Viaje a Manso
No sé por qué fui esta vez a la calle de Manso. Como a menudo en Can Vilaró, en Borrell tocando a esa vía, pero ayer el restaurante estaba cerrado y además no era la hora de comer. La calle es corta, apenas cuatro manzanas, relativamente tranquila y exhibe una armoniosa combinación de almeces y plátanos. Arranca en el vértice de la ronda de Sant Antoni con la de Sant Pau y muere en el Paral·lel, formando parte de una avanzadilla de la trama Cerdà entre las antiguas murallas y la carretera de Sants a Barcelona. Debe su nombre a José Manso Solà, un militar nacido en Borredà en 1785 y muerto en Madrid en 1863, que llegó a ser capitán general de Castilla la Vieja, Aragón, Valencia y Castilla la Nueva. (Entre paréntesis, es curiosa la afición de esta parte de la ciudad por los espadones: Rocafort, Viladomat, Vilamarí y Llança -que no Llançà, como razonó en una crónica Jaume Guillamet- fueron también ilustres hombres de armas). Como lugar más destacado de la calle de Manso, sin duda hay que señalar el Instituto Goethe, situado en los números 24, 26 y 28, y luego el concurrido centro de atención primaria, en la esquina con Calàbria.
Pero no era nada de todo eso lo que me había llevado esta vez a Manso, sino el hecho de haberme topado con esta calle en el conmovedor cuento Dissabte de Quim Monzó (Mil cretins). En realidad, no es ni siquiera la calle principal del relato, que transcurre por las inmediaciones de Balmes, donde vive la protagonista, una señora que se aplica minuciosamente a borrar cualquier rastro de su ex marido en la casa, empezando lógicamente por las fotografías y acabando, menos lógicamente, por la pintura de las paredes, los embaldosados y su propia piel. En cualquier caso, una de aquellas fotografías en las que ella aparecía junto a él poco antes de casarse había sido tomada, cuenta Monzó, por un retratista de la calle de Manso.
Tampoco eso, sin embargo, parecía motivo suficiente para viajar hasta allí, pues estaba claro que aquel retratista, de haber existido alguna vez, de ninguna manera iba a seguir en ejercicio, tal como les han ido las cosas a este tipo de negocios en la era digital. Entonces, ¿qué estaba haciendo yo en Manso? Confesémoslo: había partido tras un bonito nombre -gran combinación de consonantes en una palabra corta como ésta-, pero no estaba encontrando ninguna crónica que contarles hoy. Hasta que empecé a fijarme en los nombres de los comercios, algunos abiertos, otros cerrados en un día indeciso y tonto como el de ayer, que tenía algo de sábado, sin serlo de verdad.
Reparé, en efecto, en que muchos de aquellos comercios llevaban nombre de mujer. Ester, Moda Íntima y Lincería. Pilar, Calçats i Complements. Bar-granja Manolita. Kuky, Regals, Bisuteria, Articles Fets a Mà. Merche (no logré identificar a qué se dedicaba Merche, pues su establecimiento tenía la persiana echada, y nada en el exterior permitía adivinar la actividad). Sabateries Angui. Ada Confeccions. Y de repente, fui consciente de que le estaba buscando nombre a la desesperada mujer del cuento de Monzó y que lo estaba haciendo en el lugar donde el escritor había situado la noticia más antigua relacionada con ella, la vieja instantánea tomada pocos días antes de la boda. Pero, repito, en Manso no encontré ningún estudio fotográfico. En cambio, en el número 54, sí di con la Polleria La Moderna. Y entonces decidí que la mujer que estaba buscando se llamaba Pilar, como la de los calzados y complementos, y que, de niña, Pilar pasaba por delante de esa pollería camino de la escuela y quedaba fascinada por el subtítulo de la tienda, que dice así: "Gènere arribat a diari de Girona". Aunque ésa, obviamente, ya es otra historia.
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