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Columna
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Bicarbonato

Alguien tendrá que repartir el bicarbonato y contar las bajas de las rebajas

El recuento de víctimas empieza ahora. Las bajas son muchas y de mucho octanaje: son las rebajas. No hay hospitales para la carnicería a la que se nos ha sometido durante un mes cruel y atroz. Y cuando parece que el horror desaparece, se apagan las luces en calles y casas y empieza la avalancha en los centros comerciales. El riesgo de las fuerzas de choque en primera línea es alto.

El lunes pasado (7 de enero: Día D, Hora H) en un centro comercial de A Coruña, los centinelas tuvieron que cerrar puertas ante el inminente colapso por saturación humana. Cuando salían 50 tullidos de la hecatombe, entraban ¿de refresco? otros cincuenta candidatos a la asfixia. Se vio gente de todas las edades, sexos y condiciones besando crucifijos y medallitas antes de tomar al asalto la Nueva Playa de Omaha. Los batallones peleaban a la sombra de los letreros que anunciaban tantos por ciento increíbles en la bajada de los precios. Las ametralladoras digitales que recaudaban el botín echaban humo. Y no, el soldado Ryan no apareció. O bien era muy bajito o bien era muy alto. La leyenda urbana dice que son las tallas medias las que antes desaparecen de los mostradores, pero esta vez -en este 2008 que aún no ha conseguido ni una bocanada de respiro- no hay distinciones. No se hacen prisioneros aunque maldita la falta que haría darles de comer: si la droga de Vietnam fue el LSD y la de Irak está aún por definir, en esta lucha a muerte no hay soldado que no entre en combate sin su dosis de bicarbonato. Los estómagos dilatados de las fiestas -y el consecuente sobrepeso- se retiran a sus cuarteles de invierno tras los primeros encontronazos en la lucha a brazo partido por la ganga madrugadora. Las Sturmtruppen de enero, con su blitzkrieg arrasadora, ya se han lanzado en picado con sus stukas sobre los montones de trapos desordenados que alfombran el campo de batalla gracias al bicarbonato.

(Y falta que hará el bicarbonato al bipartito sin bisagra para afrontar las generales que nos mandan de España en un volao. Si se les para el coche, que no sea un problema de la biela que les obligue a pillar la bicicleta para seguir rodando durante el bienio que falta para las próximas autonómicas. La Galicia globalizada, la que se infló como un globo a base de papatoria durante las pasadas fiestas, desabastece de bicarbonato las farmacias y las parafarmacias. Cuando, a su vez, el combate se desinfle, la natural bipolaridad nacional volverá a su desequilibrio habitual. Salvo para algunos, difícil será ya pensar en lampreas y angulas para febrero: las hemos mandado a la estratosfera a darse un garbeo espacial. Y, a la vista de los presupuestos de cada cual, difícil será también rellenar con algo de fundamento las empanadas que los escasos militantes de base que quedan en los partidos con alguna opción madrileña tengan que cortar en los mítines de esas, no por nuevas menos aburridas, elecciones generales).

A la guerra no se puede ir a la buena de Dios (que vaya usted a saber qué demonios quiere decir esta expresión, que diría Millás). Está la vanguardia y la retaguardia; y está la logística y los servicios médicos; y alguien tendrá que repartir el bicarbonato y contar las bajas de las rebajas. Todo ese entramado hay que tenerlo en cuenta antes de desembarcar aullando por los cientos de miles de millones de metros cuadrados que las multinacionales ponen al servicio de los gallegos como campos de batalla. Grandes áreas que, al cerrar, dejan por el camino cantidades ingentes de niños perdidos, abuelas descuartizadas, matrimonios rotos, cajeras desencajadas, peleas a muerte en el parking y mascotas recién regaladas arrojadas en contenedores. Las bajas en la guerra se dividen en tres categorías: morfina (no hay tiempo para curarle pero que no le duela), rutina (que venga un cura) y prioridad (a este hay que salvarle como sea). Con las bajas, las rebajas, las requetebajas y las requeterrebajas no se juega: que los médicos empiecen a extender recetas de bicarbonato para que podamos digerir las ruedas de molino que nos van a hacer tragar en las próximas batallas. La guerra no ha terminado.

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