Espacio de nostalgia
Saló Primavera, Premio Joaquim Masó a proyectos de montajes de teatro de texto en su primera edición, es un salón de baile y es el recorrido nostálgico por sus muchos avatares. No es, como el de la película de Ettore Scola Le Bal, un salón que sirva de marco inalterable a los acontecimientos históricos que se dan en el exterior y que se plasman en su pista de baile, sino que éste es de los que han sucumbido a ellos: cine de sesión doble con variedades, prostíbulo de altos vuelos, sede del Partido Anarquista, hospital de guerra, prisión, manicomio, Casa de Aragón, estudio de unos pintores posimpresionistas y bingo. Renovarse o morir. Tras muchas mudas, ahora está en sus horas más bajas y su dueña, que heredó el local de su madre, quiere venderlo al Ayuntamiento dado el interés arquitectónico de su fachada. Algo queda, sin embargo, del fulgor de antaño: el rojo ya pálido de sus sofás; las ilusiones algo desmayadas de sus personajes, que comparten con el mobiliario esa pátina que el tiempo da a las cosas. Lluïsa Cunillé y Paco Zarzoso, los autores del texto, nos sitúan en el presente del Saló, para, a partir de los cuatro gatos que lo habitan -cinco, en realidad- ofrecernos flash-backs que Lurdes Barba, la directora del montaje, convierte en postales vivientes.
SALÓ PRIMAVERA
De Lluïsa Cunillé y Paco Zarzoso. Dirección: Lurdes Barba. Intérpretes: Manel Dueso, Tilda Espulga, Lina Lambert, Francesc Lucchetti, Àurea Márquez. Escenografía: Max Glaenzel, Estel Cristià. Vestuario: María Araujo. Sala Muntaner, Barcelona. Hasta el 13 de enero.
La única clienta del local (Àurea Márquez) y reina del Saló durante tres años consecutivos confunde a un ex presidiario con su pareja de baile porque dice que ambos comparten un algo con el actor Víctor Mature; éste (¡Manuel Dueso!) consigue que la dueña le contrate como portero; ella (Lina Lambert) lucha por salvar el edificio a lo Joan Crawford en Johnny Guitar y en rubia platino mientras el alcalde en funciones (Francesc Lucchetti) le miente y la camarera (Tilda Espulga) la amenaza con dimitir sin dejar de servir un martini seco tras otro, su especialidad. A este hilo argumental, se incorporan filamentos de otros ovillos anteriores; escenas que nos remiten a la época en que el Saló fue un manicomio o un bingo y que fragmentan la trama principal ilustrándola. Los intérpretes están estupendos y sirven esta comedia de absurdos con ironía y, por supuesto, números de baile. Por cierto, no consta en la ficha técnica el o la responsable de las coreografías, que tienen mucha gracia, pues resumen el espíritu de la obra, su humor y esa nostalgia por unos tiempos que, si no eran mejores, al menos resultaban mucho más vistosos. El Cara al sol a ritmo de cha-cha-cha es un buen ejemplo.
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