Fervor estudiantil por China
El interés por el gigante asiático arrecia con los Juegos Olímpicos como referente
"En Valencia tenemos muchas cosas que nos unen a China", opina, sorprendiendo a quien le escucha, Vicent Andreu, delegado del rector de la Universitat de València para Relaciones Internacionales. "La pólvora, las naranjas, la cerámica, el gusto por las celebraciones, las relaciones comerciales vía puerto: todo eso nos acerca", afirma.
Puestos a ello, habría que añadir la propensión autóctona a adoptar niñas de aquel país, y su cada vez más habitual presencia en colegios. Sin embargo, aunque la constancia de ciudadanos orientales en nuestro entorno es un hecho, el habitante local poco ha contactado con ellos. "Todo esto debe cambiar", mantiene, "los próximos Juegos Olímpicos de Pekín de este año han generado más atención aún sobre China, y consideramos vital ser una referencia en la comunicación de culturas".
Centenares de jóvenes aprenden la lengua en tres campus valencianos
Sólo seis alumnos estudian en China. "Es por el miedo", opina una de ellas
Andreu es la voz del recien inaugurado Instituto Confucio, un consorcio impulsado por el gobierno de Pekín para difundir la lengua y cultura chinas en el planeta. En este caso, al lado de la Universitat de València. Según datos recogidos por el periódico China Daily, hay 210 institutos Confucio y "cada tres días se abre uno nuevo en el mundo". Es evidente que China quiere darse a conocer de manera directa, asumiendo ya su anunciado papel de nueva primera potencia. Y es evidente que España le interesa -aparte de por ella misma, por su conexión con América Latina- y que el interés es recíproco: en las últimas fechas, es raro no haber leído alguna noticia que relacione a una universidad de la Comunidad Valenciana con China. Bien por visitas o por establecer convenios para intercambio de recursos y de estudiantes.
Por ahora, en España hay tres Confucios. Madrid y Granada son las otras ciudades que albergan sede. En Valencia está ubicado en las instalaciones de Filología. Esta facultad imparte cursos de libre elección de chino, que han tenido un éxito creciente. En 2007-2008, unos 400 alumnos de diferente nivel se han matriculado.
Hay que sumar a los que lo aprenderán en los diferentes cursos de la Universitat Politécnica de Valencia. A los que estudian el máster en Economía y Negocios en China impartido en Económicas. A los que asisten a las diferentes actividades organizadas por el Centro de Estudios Orientales de la Universidad de Alicante. A tantos otros, que sienten la variopinta llamada de lo oriental.
"Los motivos para estudiar chino son diversos", explica Marilyn Borja, actual alumna de Comunicación Audiovisual en Valencia que, desde hace tres años, estudia el idioma con más hablantes del globo. "Yo he visto a una madre que lo aprendía porque había adoptado una niña, a gente con necesidad empresarial de conocerlo, a licenciados en diferentes carreras, a curiosos". Desde su punto de vista, "se necesita facilidad para los idiomas y tener claro que te va a ser útil". Según Borja, "es importante en un currículum, hace que te distingas". Aunque reconoce que no es fácil: "avanzas, pero a veces parece infranqueable".
Quizás esa sensación de posible gran dificultad hace que sean pocos los alumnos valencianos que se aventuren a viajar a China para estudiar a través de programas de intercambio. Parece que no influyen tanto las cuestiones económicas como el miedo a la distancia y a perderse en la lengua oriental. La Universitat de València tiene tres alumnos en China ahora mismo, y la Politécnica, tres más.
