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Reportaje:

Ivo y su banda de 100 rompecostillas

La fuga de un secuestrado permite desarticular una banda de búlgaros especializada en ajustes de cuentas

Antonio Jiménez Barca

El 6 de septiembre pasado, un tipo enorme, con la cara deformada por los golpes y la sangre, llegó cojeando a una gasolinera de la provincia de Toledo. Daba la impresión de que había surgido de ninguna parte. Con una mano se sujetaba el dolor de las costillas rotas. Por su aspecto parecía de Europa del Este. Casi no hablaba. Carecía de cualquier otro tipo de documentación. Los empleados de la gasolinera decidieron conducirlo al hospital.

Al hacerlo, le salvaron la vida dos veces: porque las heridas que arrastraba eran peligrosas y porque la banda de matones de la que acababa de escapar lo era aún más. Al no morirse -como estaba previsto por sus captores- este hombre sin carné de identidad se convirtió en una pieza discordante en un episodio truculento de venganzas y ajustes de cuentas entre grupos rivales del crimen organizado.

Golpeaba con brutalidad y método: a cada puñetazo, le partía una costilla
Estos profesionales de la violencia hacen lo que rechazan otros delincuentes

Hace una semana, la delegada del Gobierno de Madrid, Soledad Mestre, calculó que, sólo en la Comunidad de Madrid, operan 15 bandas de este tipo. Según explican varios mandos policiales, estos grupos se reparten, en general, por nacionalidades y por delitos: los albano-kosovares se han hecho con los asaltos a chalés, como en el caso del ventrílocuo José Luis Moreno; los rumanos, con el robo y el duplicado de tarjetas de crédito, un negocio sordo, que no causa mucha alarma debido a que la víctima última acaba siendo la compañía de seguros pero que mueve millones de euros. Las bandas de búlgaros se especializaron en un principio en el robo y la venta ilegal de coches de lujo pero hace años se apropiaron de la seguridad de la mayoría de las discotecas en Madrid. De ahí han pasado a negocios más sucios y más lucrativos.

La historia del hombre desangrado que surge de pronto en una gasolinera de Toledo y el rompecabezas de su caso ha permitido al grupo de secuestros de la Policía de la Comisaría General de la Policía Judicial desactivar una de estas bandas búlgaras, una de las más violentas, compuesta por más de 100 matones y comandada por Rafi Venían, más conocido como Ivo. La desarticulación permite también saber cómo operan estos grupos violentísimos que se mueven en la sombra.

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Ivo es búlgaro, tiene 35 años, llevaba más de 10 en España y regentaba una empresa encargada de proveer de porteros y de vigilantes a muchas discotecas de Madrid. Cuando se enteró de que la policía le buscaba por el caso del tipo de la gasolinera desapareció de España junto a sus dos lugartenientes, Catalin Estefan, Cata y Atanas Bozhilov, Nasco. Los tres están en busca y captura.

Ivo y sus dos generales son profesionales de la violencia, amantes de los gimnasios, de los anabolizantes, del kárate, de la halterofilia y de liquidar las cosas a lo bestia sin que trascienda jamás. No beben. No se drogan. Viven por la noche, pero de forma abstemia, también profesional. Su banda mafiosa no sólo se encargaba de colocar gorilas a la puerta de las discotecas. También aceptaba encargos complicados, trabajos sucios (extorsiones, palizas por encargo, cobro de deudas difíciles de cobrar, venganzas sobre mafiosos traidores...), esto es, labores peligrosas que otros delincuentes no querían o no se atrevían a llevar a cabo.

Hace unos meses, otro mafioso contrató a la banda de Ivo para cobrar una deuda impagada, ¿droga? ¿blanqueo? ¿coches robados? Cata, Nasco y los otros se pusieron en marcha. Localizaron al deudor. Y le tendieron una trampa. "Secuestraron a un amigo del deudor, le hicieron que llamara por teléfono a la víctima y que quedara con él en una cafetería de un centro comercial de Gandía a las cinco de la tarde", explica un inspector del grupo de Secuestros.

