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Columna
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Bello y real

Rosa Montero

El otro día leí en EL PAÍS una historia que acaba de suceder en Nueva York y que resulta de lo más adecuada para estas fechas porque parece un cuento de Navidad, uno de esos relatos consoladores y conmovedores sobre el triunfo de la bondad contra el dolor y el mal. El héroe es un bengalí de 20 años que se llama Hassan Askari y es musulmán practicante. Hassan viajaba en el metro por la noche cuando un grupo de pasajeros empezó a felicitarse por las fiestas navideñas. Tres muchachos desearon un "feliz Jánuca", que es una celebración hebrea; al escucharles, una decena de energúmenos, unos pandilleros cuyo líder llevaba un tatuaje de Jesucristo, se abalanzaron sobre ellos y empezaron a aporrearles al refinado grito de "judíos de mierda". Los chicos pidieron auxilio, pero nadie se movió. Nadie salvo Hassan, que se enfrentó a los agresores y recibió una buena paliza. Pero al final la policía detuvo a los matones. Esta hermosa historia nos recuerda un cuento de Navidad porque, en general, las demostraciones de bondad nos parecen un cuento. Debemos de tener algo definitivamente torcido en nuestra cabeza y en nuestras convenciones culturales, porque nos es facilísimo creer en el horror y el mal, pero hablar de la luz y la esperanza enseguida nos parece una ñoñería. ¿Por qué nos cuesta tanto admitir la existencia del bien? Se diría que está de moda ser tipos duros, pero es una actitud poco objetiva. Porque el horror abunda, pero además cada día hay infinidad de actos compasivos y generosos a los que no prestamos la debida atención. Sabemos del gesto de Hassan por su simbolismo musulmán-judío, pero no nos fijamos, por ejemplo, en la mujer que pasa a dar de cenar a un vecino anciano y solo. O sea: la vida buena y bella también existe.

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