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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Hablar por hablar

En un futuro incierto que intuimos inmediato los humanos solitarios conviven con máquinas que satisfacen sus carencias comunicativas y afectivas. Este viene a ser el planteamiento, por otro lado nada novedoso, de la dramaturga argentina afincada en Cataluña Victoria Szpunberg, autora y directora de la pieza La màquina de parlar. Así es como Bruno (Marc Rosich) tiene en casa a "una máquina de hablar" (Sandra Monclús) y a "un perro que da placer" (Jordi Andújar).

La idea es que cada mañana ella da los buenos días a su amo y señor desde el asiento en el que se halla instalada, le resume su horóscopo... le dice, en definitiva, lo que éste quiere oír; cada noche, el perro -un trasunto desarrolladísimo del conejo, el famoso vibrador que la no menos famosa serie televisiva Sexo en Nueva York dio a conocer- se encarga, con su amplio repertorio de lametones, de complacer sexualmente a su también amo y señor. De esa manera los tres, con sus papeles, parecen jugar a la familia feliz.

LA MÀQUINA DE PARLAR

Autora y directora: Victoria Szpunberg. Intérpretes: Sandra Monclús, Marc Rosich, Jordi Andújar. Escenografía y vestuario: Eugenio Szwarcer. Música y diseño de sonido: Lucas Ariel Vallejos. Iluminación: Paula Miranda.

Sala Beckett, Barcelona. Hasta el 6 de enero.

Y seguimos en el planteamiento porque tan pronto empieza el montaje, las posibilidades que ofrece el tema salen disparadas por la centrífuga fuerza de su desarrollo hacia otros derroteros que lo enturbian, hasta el punto de que no sabría una decirles qué nos quiere contar Szpunberg con semejante fábula.

De entrada, la supuesta "máquina de hablar" resulta que es en realidad una mujer que hace de. Eso dice la sinopsis del programa de mano: "Una mujer argentina que trabaja de máquina de hablar". Y ahí el chiste pierde su gracia, porque una cosa es que en un futuro la tecnología llegue a ofrecer a los hombres en forma de máquina las mujeres que muchas ya no queremos ser y otra muy distinta es que las mujeres retrocedamos hasta el punto de llegar a servir a los hombres por mando a distancia. De ahí que el personaje de Monclús sea conceptualmente tan confuso. ¿Es de carne y hueso o de microchips? ¿Se aturulla al hablar por mimetismo o por desgaste de la batería? En cualquier caso, se enamora del perro, o el perro de ella, otra cabriola de la autora hacia el todo es posible.

A pesar de la vaguedad del texto, de la indefinición de los personajes y de la falta de un motivo claro, el montaje resulta entretenido. No sabemos qué representa Monclús, pero sea lo que sea lo defiende con gracia. Andújar, por su parte, da el pego cuando va a cuatro patas y come con la boca las galletitas que le sirven en el plato. Y Rosich, aunque es mejor dramaturgo que actor, lo cierto es que, gracias en parte a su notoria envergadura, consigue dar con el personaje más claro de todos, el del solterón huraño y maniático.

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