo arranca en 1936 con los Juegos Olímpicos y el Gobierno alemán empeñado en esconder bajo la alfombra toda la basura que empezaba a generar el Tercer Reich: energúmenos por las calles obligando a la gente a saludar brazo en alto, la creación de una policía paralela, una justicia dedicada a justificar al régimen y los opositores encerrados en campos de concentración o flotando en las aguas del Havel. ¿Cómo consigue la documentación para crear la atmósfera que acompaña a los libros?
R. Sobre todo contrastando distintas fuentes, pero también realizo un montón de visitas y paseos por las ciudades de las que hablo. En mi caso, es muy importante comportarme como un actor de método y proyectar todo lo que he aprendido sobre lo que escribo. El truco de un escritor pasa por dar la impresión de que sabe más de lo que sabe.
P. Los alemanes denominaban con cierto desprecio "violetas de marzo" a los que se afiliaron al partido nazi al ganar Hitler las elecciones. ¿Ha conocido a muchos tipos así?
R. No he conocido a demasiadas personas de esa época, además no es frecuente que ese tipo de oportunistas quieran hablar. Sin embargo, he descubierto que algunos alemanes sí que están preparados para hablar de lo que ocurrió, sobre todo, los berlineses porque tuvieron que enfrentarse a ello. En ningún caso ocurre eso con los vieneses que nunca se vieron obligados a recuperar su pasado y no desean tocar ese tema. Tampoco he encontrado a nadie que reconozca que hubiese ejercido la resistencia y eso hace que sea más fácil hablar de ello, la mayoría fueron liquidados.
P. Las nuevas fuentes sobre lo ocurrido en la Alemania ocupada por los aliados desvelan que hubo puntos oscuros.
R. Funcionaba una especie de doble moral. Ingleses, rusos y americanos, por un lado, juzgaban a los criminales de guerra y, por otro, les ayudaban. Sin embargo, no podemos tirar por tierra todo lo que hicieron. Tuvieron un periodo de preparación de unos tres años para gobernar Europa y en cierta manera no lo hicieron tan mal, especialmente si se compara con lo que ha sucedido en Irak.
P. Café, tabaco, coñac y tartas de chocolate o de manzana componen la dieta básica de Bernie Gunther. Nada que ver con la pasión por la gastronomía de Pepe Carvalho -el detective de Vázquez Montalbán-, el comisario Montalbano -personaje creado por Andrea Camilleri- o el teniente Jaritos -de Petros Markaris-. ¿Cree que, además de la comida, también se escribe distinto en el norte que en el sur?
R. Son las cosas que me gustan a mí y además me enfrento a un estereotipo propio de un país. Los alemanes nunca han sido famosos por su gastronomía, tampoco los policías que he conocido se alimentan demasiado bien, nunca comen de verdad, siempre están picando. Para mí sería imposible escribir sobre un policía italiano, sin mencionar su dieta, pero la gente del norte de Europa no presta tanta atención a la comida como la gente del sur, quizás sea por eso. Incluso Hitler era raro para el estándar de la época: medio vegetariano, no bebía ni fumaba y no parecía interesado en la comida, pese a ser vienés.
P. Herr Gunther parece un tipo íntegro, uno de esos hombres capaces de conservar la ironía en situaciones críticas. ¿En quién se inspiró para crearlo?
R. Está basado en mí mismo y en mis gustos, me proyecto totalmente sobre el personaje.
P. ¿También la parte que se refiere a las mujeres? Gunther parece un rendido admirador del género femenino.
R. Siempre hay alguna mujer peligrosa..., las mujeres lo son en general, pero sobre todo las guapas. El problema de Gunther es que piensa que las mujeres son demasiado buenas para él, las ve como una especie de diosas y de esa manera resulta muy sencillo salir decepcionado de las historias.
P. ¿Qué pesa más a la hora de contar una historia, la acción trepidante, los disparos y las traiciones, o los hechos históricos?
R. No busco conclusiones limpias y cerradas. El hecho de que el personaje central sea un detective no es importante. Se trata más bien de alguien a quien le ocurren cosas, un tipo de esos que parece que no se enteran mucho, no es uno de esos estirados que creen que lo saben todo y que son aburridos desde el principio. Entender lo que ocurre es como participar en una fiesta en la que nada es previsible.