La víctima, en vez de su amigo se encontró con los hombres de Ivo. Negó tener el dinero solicitado. Se lo llevaron a un lugar apartado. Cata, un hombre de más de 1,90, comenzó a golpearle con tanta brutalidad como método: a cada puñetazo le partía una costilla; y para estar seguro de que lo había hecho, palpaba su cuerpo para comprobarlo. Si no se la partía al primer intento, golpeaba de nuevo.

Lo introdujeron en el maletero de un coche. Ensangrentado, dolorido, con varias costillas rotas y la certeza de que iba a morir, notó cómo el automóvil se ponía en marcha.

"Se dirigieron a Toledo, utilizando tres coches, dos sirvieron de lanzaderas para evitar controles de tráfico de la Guardia Civil", asegura el inspector, que añade: "En ningún momento se les vio por las cámaras de circuito cerrado que graban en el centro comercial. Sabían dónde estaban y sabían apartarse. Son profesionales de la seguridad. Y lo aplicaron".

Llegaron de noche a una finca de la provincia de Toledo. Allí siguieron golpeando al secuestrado. Le despojaron del pasaporte, de la tarjeta de identidad. Le dieron casi por muerto. Le dejaron en la casa custodiado por un miembro español de la banda. El plan era extorsionar a un amigo del secuestrado para conseguir los millones exigidos. En el fondo, que la víctima estuviera viva o no, era lo de menos. Ivo y sus hombres dejaron Toledo dispuestos a ponerse en contacto con el amigo al día siguiente.

Pero el hombre ensangrentado estaba vivo. De madrugada, consiguió zafarse de su guardián, hiriéndole con el mismo cuchillo jamonero que éste empleaba como arma. Se escapó por una ventana. Caminó guiado por las luces y el sonido de los coches que pasaban por la autopista. Al amanecer, se aproximó a una gasolinera, donde casi no pudo decir nada. Se quedó inconsciente camino del hospital.

Ese mismo día, mientras el deudor dormitaba medio muerto sin que ningún médico o enfermera supiera ni quién era ni quién le había puesto así, su amigo recibía una llamada. Le pedían cerca de 900.000 euros, la deuda contraída más los intereses que juzgaron convenientes. A cambio le garantizaron la vida del secuestrado. El amigo, que conocía a la banda de Ivo, decidió que carecía de la fuerza y la valentía suficientes como para escapar -tanto él como su amigo- del canje con vida. Y se puso en manos de la policía.

"A partir de ese momento nos hicimos con el caso", explica el agente del grupo de secuestros. Un policía experto en negociar con secuestradores le acompañó permanentemente a fin de aconsejarle cuando llamaban. Desde el principio, este agente sospechó que la víctima estaba muerta porque jamás daban pruebas de lo contrario.

Las conversaciones cruzadas son espeluznantes:

-Acabamos de llegar de vacaciones. Hemos tenido un accidente con tu amigo. A ver cómo lo arreglamos ¿Cuánto dinero tienes?

-Necesito saber si él está vivo, o cómo está, dímelo, aunque esté ciego...

-Vale. Ya te llamo.

Una semana después, el amigo recibe una llamada sorprendente: la víctima, recuperada ya, le informa de dónde está.

"A partir de ahí, ya más tranquilos, preparamos un dispositivo para atrapar a los secuestradores. Concertamos una cita, para el día 18 de septiembre, y acudieron dos miembros. No eran los jefes, que no se arriesgan en esas operaciones", dice el policía.

A la cita acudieron dos miembros inferiores de la banda, que fueron arrestados por los GEO. Los cabecillas, que no se arriesgan en esas operaciones, olfatearon el peligro y huyeron. "Pero, por primera vez, tenemos testigos de estos ajustes de cuentas que van a declarar contra esa mafia. Por lo general, eso no ocurre. Por lo general, acaban muertos. Por eso ya no creemos que los jefes vuelvan a España", dice el jefe del grupo de Secuestros de la Policía.

Policías tapan el cuerpo de un hombre asesinado en febrero de 2003 en Madrid en un ajuste de cuentas.
Policías tapan el cuerpo de un hombre asesinado en febrero de 2003 en Madrid en un ajuste de cuentas.G. LEJARCEGI

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Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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