Algo falla en este país
Algo falla en este país cuando una modesta entrevista a un diputado -todo lo escatológica que se quiera- genera una reacción tan agria como desproporcionada. Algo no va bien cuando se activa un invisible, pero real, mecanismo de autodefensa que pone en circulación docenas de articulitos, columnas de diario, tertulianos airados y doctos profesores dibujando caricaturas. Algo pasa cuando toda una galaxia de personajes y personajillos se estremecen ante la insinuación de que su astro nacionalista no es la única estrella que alumbra el universo. ¿Cuál ha sido la palabra mágica capaz de devolver a las batallas terrenales a todo un ex presidente de la Generalitat? ¿Da para tanto la afirmación de que un par de décadas de pujolismo han fabricado un universo simbólico presente en muchos ámbitos de la sociedad?
Algo falla si los medios de comunicación han de verse sometidos a una hipotética "misión histórica"
Algo falla en este país cuando la teoría de La espiral del silencio, expuesta por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, parece cumplirse; cuando muchos ciudadanos evitan expresarse libremente, temerosos del aislamiento o la represión por parte de los detentadores de lo nacionalmente correcto. Algo falla en este país cuando el Consejo de Administración de la Corporación Catalana de Radio Televisión intenta censurar las palabras de un diputado poniendo así en entredicho algo tan elemental como la libertad de expresión y el libre ejercicio de su tarea política.
Pero hagamos un poco de historia. El pasado 3 de octubre el Parlament aprobó, casi por unanimidad, la ley que ha de dar forma a una nueva Corporación Catalana de Medios Audiovisuales. Concluía así un largo periplo parlamentario iniciado en un debate específico que tuvo lugar en diciembre de 1999. Desde la tribuna del hemiciclo los distintos portavoces de los grupos desgranaron, una a una, las razones y los motivos de sus respectivos posicionamientos. En aquella ocasión tuve la oportunidad de exponer y explicar lo que a mi modesto entender ha sido durante 23 años la utilización partidista, por parte de CiU, de los medios públicos de comunicación. Afirmé, y afirmo, que la radio y la televisión pública han de estar al servicio del país en su conjunto y no sólo a los pies de una franja del mismo. Dije que la puesta en marcha de la nueva ley era una oportunidad magnífica para dar un salto hacia delante en el camino de la desgubernamentalización, la independencia y la profesionalización. Abogué por unos medios abiertos a las nuevas realidades emergentes del país, a las diversas culturas y sensibilidades, en un afán de facilitar la integración y la cohesión social. Plantee que el éxito o el fracaso futuro de TV-3 y Catalunya Ràdio radicaba en su capacidad de seducir -o no- a la Cataluña real, en su habilidad para reflejar la realidad social, para ser instrumento de todos y no sólo de unos. Les asignaba a nuestros medios una vocación y función de servicio público nacional, pero, ¡cuidado!, no nacionalista. A lo largo de estos últimos años he insistido una y mil veces en diferenciar una cosa de la otra. La nueva ley es una excelente ocasión para enmendar los errores del pasado y definir pautas y conceptos neutrales desde el punto de vista conceptual y más asumibles por la mayoría de la ciudadanía.
Algo falla en nuestro país cuando todo este discurso crítico acerca del universo simbólico y las inercias del pasado nacionalista es tolerado en el ámbito parlamentario con el esbozo de una sonrisa socarrona, pero deviene ferozmente combatido si se formula en román paladino, cuando se le califica figurativamente de "costra" sin buscar con ello una intencionalidad peyorativa.
Algo falla en este país cuando la pretensión de diferenciar la opinión de la información se confunde con un ataque al libre ejercicio de la tarea de los profesionales. Convergència i Unió ha jugado, sin pudor, a emponzoñar en este sentido cuando una simple mirada a la historia nos muestra de forma fehaciente los métodos de vigilancia, control político y fichaje practicados durante más de dos décadas de gobiernos de Jordi Pujol.
Algo falla en este país si unos medios de comunicación con vocación de servicio público, neutrales y plurales se han de ver sometidos -como pretenden algunos- a una hipotética "misión histórica". Alguna cosa no va bien cuando se evita el debate de fondo que subyace en toda esta polémica para quedarnos en la superficialidad de la "costra". Y si somos sinceros, no tendremos más remedio que reconocer que, desgraciadamente, a nuestro alrededor aun hay unos cuantos temas que son tabú.
Joan Ferran es diputado del PSC en el Parlament
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