Lingotazos y chupitos
Cuando eres serio, circunspecto y aburrido, la gente de la clase, salvo para los quehaceres que atañen al estudio (trabajos conjuntos, resolución de problemas, etc.), pasa de ti. En los jolgorios te encuentras desplazado e incómodo, hasta que un día descubres que tomándote un par de cervezas te vuelves desinhibido y ocurrente. Tus amigos celebran el cambio. Y tú, por primera vez, te sientes integrado. A partir de ese día consideras que el alcohol te es indispensable para triunfar. Enseguida, las dos cervezas son insuficientes, por lo cual hay que aumentar la dosis. Tomas cócteles y participas en concursos para dirimir quién es el más macho en razón del número de lingotazos y chupitos que aguanta sin desplomarse; y bebes, y bebes. Al final, de soso pero apañado pasas a ser un guiñapo sin salud y sin libertad.