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Reportaje:

Un viaje sereno

La escultora Susana Solano modela y suelda en una nave de una antigua fábrica papelera en el Alto Penedés

Nos espera en una gasolinera de la ciudad del cinturón de Barcelona en la que vive. Aparcamos y subimos a su coche para iniciar el viaje, una media hora, hacia el estudio que la escultora Susana Solano (Barcelona, 1946) tiene en Gelida, un pueblo de la comarca del Alto Penedés. No lo habríamos encontrado solos. Al dejar la autopista descendemos hacia el camino que bordea la cuenca del Anoia, uno de los ríos míticos de las papeleras catalanas. Entra en las instalaciones de lo que fuera una antigua fábrica papelera y se para en la parte superior de la colonia fabril, frente a la vía del tren. El aire invernal y los plátanos sin hojas le dan un aire nostálgico acentuado por los cipreses que puntúan la antigua casa, hoy abandonada, que ocupaba el director de la fábrica. Al fondo se ve el cauce del río y, por encima, algunos viñedos que aún sobreviven en la zona. Su nave tiene las puertas metálicas decoradas con un gran grafiti espontáneo que parece gustarle. El taller está silencioso y helado. "En invierno hace mucho frío aquí y por eso vengo menos", comenta. Hay una pieza a medio hacer sobre una mesa, pero todo está ordenado e impoluto. "A principios de mes hice limpieza general y llené un contenedor con restos de piezas y cosas. Necesitaba ordenarme". Hace pocos días que acabaron las dos exposiciones que tenía en Madrid (en la galería Helga de Alvear y en la Fundación Ico) y la actividad se paró para ganar espacio mental y real. Junto a la mesa, además de herramientas, hay dos grandes soldadores, una estufa de leña, un carro con más herramientas, un viejo yunque... "Que conste que no soy hija de herrero, como dicen algunos. Mi padre era empresario y empecé a trabajar el hierro en Bellas Artes". Comenta que cada cierto tiempo construye un nuevo altillo en el que va situando las obras acabadas y embaladas. "Contra la piel IV" se lee en una de las cajas. Trabaja sola porque le gusta cerrar el taller cuando quiere. Y porque es así de independiente y de poco dada a buscarse compromisos no deseados. De los otros tiene muchos. Familia, amigos, viajes, cooperación...

y el arte, del que extrae cual zahorí la esencia del espacio metafórico que doma con sus esculturas. Al fondo, un equipo de música con algunos CD de Beethoven y de música jamaicana. "Cambio mucho, depende de las temporadas...". Todo es funcional y al tiempo hermoso. Como sus esculturas, el taller está lleno de sorpresas: rincones, altillos, sótanos, escaleras... Pero está pensado y diseñado de manera clara y precisa para vivirlo sin sobresaltos innecesarios. Los pies se hielan. Volvemos disfrutando del paisaje y de su conversación. Ha sido todo un viaje. Un placer.

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