P. La crítica le califica como ¡un clásico! y su detective parece un primo hermano de Sam Spade o Philip Marlowe. ¿Reconoce esa influencia?
R. Para mí es un halago que se me compare con semejantes autores. Lo curioso es que algunos de los altos cargos nazis eran admiradores de Hammett, sobre todo Goering y Reinhardt Heidrich. De Chandler o de Hammett admiro que siempre dicen lo correcto en el momento justo, tienen una inteligencia y un ingenio sorprendentes, son como personajes de Oscar Wilde y eso es lo que me gusta de ellos. Normalmente nos hacen pensar que son inteligentes aunque no suenen como inteligentes. Ahora todo el mundo se ha puesto a escribir historias de detectives que a mí me resultan muy tontas.
P. El próximo febrero viajará a Barcelona para participar en la BCN Negra. ¿Tiene la impresión de que existe en la actualidad una renovación de la novela popular, que viene de países tradicionalmente periféricos, de la literatura policial?
R. No presto apenas atención a las novedades del género. Me preocupo de mis asuntos, no miro hacia atrás para ver quién viene. Trabajo completamente independiente. Me provoca una sensación muy rara pensar que un escritor pueda formar parte de un grupo o de un movimiento. Personalmente elegí ser escritor porque no quería ser parte de nada. Por eso estamos aquí en el Groucho Club. Ya conoce esa frase que se le adjudica al propio Groucho Marx: "No me gustaría pertenecer a ningún club del que yo fuese miembro".
P. Durante la Segunda Guerra Mundial murieron alrededor de 80 millones de personas, tantas que los historiadores no parecen ponerse de acuerdo. ¿Cree que se ha aprendido algo de un suceso tan terrible?
R. Personalmente creo que muchas personas sí que han aprendido algo, pero no los políticos. Eso es lo que más me sorprende de ese y otros conflictos; seguramente nosotros aprendimos la lección pero no gente como Bush o Blair. La conclusión que debemos sacar de todo esto es que lo que sucedió no era una particularidad de los alemanes, gente muy civilizada por otra parte, y si les pudo ocurrir a ellos también nos podría suceder a nosotros.
P. Dos de las grandes novelas de la temporada, Las benévolas, de Jonathan Little, y la reedición de Vida y destino, de Vassili Grossman, copan las listas de ventas. ¿Cómo justifica el interés del público?
R. Personalmente considero la Segunda Guerra Mundial como el hecho más importante de los últimos quinientos años y en los próximos cien años se seguirá hablando. Los ingleses nunca hemos dejado de hablar de ello, se trata de un tema muy nuestro. Claro que para nosotros resulta más fácil porque ganamos la guerra y nos sentíamos con ese derecho. Son los alemanes los que ahora han empezado a hablar y por ellos conocemos historias diferentes. En estos últimos cinco años he visto películas como La vida de los otros o El hundimiento que me han interesado. Cuánto tiempo ha debido pasar para que los españoles hablen sin dolor de la Guerra Civil, todavía me sorprende cuando viajo a España y encuentro gente que no quiere hablar de Franco.
P. Será porque las heridas no han cicatrizado.
R. Es posible, aunque el Reino Unido tiene suerte porque en los últimos cien años no tiene nada de qué avergonzarse. Si eres alemán resulta muy difícil comportarse como un tipo patriótico y sacar la bandera. Nosotros no sentimos complejos por ser patriotas. Seguramente para un alemán es más fácil sentirse europeo que alemán, pero para los ingleses no.
P. El nazismo ha quedado como una de las grandes lacras de la humanidad y cualquier persona decente se considera antifascista, pero el comunismo no fue menos terrible y, sin embargo, todavía goza de cierta aureola épica. Fíjese en Hugo Chávez pidiendo poderes absolutos. Nuevamente parece que todo se decante del lado de los extremos. ¿Le preocupa esa bipolarización?
R. El comunismo se sostiene en la ignorancia y el romanticismo cuando en realidad el comunismo provocó tantas muertes como el nazismo; ese romanticismo no se encuentra para nada apoyado por los hechos históricos. En Venezuela perciben el comunismo como algo antiamericano y lo que quieren es molestar e irritar a Estados Unidos, pero los norteamericanos son tan estúpidos que no se dan cuentan.
