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Columna
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Futura calvicie

Vivimos peligrosamente y muchísimos más años. La media de la mujer madrileña, según los últimos datos, sobrepasa los ochenta y el hombre los raspa. Si barajamos el tiempo no es para lamentarlo. Supongamos que sea posible llevar y traer gentes de épocas distintas. Es posible que a algunos les sorprendiera levemente la apertura de las aguas del mar Rojo para que avanzaran a pie enjuto Moisés y sus comandos, fugitivos de las iras del faraón. "¡Vaya -dirían- es como cuando se inunda un valle para construir un embalse, pero al revés!". Y esperarían noticias ampliadas en los telediarios.

¿Se imaginan cuál hubiera sido la reacción de Cortés o Pizarro si vieran interrumpido su camino hacia Eldorado por la caravana de la Vuelta Ciclista a España? ¿Se habrían atrevido D'Artagnan y los tres mosqueteros a cruzar la Gran Vía en hora punta y con el semáforo en rojo? ¿Cuáles hubieran sido los sentimientos de Agustina de Aragón, tras una dura jornada de darle fuego a la batería, si la obligaran a ver una entrega de Gran Hermano?

Nos parecen los inviernos más fríos, los veranos más secos, el aire más contaminado
Crece la humanidad, cuidado con las restricciones que podrían enfrentarla

Sin duda encierra mayor riesgo y muerte tomar parte en las frecuentes Operaciones Retorno de Verano, Semana Santa, en estas inminentes navidades que las batallas del Salado o de Roncesvalles. Ni creo que Viriato, Daoíz y Velarde, Búfalo Hill y el Séptimo de Caballería se arriesgaran a una incursión nocturna, en pleno botellón, por el barrio de Malasaña y alrededores. Las plagas de Egipto, los jinetes letales de Atila, los actuales conflictos en Líbano, Irak, Afganistán, la sedición permanente y homicida en buena parte de las naciones africanas, el irrisorio coste de la vida en lugares de Suramérica, la renacida inseguridad del islam, son el envés del voluntarista tapiz de la globalización.

Al tiempo renace con brío el tenaz y sombrío pronóstico de los ecologistas y el catastrófico final que describen para dentro de apenas pocos siglos. Pienso que, para quienes pierden la vida destrozados por un terrorista suicida, los embestidos por un automóvil en la madrugada, el que aloja entre las costillas una navaja de Albacete; o el pasajero del avión que se estrella, los ahogados de la patera... para todos y cada uno, en ese momento ha llegado el final, el apocalipsis, el waterloo. Eso sin contar el aplastante número de los que mueren en lugar tan peligroso como la cama, llegado el día y la hora de la última caducidad.

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El magnífico escritor gallego Wenceslao Fernández Flórez transcribió -o se inventó- el mensaje final que dirigió, desde el patíbulo, uno de los condenados por el crimen de La Guindalera, que tuvo gran resonancia en su época. A punto de ser encapuchado y sentado en el garrote vil -o con una soga al cuello, no recuerdo-, solicitó permiso para dirigirse al bullicioso populacho que había ido a regocijarse viéndole morir: "Respetable público: dentro de cien años, todos calvos".

Es objetivamente recomendable no escupir en el suelo, tirar de la cadena, reciclar la basura y cuanto tienda a mantener limpio nuestro entorno, pero resulta cuestionable lo que atañe a la supervivencia individual, de difícil vinculación con magnitudes como el cambio climático. Claro que nos parecen los inviernos más fríos, los veranos más secos, el aire muy contaminado, y recordamos con irracional nostalgia las montañas boscosas y los riachuelos cantarines en primavera. Millares de conciudadanos parten gozosos hacia la parcela el fin de semana, se colman de vehículos las autopistas durante los largos puentes y niños y mayores pasan parte de la existencia delante de la tele encendida, exigiendo nuestros hábitos un incesante aumento de energía eléctrica, para nuestro desarrollo común, la iluminación del ocio, el funcionamiento de los quirófanos y la congelación de los alimentos.

Crece la humanidad desmesuradamente, cuidado con las restricciones, que podrían enfrentarla para controlar las fuentes del bienestar. Tirso de Molina pone en boca del burlador de Sevilla el poco aprecio por la remota desventura: "Los que fingís y engañáis / a la mujer de esta suerte / lo pagaréis con la muerte...". Y don Juan, con desdén, comenta: "Cuán largo me lo fiáis". Aunque Tenorio murió de una estocada con apenas 30 años de vida. Otro percance impredecible.

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