Propuestas para evitar el caos
El asesinato de la ex primera ministra Benazir Bhutto ha llevado el estado de conmoción paquistaní a nuevas cotas. Como líder del partido político más popular del país, Bhutto estaba en gran medida por encima de las divisiones étnicas y sectarias de Pakistán. Su vuelta del exilio en octubre se consideró un paso para poner freno a la peligrosa fragmentación del país; su asesinato destruye esas esperanzas. El presidente Pervez Musharraf debe tomar medidas inmediatas -la más importante, la formación de un Gobierno de unidad nacional- para impedir que Pakistán reviente.
Al decidir que su Partido Popular participaría en las elecciones parlamentarias de enero, Bhutto le lanzó un salvavidas a Musharraf, que se ha visto asediado por múltiples insurrecciones, una amenaza terrorista a escala nacional y una legitimidad bajo mínimos. Tanto Musharraf como sus valedores de Washington esperaban que la participación de los partidos convencionales en las elecciones pusiera fin a la crisis de Gobierno paquistaní y proporcionara apoyo popular a un enfrentamiento decisivo con los talibanes y Al Qaeda.
Sin embargo, ahora es probable que las elecciones se pospongan. De hecho, Musharraf podría verse obligado a imponer de nuevo el estado de excepción, como hizo en noviembre, en caso de que la estabilidad de Pakistán se deteriorase aún más. Hay noticias de violencia en ciudades por todo Pakistán. Karachi, una metrópolis multiétnica, podría estallar en un caos total. Durante la década de 1990, la violencia entre el partido de Bhutto y un partido étnico local -ahora aliado de Musharraf- se cobró en esa ciudad miles de vidas.
En semejante situación, el estado de excepción podría estar justificado. Pero, dada la falta de legitimidad de Pervez Musharraf, dicho paso podría enfurecer aún más a los partidarios de Bhutto, cuyo poder en las calles la dirigente llevaba conteniendo desde octubre. Esto podría crear el escenario para un enfrentamiento violento entre las masas paquistaníes y el régimen de Musharraf.
La situación de pesadilla que muchos habían previsto en Pakistán -un país con armamento nuclear que es blanco activo de Al Qaeda y los talibanes- podría hacerse realidad. Pero ésta no tiene por qué ser una conclusión inevitable.
Musharraf, que habitualmente afirma que actúa siguiendo el principio político de que "lo primero es Pakistán", debe ahora abandonar sus objetivos partidistas y formar un Gobierno de unidad nacional dirigido por un primer ministro de la oposición. Cualquier medida posterior, incluidas la imposición temporal del estado de excepción y una guerra a gran escala contra los terroristas, requiere el apoyo total de los partidos de la oposición. Musharraf y sus aliados políticos no deben dar la impresión de que el asesinato de Bhutto les beneficia, y tampoco pueden permitir que se perciba como una tapadera. Tienen que permitir que la oposición se incorpore al proceso de toma de decisiones.
Un Gobierno de unidad nacional debe asumir tres grandes responsabilidades. En primer lugar, debe establecer una comisión independiente que determine quién fue responsable del asesinato de Bhutto. Aunque el asesinato político no es algo desconocido -el primer mandatario de Pakistán fue asesinado en el mismo parque que Bhutto-, es crucial detener y juzgar a los culpables. Un fracaso a este respecto deshonraría permanentemente a los líderes de Pakistán e impediría todos los intentos de reconciliación política.
En segundo lugar, deben tomarse las medidas necesarias para garantizar la seguridad pública y la estabilidad política, y al mismo tiempo allanar el camino para unas elecciones libres y justas. Debe ofrecer a Pakistán una vía consensuada para recuperar las áreas tribales que se encuentran en poder de los insurgentes, poner fin a la oleada de terrorismo en sus ciudades y garantizar la elección de un nuevo Gobierno legítimo.
Por último, debe entablar un diálogo con Musharraf y el Ejército sobre la separación constitucional de poderes permanente. Si Bhutto no hubiera sido asesinada y, en cambio, hubiera llegado a ser primera ministra, probablemente habría chocado con Musharraf respecto a su arbitraria asignación de competencias a la presidencia, a expensas del primer ministro. La cuestión no desaparecerá con la muerte de Bhutto.
La élite civil y militar de Pakistán debe crear un consenso amplio -quizá con ayuda exterior, pero nunca con la injerencia extranjera- sobre las funciones constitucionales del primer ministro, el presidente y el Ejército. Pakistán, destrozado desde su fundación por una discordia endémica entre las élites, necesita desesperadamente una reconciliación que incluya a todos los grandes actores del país. De lo contrario, los terroristas de Pakistán, que se nutren de la inestabilidad política, seguirán ganando terreno, mientras que la mayoría pobre y analfabeta del país seguirá perdiéndolo.
El asesinato de Benazir Bhutto no tiene por qué suponer la destrucción del país. Las élites de Pakistán tienen la oportunidad de superar sus diferencias, unirse en la oposición a los integristas y transformar su Estado fallido en una democracia estable y próspera.
Si logran llevar a cabo una renovación nacional, Bhutto, una figura política monumental en la historia paquistaní, no habrá muerto en vano.
Arif Rafiq, asesor de política y comunicaciones, edita el Pakistan Policy Blog (www.pakistanpolicy.com). Copyright Project Syndicate, 2007. Traducción de News Clips.
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