El reencuentro de Mozart y Salieri
Quim Lecina y Toni Sevilla interpretan a los dos músicos en el Romea
"Adiós", dice Mozart en su última réplica, antes de rendir el alma. "Hasta que volvamos a encontrarnos", apostilla Salieri al final de Mozart y Salieri, la obrita de Pushkin sobre los dos músicos escrita en 1830, cinco años después de la muerte de Salieri -y siete antes de su propia muerte en duelo-, en la que el escritor ruso apuntaló el rumor del envenenamiento del genial Wolfgang Amadeus por el denostado compositor de Legnago.
Ahora, Mozart y Salieri vuelven efectivamente a encontrarse en el teatro Romea (estreno el 8 de enero), encarnados en otros dos viejos camaradas -que no rivales- de oficio, Quim Lecina y Toni Sevilla, dos actores que no trabajaban juntos desde sus tiempos del Lliure, donde coincidieron en varios espectáculos como, por ejemplo, Les tres germanes (1979). Lecina y Sevilla interpretan respectivamente a Mozart y Salieri -menos creíble hubiera resultado al revés dada la alopecia de Sevilla y los profusos rizos de Quim- en el espectáculo que Lecina ha creado a partir del texto de Pushkin y en el que, dando una vuelta de tuerca al original, se reivindica a Salieri. Que nadie espere, sin embargo, pelucas y levitas: la obra se aleja completamente del naturalismo.
Como en otros montajes de Quim Lecina -ese jazzístico-cortazariano La maga y el club de la serpiente, que ha dejado gente en la calle en su paso por el Versus-, la parte musical de Mozart, Salieri i el Rèquiem inacabat, que es el título de la obra, es tan relevante como la teatral y en su diálogo los dos actores están rodeados por un elenco de cantantes e instrumentistas. Durante la representación, de unos 70 minutos, se interpretan 15 piezas musicales, la mayoría del Réquiem de Mozart pero también dos "magníficas" arias de óperas de Salieri (de La cifra y de la célebre Tarare, con libreto de Beaumarchais). Los arreglos para ocho cantantes y tres músicos son de Alberto Romaní, y la dirección musical corre a cargo de Elisenda Carrasco.
Dado que ayer Toni Sevilla tenía grabación para una serie de televisión y hubo de salir disparado (despidiéndose con un seco "no se puede hacer todo" digno de Salieri y también del capitán Soleoni, aquel adusto admirador de Lérmontov que interpretaba en Les tres germanes), quedó en manos de Lecina la presentación. No sin que antes Domènec Reixach, director de Contenidos de Focus y viejo colega también de Sevilla y Lecina en el Lliure, se sumara al recuerdo con fruición de mosquetero.
Lecina subrayó que es una falacia atribuirle a Salieri la muerte de Mozart. Salieri mismo se cargó con el sambenito, recordó, porque enloqueció y en sus crisis demenciales en el manicomio dejó caer eso de que había envenenado a Mozart. La patraña se extendió, la recogió Pushkin -sobre su obra, Rimski-Korsakov hizo una ópera- y se prolongó en el siglo XX con la obra de teatro de Peter Schaffer Amadeus y la oscarizada película del mismo título de Milos Forman, que universalizó la difamación del compositor -y la desvergüenza de ciertos pastelillos-. "Mucha gente, entre ella no pocos músicos, aún creen esa versión y que Salieri es sólo aquel que se ventiló a Mozart", lamentó Lecina, ataviado más como Bob Dylan en Pat Garret y Billy The Kid que como el jovial compositor de Salzburgo.
En el espectáculo, que sigue las pautas del teatro musical, hay una reivindicación de Salieri: no sólo de su calidad musical, sino de su inocencia en el caso Mozart. Ello se hace mediante "un guiño, un salto mortal final" que da la vuelta a la obra de Pushkin. El tema central que sobrevuela la pieza, sin embargo, sigue siendo el mismo y es actual: "La envidia, no del éxito pues entonces Salieri era el gran triunfador, sino de la genialidad, la facilidad para hacer música de Mozart. Y cómo hacía pasar por encima de todo el arte".
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