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Crónica:FUERA DE CASA | OPINIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

Expulsados del templo

Antes de pecar con unos bichos llamados percebes, por la gracia de dos cristianos llamados José Luis Cuerda y Javier Alén, amigos y bodegueros, con la excusa del año nuevo y de la emocionante película de Cuerda / Azcona / Méndez Los girasoles ciegos -tiempo habrá para ella-, en compañía de sus vinos de Ribeiro, un grupo de agnósticos decidimos pasear por encantados montes, chimeneas, ríos, juderías y monasterios del interior de Ourense. Y en civil peregrinación, sin mucha conciencia de pecadores, nos acercamos al llamado Escorial de Galicia. Al misterioso monasterio de Oseira.

Ahora es un lugar sin osos y pocos monjes. Permanecen los restos de su esplendoroso pasado unido al Císter, pero no es fácil imaginar el poder que tuvieron los abades de este lugar donde el mundo se llama Oseira. Todavía el peregrino, sea religioso o laico, sigue recibiendo el misterio de estos lugares. Aunque cualquier parecido con aquellos monjes, que fueron dueños y señores de tierras, gentes y caminos, que dominaron desde el puerto de Marín hasta las cristianas, moras y judías orillas del Avia, es pura imaginación. No son estos tiempos de poder en que su orden supo supervivir a la gloria, la decadencia o la expulsión. Si acaso recuerdan a personajes de una versión venida a menos de aquella novela de Umberto Eco. O a extras de una película popular de asuntos históricos. Son los curiosos habitantes de un caserón que, envejecidos y adormilados, tienen que seguir vendiendo extrañas creencias en sus pasadas glorias. Vivir un mundo que ya no existe. O recordar el Apocalipsis que nunca llega. Todo por un puñado de euros en su tienda, su hospedería o sus visitas.

Los monasterios, que fueron las grandes fábricas de la fe y del poder durante siglos, que supieron renacer de sus cenizas -y Oseira es uno de los mejores ejemplos de la cara y la cruz de un país, una religión y unos tiempos convulsos-, ahora dormitan mal mantenidos con subvenciones comunitarias, autonómicas y centrales. Unas pocas misas pagadas por los fieles del lugar o con las visitas de ateos. Gracias a Dios.

En el mismo monasterio en que escribía, rezaba y bebía un buen cristiano, un llamado Graham Green, fuimos expulsados del templo por un monje bajito y pesetero. Su razón, que no estábamos atentos a las adormecidas palabras de su abad. Es que nos pareció más cerca de Rouco que de Green. En ese monasterio, en el siglo XVI, por ser el abad despótico y ambicioso, fue asesinado a "estadullazos" -estacas afiladas- por sus vecinos. Ahora hemos evolucionado. Nos expulsan de sus templos: callamos y les subvencionamos. Como dice el venezolano Montejo: "Debe haber momentos en que a Dios no le interese que crean en él". -

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