Este último trío estudiaba Administración y Dirección de Empresas en Valencia hasta que, a través de las becas Promoe, decidió ultimar su carrera en Asia. José Luis Bertolín, de 23 años, es uno de ellos. Ya estudiaba chino en la Politécnica, y ahora lleva unos meses en Pekín, haciendo su proyecto de final de carrera -recibe clases en inglés- en la Universidad de Aeronáutica y Astronáutica. "Analizo las iniciativas políticas, la legislación o los incentivos económicos que ofrece China", contesta, desde allí, "para el establecimiento de pymes españolas de carácter industrial". "Aparte estudio chino mandarín 20 horas a la semana", añade. "Es fácil integrarse en la vida local, incluso ira los karaokes y cantar", dice. Lo único que le ha costado asumir son ciertas costumbres que se dan en los supermercados -sirven bandejas de tortuga recién muerta y troceada- y, sobre todo, "la contaminación espesa, aunque ha bajado por las medidas de reducción ante los Juegos Olímpicos". "Establecerme aquí me parecería una opción real", vaticina.
Lo mismo opina su compañera estudiantil Inés Nadal, de la misma edad. "Resulta muy atractivo", dice, "prepararse en una de las mayores economías del mundo". Reconoce que, para ella, referente al conocimiento de la lengua, los caracteres escritos son la gran asignatura pendiente. Y sobre todo considera "que la gente no pide más becas a China por el desconocimiento y el miedo; es una lástima".
Menos problemas aún de acoplamiento ha tenido Jiadan Hu, de 24 años. Nacida en China, vivía y estudiaba en Valencia desde los 14 años hasta que, con la beca de la Politécnica, volvió a Asia para terminar Administración y Dirección de Empresas. Sin problema alguno de comunicación, ella considera que "hay que mejorar el estado del tráfico". Considera las clases "competitivas", "cuando el profesor pregunta algo siempre aparecen muchos brazos levantados, y eso en España no pasa casi nunca". En el futuro, su situación laboral ideal sería la que le permitiera vivir "medio año en China, medio en Valencia". Algo, hoy, no tan difícil.
¿Cultura o negocio?
Vicent Andreu, del Instituto Confucio, apunta que "la transmisión de la cultura debe ser la base de nuestras actividades". Por eso, festejarán el próximo febrero la entrada del nuevo año chino y desarrollarán de manera regular ciclos de cine y exposiciones que transmitan la atmósfera histórica del coloso amarillo.
"Nuestro objetivo es fomentar un crecimiento cultural mucho mayor que el que ha habido hasta ahora en torno a China". "Y, a medio plazo, que se consoliden los estudios orientales en la Universitat de València". Sin embargo, Andreu sabe bien que en la mente y en los bolsillos de muchos, China ahora significa dinero puro. "En uno de nuestros cursos ya orientamos en parte la enseñanza del idioma hacia temas de empresa, está claro que no podemos olvidar en absoluto esa vertiente". "Por ejemplo", piensa, "sería interesante enseñar específicamente cómo se hacen los negocios en chino".
De un modo u otro, una lengua milenaria, que encierra una historia inmortal, ¿podría acabar siendo pronunciada fuera de sus fronteras sólo como un medio para medrar? "Intentamos que los estudiantes entiendan que están aprendiendo claramente cultura", explica Shijia Xie, profesora de chino en la facultad de Filología, nacida en Pekín, que ha valencianizado su nombre como Xisca. "Ésta es una lengua bonita que todo el mundo puede llegar a hablar", insiste.
"Los estudiantes de chino suelen ser personas que tienen o tendrán contacto con China de algún modo, pero no hay por qué acercarse al estudio de esta lengua sólo por negocios". En opinión de Xisca, "el chino refleja la cultura del país, y cuando el alumno se da cuenta de esto, le va mucho mejor". Una de las diferencias entre la enseñanza que plantea el Instituto Confucio y la que se da en cualquier academia es que las segundas -aparte de cobrar mucho más dinero por las clases- no consideran los aspectos que envuelven al idioma, aquellos que pueden definirlo. Quizás piensan que no hace falta. Una antigua estudiante recuerda hoy que los libros de texto en chino se acabaron en una gran librería de Valencia tiempo atrás. En el establecimiento le aseguraron que se los había llevado todos gente de una gran empresa de cerámica que tenía en la mirilla su expansión en el mercado oriental.
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