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Reportaje:PURO TEATRO

La alegría que pasa

Marcos Ordóñez

Las neuronas menguan y no se puede estar en todo. Hará unos meses, cuando las sabias mentes rectoras de Babelia me pidieron un top ten del teatro catalán, cosa de conmemorar la pica en Francfort, se me despistó por completo una de las mejores obras sobre el mundo de los cómicos y su trastienda, y también, para mi gusto (dos por una), el mejor musical español de los últimos lustros. La memoria, será por la edad, siempre se detiene en lo pretérito o en lo reciente, rara vez en el territorio del lejano anteayer. Bien, rebobinemos ahora. Tres de junio de 1989. A la entrada del Mercat de les Flors se alza una barraca con bombillas fatigadas, rótulos chillones y fotos en las que un artesano benévolo ha intentado, sin conseguirlo, disimular la celulitis de las vedettes y los zurcidos en la purpurina de los bailarines. Huele a fritanga imaginaria. El rótulo principal informa: "El Teatro Cubano de Revista presenta Cómeme el coco, negro". Debajo, otro cartelito, escrito a mano, añade: "La función de hoy comienza a las 21.00". Nos miramos. "¿No era a las diez?". Entramos, abroncados por un tipo abrupto y repeinado, que se niega a devolver el dinero de las entradas. Quizás, con suerte, podremos ver el tercio final del espectáculo. En el pequeño escenario está acabando el sketch de la señora insatisfecha y el senegalés superdotado, que danzan un charlestón nada equívoco y nos instalan en el corazón de un mundo perdido: El Molino de Pipper y Escamillo, las variedades de Rosita y Mirko en el Alarcón. Y, por supuesto, el Teatro Chino de Manolita Chen. Han pasado, a lo tonto, 18 años de aquel estreno que vio la luz casi de milagro: La Cubana ensayaba sin cobrar, y se plantaron en el Mercat porque Andreu Morte les soltó un millón de pesetas, y casi un millón de espectadores consiguieron en España y en Suramérica. Cómeme el coco, negro ha vuelto, a lo grande, al Coliseum barcelonés, para todos aquellos que no lo vieron y para los que ansiaban repetir. Quedan sólo cuatro intérpretes de la formación original de trece, pero el espectáculo dirigido por Jordi Milán sigue tan pimpante. La perfecta reconstrucción de aquel ambiente, aquel perfume: una compañía de teatro ambulante, una forma artesanal de hacer teatro. El ingenuo descaro, el ritmazo de los cambios, las humildes candilejas, el decorado paupérrimo, la música grabada. Con nuevas canciones, o por lo menos yo no las recordaba: Mírame, el hit de Celia Gámez en Yola, o la versión patria de Chinatown, my Chinatown, junto a clásicos del montaje como El tirachinas o el cha-cha-himno Vengan todos a gozar, compuestas por el maestro De la Prada, que durante décadas fue director musical de El Molino. Y, sobre todo, siguen relumbrando las caricaturas arquetípicas de unos cómicos "en el penúltimo escalón de su carrera". Mari Merche Otero, vedette cómica, ha mutado en la mañísima Piluca Sotomayor; la exótica Paulina São Paulo es ahora Silvana Mangueira. El gran Martín España cedió su cetro a Pepe Iberia, que sigue clavando el Soy minero de Antonio Molina. Y Lidia Clavel ha dado paso a la estrella francesa (de Carcasona) Mimí Lumiere, protagonista de la apoteosis, una cascada de plumas blancas (de gallina) y tiaras resplandecientes (Netol, mucho Netol), rodeada por sus nuevos boys: Mariano Luis, Vicente Mariel, Darío y Moncho. Todo -vestidos, peinados, gestos, perfiles- es perfecto, por delante y por detrás. Me refiero, claro, a lo que vemos en el escenario y a lo que llega luego: la trastienda, la rebotica de los cómicos. La mentira dentro de la mentira o, mejor, la segunda capa de verdad. La compañía ha de plegar velas porque al día siguiente tienen un bolo en Torrelavega, o en Carcagente, o en Bollullos del Condado. Mientras reclaman la ayuda del público para doblar cortinas y desmontar el tinglado, van a contarnos sus vidas pasadas, sus aventuras en el teatro (¡el último teatro de revista!), el recuerdo de días mejores. Los personajes se multiplican: los trece ahora son treinta y seis. Con memorables creaciones cómicas: el empresario, auténtico emblema del català emprenyat, modelo Capri; Encarnación y Pepita, las dos sastras que han visto de todo y saben todo de todos, reinas del cotilleo y la malevolencia; la niña valenciana que, naturalmente, quiere ser artista, como sus papás; la vaguísima y aprovechada Piluca; la hosca Cecilia Pascuali, vedette porteña, más perdida que el clásico pulpo en el garaje; el desvalido Pepe, machista de saldo y aprendiz de mattatore.

'Cómeme el coco, negro' ofrece una mirada lúcida y nada trivial sobre aquel mundo perdido

Vamos a presenciar los zarpazos cotidianos, las pequeñas mezquindades, las conmovedoras soberbias de la compañía, sin que en ningún momento el texto resbale por las pendientes de la sensiblería o el tópico. Cómeme el coco, negro no sólo sigue siendo un espectáculo divertidísimo, sino también una mirada lúcida y nada trivial sobre aquel mundo perdido, con momentos de auténtica poesía, en la más pura línea del primer Magic Circus: ahí queda la emotiva estampa de las viejas sastras luciendo, con legítimo orgullo, sus quimonos recamados, o la maravillosa eucaristía de mortadela. La Cubana llega donde no llegó Juan Antonio Bardem con Cómicos (demasiado solemne) o Varietés (demasiado melodramática). Sus personajes son primos hermanos de Carmela y Paulino, felizmente sin guerra de por medio, y su caravana transita por las mismas carreteras de El viaje a ninguna parte, pero, y que el Último Emperador me perdone, con más inocencia, más retranca y, sobre todo, más alegría. Alegría que le conviene como agua de mayo a nuestra escena, últimamente un tanto cabizbaja y con sobredosis de tremebundia. Hay obras para todos los gustos en la cartelera, desde luego, pero sigue escaseando el dardo feliz de la comedia, que muy pocos se atreven a lanzar, temiendo, probablemente, que les acusen de poco profundos, o, peor, de poco modernos. Como diría un crítico antiguo (me temo que yo), Cómeme el coco, negro es uno de los mejores antídotos para la cuesta de enero. Y la de febrero, y la de marzo, porque todo ese tiempo, y más, durará en el Coliseum barcelonés. -

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