P. Tampoco deben ser tan simples los venezolanos.
R. Claro, en ningún caso puedes culpar a la gente, les entiendes porque durante años el país fue gobernado por la CIA, que controlaba todas las empresas. Es normal que estén molestos dado que en los últimos cincuenta años lo único que hemos visto es que la política exterior de Estados Unidos era excesivamente intervencionista en lo que respecta a la vida de otros países, incluso ayudado por el Reino Unido, así que considero normal que la gente reaccione de esa manera. En la época colonial eran los ingleses los que irritaban y molestaban pero ahora ese papel lo juegan los americanos.
P. La historia está llena de imperios que han acabado mal.
R. Realmente lo que querían los alemanes no se diferencia mucho de lo que deseaban los británicos hace un par de siglos; pretendían un imperio británico y lo consiguieron, pero no se alcanzaron esas consecuencias porque no había suficientes periódicos que hablasen de ello; además, los alemanes tenían más prisa en conseguirlo. Lo que pasó en 1857 y que nosotros denominamos como el amotinamiento en la India, fue en realidad la revolución por la independencia. Si empezaron a matar gente fue porque pretendían que se les devolviera su país y los ingleses en respuesta a eso provocaron un genocidio y ésa es la palabra correcta para describirlo. No voy a dejar escapar tampoco a los españoles, puesto que lo que hicieron en Suramérica tampoco se diferencia tanto de lo que hicieron los nazis en el este de Europa y los ingleses en la India... Nadie se escapa, todos intentan hacer lo mismo, eso forma parte de la historia.
P. La solución del conflicto de los Balcanes, el problema de Kosovo, la dualidad belga, los nacionalismos regionales españoles y, últimamente, el nacionalismo independentista escocés. ¿Cómo percibe el futuro de Europa en este contexto?
R. A veces, cuando la gente forma parte de algo demasiado grande prefieren sentirse importantes en aspectos más pequeños. Se trata de algo que tiene que ver con la ignorancia pero eso es lo que está ocurriendo en Europa. Hay gente que no se siente europea porque necesita algo más reducido para reafirmar su identidad. Lo importante en la vida es dónde se va, no de dónde se viene; hay personas demasiado centradas en sus orígenes en lugar de preocuparse por el futuro. Si los irlandeses no estuviesen tan preocupados por si son protestantes o católicos y si los vascos no estuvieses tan preocupados por ser vascos quizás hubiese un poco más de paz... La gente parece demasiado preocupada por sentirse parte de una tribu, sucede lo mismo con el Real Madrid y con el Liverpool, eso es lo que los define.
P. Bueno, pero usted es del Arsenal.
R. Sí, pero no me peleo.
Casado y con tres hijos, Kerr estudió la carrera de Derecho antes de trabajar en Saatchi and Saatchi como publicista. Se trataba, dice ahora, de trabajos para ganarse la vida porque siempre desde que tiene memoria quiso ser escritor. En 1993 la revista Ganta le incluyó en su selección de los Young British Novelist más prometedores de la década. Pertenece a una generación literaria de lujo, la de Martin Amis e Ian McEwan. Pinta, toca el piano, le gusta la fotografía, los caramelos de violeta y es un apasionado de la historia en todas sus vertientes. Entre lo leído últimamente se queda con Llamadme Stalin, de Sebag Fontefiore, un ensayo sobre los años de infancia y juventud del dictador soviético. Como autor sigue compaginando la literatura para adultos y la infantil, aunque personalmente no encuentre grandes diferencias. Ha vendido miles de ejemplares con la serie Los Hijos de la Lámpara, escrita inicialmente para desenganchar a su hijo mayor de la Play Station.
P. ¿Ha conseguido que su hijo lea?
R. No fue complicado escribir para el público infantil y me siento orgulloso del éxito, pero no he triunfado con respecto a mi hijo: sigue enganchado a las maquinitas y empeñado en ver todo a través de una pantalla.
P. Autor de referencia entre los seguidores del género negro, en España se le descubre en cierto modo por Una investigación filosófica, un thriller futurista que transcurre en 2013. ¿Cómo ve ahora esa novela?
R. Reveladora; ahora nos preocupamos mucho por conocer qué es lo que motiva que la gente se convierta en criminal y eso ha derivado en una tendencia generalizada a restar responsabilidad a los hechos individuales. Las personas tienen que ser responsables de sus acciones, tanto si han tenido una mala infancia como si no. -
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