'Delirium'
El gobernante del pequeño pero globalmente muy influyente Estado se desperezó en la cama y, al hacerlo, su mano tropezó con la piel tersa de su esposo.
Como en las películas, en aquel momento sonó el móvil.
-Sí, claro, te lo paso. Díselo tú mismo -dijo el esposo, alargándole el aparato a su marido, al tiempo que comentaba:
-Es el de Valencia, que no puede venir porque tiene que acompañar a su hermana a la clínica abortista. Ha decidido interrumpir el embarazo.
-Vale, vale, me parece bien -cortó el gobernante al otro, perentorio-. Llámame luego para contarme cómo os ha ido.
No pudo concentrarse en lo que le interesaba, porque otro de sus colaboradores le requería, esta vez desde Madrid. Habló directamente con él:
-De acuerdo, no importa. Si tienes que llevar a la familia al parque temático, lo primero es lo primero. ¡Uf!
Se relajó. Un rato más tarde el esposo pidió café. Su marido el gobernante se levantó, diligente, y al poco volvió con un par de expresos que olían a gloria.
-¿Y si nosotros tampoco fuéramos? -propuso el otro.
-Una cosa es que me hayan elegido democráticamente y otra, que no nos presentemos.
-Podemos verlo por la tele.
Empuñó el mando. La plaza de San Pedro ya se había llenado de fieles. El griterío que salía del aparato se confundía con el que entraba por la ventana. Un primer plano mostró el contenido de una pancarta: "Desde que podemos casarnos, estamos más calmados. Gracias, Papa". Y otra: "Celibato, caca".
-Son los españoles -comentó él-. Quién lo hubiera dicho, ¿quién hubiera dicho hace unos años que, para amarnos más los unos a los otros, bastaría con esto?
Y le palmeó el culillo al cónyuge.
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