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Reportaje:DE VIAJE

De olvido y sombra

La calle Marqués de Villena no está asfaltada ni tiene aceras. Es una austera calle castellana, con un discreto deje pintoresco, como si la hubieran copiado de un grabado antiguo o de un poema de Machado. Transcurre paralela al río Eresma, bajo el Alcázar, en el barrio segoviano de San Marcos, y esconde, entre las casas de piedra, un espléndido jardín colgante: El Romeral de San Marcos.

"What a lovely garden", exclamó Doris Lessing, que se lo recorrió de cabo a rabo en septiembre de 2006, durante el primer festival Hay celebrado en Segovia. Y qué alivio que una mujer inteligente eligiera una expresión tan sencilla para mostrar su admiración. Al contrario que otros muchos visitantes, la escritora, hoy flamante premio Nobel de Literatura, no sintió la necesidad de ponerse trascendente y acuñar frases para la historia. Frases tan grandilocuentes como vacías que demuestran que en España la familiaridad con el mundo del jardín, que aparece con tanta naturalidad en las obras de Valle-Inclán y Alberti, en Cernuda o en Machado: "Era un rincón de olvido y sombra y rosas / frescas y blancas entre lirios", apenas se encuentra ya fuera de los libros.

"El gran artífice de un jardín es el paso del tiempo", solía decir Leandro Silva, el paisajista que lo diseñó
El cimbrear de los cipreses o el olor de la resina son bienes de utilidad pública que hay que primar y proteger

Hay un tópico en el que tarde o temprano todos caemos al hablar de jardines. Es ése que los define como naturaleza domesticada, y que si nos paramos a pensar no tiene pies ni cabeza. A estas alturas, todo el mundo sabe que la naturaleza jamás se dejaría domesticar. La naturaleza, que es muy suya y puede tener muy mal carácter, sabe ser también infinitamente generosa. No se deja domesticar, pero cuando una idea le gusta, colabora con ella hasta convertirla en una pequeña -o grande- obra de arte.

Con El Romeral de San Marcos ha colaborado. Quizá porque en este lugar tan singular siempre se contó con ella. "El gran artífice de un jardín es el paso del tiempo", solía decir Leandro Silva, el paisajista que lo diseñó a mediados de los años setenta, y añadía: "Lo que yo hago es colocar ciertas cosas allí donde la naturaleza me lo está proponiendo". Silva, que había nacido en Uruguay y estudiado en Versalles, que fue el alumno mimado de Roberto Burle Marx y uno de los mejores paisajistas del siglo XX, convirtió este huerto de bancales escalonados, una forma de cultivo típica del escarpado paisaje mediterráneo, en su jardín privado.

El Romeral conserva su nombre, su estructura milenaria, pero ahora es un hortus conclusus, una isla, un jardín secreto al que se entra por una anónima cancela de hierro ("Rechinó en la vieja cancela mi llave / con agrio ruido abrióse la puerta") y no se descubre hasta coronar una primera escalera de piedra. En él no hay vivienda ni construcción alguna, así que uno es siempre un visitante de paso al que se permite ir haciendo pequeños descubrimientos en función del día, la hora y la estación del año. "La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano / un sueño lejano mi copla presente?...". Y para una mente curiosa, nada mejor que recorrerlo en otoño o a principios de la primavera, puesto que éste es un jardín de matices. Tan personal y sugerente como el del estudio del arquitecto Oscar Tusquets en Barcelona. Dos proyectos formalmente muy distintos, aunque muy parecidos en el fondo. Diseños con raíces humanistas que abren nuevos caminos sin temor a mezclar huerto y jardín, recreándose en lo puramente contemplativo, en el lujo de los placeres inútiles, como los dos jardines que Petrarca levantó en la Provenza y donde pudo poner en práctica los conocimientos sobre agricultura que había adquirido en la soledad de la biblioteca.

En El Romeral los antiguos bancales se han transformado en rellanos y miradores que, revestidos de laureles, rosales y bojes, se asoman al valle con el mismo empaque que otros lo hacen al Mediterráneo o al lago de Como. La abrumadora presencia del Alcázar hace tiempo que quedó tamizada por la vegetación. Ya no se impone sobre el paisaje, sino que aparece y desaparece como la Luna en el bosque, enmarcada a ratos entre la verticalidad de los cipreses o jugueteando entre las ramas de los almeces. En lo más alto, el sonido de las campanas que llega intermitente desde la iglesia de la Veracruz o el monasterio de El Parral reverbera sobre la roca. Y un inmutable farallón de roca caliza protege las terrazas del viento del norte y actúa como una estufa que irradia el calor del sol. Nadie diría que un desafiante rosal Lady Banks, que siempre tuvo fama de friolero, pudiera sobrevivir con tanto entusiasmo a los inviernos segovianos.

El italiano Rosario Assunto, catedrático de Estética y Filosofía, escribió en diferentes ocasiones que los jardines privados, incluidos los patios, deberían ser considerados un bien público por el bienestar que generan a su alrededor. Según el profesor Assunto, habría que facilitar su mantenimiento con ventajas fiscales "que irían en beneficio de todos, en cuanto que todos, paseantes o vecinos, pueden disfrutar de dichos jardines, por muy pequeños que sean". Claro que, ¿quién será lo suficientemente persuasivo como para convencer a un burócrata de que "el vago e indefinido fantasear que sugiere al paseante una verja que deja entrever árboles y fuentes", que el cimbrear de los cipreses o el olor de la resina son en realidad bienes de utilidad pública que hay que primar y proteger?

Hace ya siete años que murió su propietario, pero el jardín sigue recibiendo visitas. Al recorrerlo uno recuerda la leyenda de un mármol que estuvo colocado en una de las puertas de Villa Borghese y conserva el Museo Nacional de Roma: "Te nombro guardián de la villa / quien quiera que seas, con tal de que seas hombre libre / no temas aquí los lazos de la ley / Ve adonde quieras / pide lo que quieras / Sal cuando quieras / Aquí todo está dispuesto más para el invitado que para el dueño".

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