Óiganles, por favor
Caminaba por una calle cualquiera de una capital de provincia y oía, sin proponérmelo, la conversación de una muy modesta pareja de inmigrantes que me venía pisando los talones. Eran hispanoamericanos, desde luego. Y oyéndolos pensé: entre lo mucho que nos pueden aportar, no es lo de menos el que contribuyan a mejorar nuestra lengua maltratada. Con sus variantes y peculiaridades, por supuesto, hablaban divinamente ese mismo castellano que nosotros, con una mezcla de desidia e incultura, estamos echando a perder.
Estos recién llegados del otro lado del océano, a los que con frecuencia miramos por encima del hombro y despectivamente, además de mano de obra y voluntad de trabajo, nos traen conocimiento y cultura, fina elocuencia y gracioso hablar. Óiganles, por favor. Y aprehendamos.
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