Con el piolet a 5.320 metros de altura
CARLOS Y YO hemos cumplido un sueño para el que estuvimos entrenando un año: escalar varios picos de entre 5.000 y 6.000 metros de altura en la cordillera Real de Bolivia. La experiencia no ha podido ser más enriquecedora: nos enamoramos del alpinismo y de respirar a miles de metros por encima de las nubes.
El viaje fue duro: una inesperada nevada y un descenso de las temperaturas aisló a Carlos, a mí y a Raúl -nuestro guía, buen amigo y artífice de nuestra aventura- en el campo base. La montaña enseña que la paciencia es imprescindible. Esperamos un par de días y en la madrugada del tercero emprendimos el ascenso. De noche, atravesamos el glaciar que conduce a la cima del Tanja (5.320 metros). Queríamos llegar a la pirámide helada del Pequeño Alpamayo, cuya arista cortante y largísima refleja los primeros rayos de sol. Descendimos el pico Tanja por la cara opuesta, un paisaje de hielo y roca que nos condujo hasta la base del Alpamayo Chico, una montaña de 5.410 metros de altura, ubicada en el Macizo del Condoriri. La dificultad de esta hermosa montaña de trazo perfecto reside en su afilada arista de 250 metros que alcanza, en algunas zonas, los 60 grados de inclinación. El ascenso por su filo fue complejo: no dejamos de luchar contra el cansancio y la altura. Concentrados, clavamos los piolets y crampones en la pared de hielo de la arista, la cuerda en ensamble corto; en otro tramo montamos una reunión; seguimos escalando y por fin conquistamos la cumbre. Pocos días después, enganchados ya a las alturas, pisamos la cima del Huayna Potosí, a 6.088 metros de altura.
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