Ritual torero en clave flamenca
Jaume Villanueva recrea en el Espai Brossa la elegía lorquiana 'Llanto por Ignacio Sánchez Mejías'
"Cuando un torero debuta en una plaza y la faena le sale bien, siempre volverá a vestirse en el hotel donde lo hizo aquella primera vez". Lo cuenta Juan de los Ríos, matador retirado en 1963 por una cornada, en la habitación 112 del hotel Oriente, la misma donde Manolete solía vestirse de luces antes de sus citas barcelonesas con el toro, aunque en los años cuarenta del pasado siglo la numeración fuera otra y el rótulo que identificaba la estancia marcara el 110. En ese cuarto plagado de simbolismo, Juan de los Ríos ayudó ayer a enfundarse el chaleco, la chaquetilla, la faja y la pañoleta al bailarín Nacho Blanco, protagonista del espectáculo El llanto, una recreación del poema de Lorca Llanto por Ignacio Sánchez Mejías firmada por el director escénico Jaume Villanueva que se presentará en el Espai Brossa de Barcelona desde mañana hasta el 6 de enero.
A partir de la elegía lorquiana, Villanueva ha imaginado una historia de amistad y muerte que no se expresa a través de las palabras, sino mediante las herramientas propias del flamenco. El baile de Nacho Blanco (dando vida a Ignacio) y Frederic Gómez (en el papel del Toro) y el cante de Juana García, La gitana catalana, acompañados al piano y la percusión por Rafael Plana, son los protagonistas del espectáculo, que utiliza música del compositor catalán Enric Granados.
En la habitación escogida para presentar el espectáculo a la prensa, De los Ríos y Blanco escenificaron un ritual plagado de religiosidad y superstición. A un lado, una mesita con estampas de la Virgen de la Macarena con algunas velas encendidas. "Vestirse de torero es una de las cosas más serias que hay en la vida", decía el maestro, actual director de la escuela taurina de Barcelona. "En ese rato, por la cabeza del torero pasan un millón de cosas, algunas agradables y otras no", aseguraba. Por su experiencia sabe que entre esos pensamientos predomina la sensación "de estarse poniendo una mortaja. En eso se puede convertir el traje en un abrir y cerrar de ojos".
Sin duda, De los Ríos revivía viejas emociones porque también él se vistió de luces en el Oriente "17 o 18 veces". La diferencia es que Blanco no se estaba preparando para lucirse en el albero, sino en el escenario, como intérprete de un espectáculo que destila esencia taurina en clave flamenca.
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