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Con proximidad y sin palabras

Entre las mayorías políticas y también entre las minorías del Gobierno y de la oposición, abundan últimamente dos eslóganes que parecen preparar el ambiente electoral: la llamada proximidad como ideología y como método, y la prioridad de los hechos frente a la inutilidad de las palabras. Los dos manifiestan la grave deformación que han alcanzado nuestra política y nuestros políticos, sobre todo cuando la advocación a la proximidad intenta validar la ausencia de iniciativas pedagógicas sobre las carencias de lo vulgar y cuando la referencia negativa a las palabras parece despreciar el programa político dialogable como un estorbo a la gestión eficaz de los hechos. Es escalofriante que alguien pretenda gobernar -o ganar unas elecciones- bajo el método de una proximidad imperativa y, además, despreciando las palabras, es decir, sin ideología y sin un programa condicionado dialécticamente por ella.

Más eficacia en la gestión, pero al mismo tiempo menos palabras vacías, más teoría y dialéctica

Se ha hablado ya bastante del tema de la proximidad, sobre todo en política cultural, un campo en el que es evidente que los gobernantes deben orientarse hacia la excelencia, lo cual implica siempre transformaciones personalizadas o colectivas, políticamente configuradas, impuestas con métodos pedagógicos y con instrumentos que sólo se pueden ofrecer atendiendo a programas gubernamentales. Hablemos, pues, de la demagogia subyacente en frases tan persistentes como "hechos y no palabras", "menos palabras y más hechos". No sólo se trata de demagogia, sino de una actitud contra lo más importante de la política, porque la política no es, ni mucho menos, un simple problema de gestión, sino, fundamentalmente, una oferta de ideas y de programas, visiones colectivas a largo plazo. En los sucesivos problemas planteados por el trazado del AVE, por ejemplo, los detalles técnicos y operativos tan cacareados no son lo más importante y, en cambio, se están obviando las palabras -las ideas- que harían falta para ofrecer una auténtica visión crítica del tema. Se habla mucho sobre gestión y muy poco sobre política. Se discute sobre el trazado, los socavones, los accidentes, los retrasos de las obras, pero pocas veces sobre el valor político de la operación a medio y largo plazo: ¿es ése el AVE que conviene políticamente a esa Cataluña atolondrada? ¿Hay que aceptar un esquema de movilidad bárbaramente radial y relegar a la eternidad burocrática las líneas periféricas de la Península? ¿Hay que luchar tanto por un AVE que sólo nos lleve al centro del Estado? ¿No habría que hablar de un AVE que nos relacionara con los ejes del Mediterráneo y el centro de Europa, o exigir una desviación de inversiones hacia la red catalana de proximidad? Muchos discuten los hechos y pocos las palabras, teniendo en cuenta que las palabras son el medio para formular las ideas. Nos quejamos de los problemas del agua y de las insuficiencias energéticas y lo atribuimos todo a una mala gestión, pero ¿no hay causas más profundas -más políticas- que explicar, estudiar y resolver, aunque ya casi no se hace referencia a ellas porque parece que los hechos pueden hablar por sí solos? De política nadie discute porque nadie ofrece las palabras adecuadas.

Una política basada en la proximidad y en los hechos sin el apoyo de las palabras no es una política. Es una gestión cuya eficacia habría que atribuir a los funcionarios y no a los partidos políticos -en el caso en que los partidos no fuesen también una triste asociación de funcionarios inoperantes-. Sólo habría una manera de justificar una política apoyada en la proximidad y la abstención de la palabra: aceptando en ambos términos un significado más restrictivo. Podríamos considerar que cuando se habla de proximidad se trata de un simple compromiso funcional: aproximarse a la ciudadanía sirviéndola mejor, cambiando, por ejemplo, los gravísimos engorros de la burocracia. Sería una proximidad que redundaría en hechos muy concretos, cuya consecución no comportaría una ideología especial: unificar y clarificar las normativas y las competencias, superar las contradicciones de criterio entre las oficinas centrales y los distritos o los departamentos, lograr que los trámites para permisos y licencias de actividades no abarcasen años y años de somnolencia, informar oportunamente, inspeccionar, exigir conocimientos y responsabilidad a todos los funcionarios. Así, con esa interpretación de la proximidad -no como sustitución de la ideología y los programas pedagógicos, sino como servicio competente a los trámites de la vida colectiva- se justificaría una interpretación funcional de los hechos.

¿Y las palabras? Podrían componer un eslogan útil si lo interpretásemos sólo como promesas falsas; vocalizaciones inútiles, vacías de contenido teórico; gritos que sólo responden a la ausencia ideológica del fervor electoralista. Pero entonces el eslogan no debería contraponer palabras y hechos, sino palabras vacías y contenidos políticos comprometidos. Más eficacia -apolítica, si se quiere- en la gestión, pero al mismo tiempo menos palabras vacías, más teoría y dialéctica programática a medio y largo plazo en el uso privilegiado de la política.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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