Un día cualquiera en la casa mutante
La Casa Encendida cumple cinco años como heterodoxo referente artístico, ecológico o solidario
-Madrid, antes, estaba parado. Parecía una ciudad de instituciones de arte, donde apenas se dejaba ver lo que se producía, menos aún lo de los jóvenes.
Habla Javier Busturia. Tiene 30 años, es artista visual y está en el patio central de La Casa Encendida, en Lavapiés, un centro que depende de Caja Madrid. El "antes" es hace cinco años, cuando lo que han ido encontrando desde entonces en este espacio más de dos millones de personas no estaba.
Una película, un concierto, un taller para aprender a hacer un huerto en casa, un vídeo, una poesía, una conexión gratis a Internet, una mañana al sol, una falda cosida por mujeres camboyanas que han dejado la prostitución, una foto, alguien con quien charlar. La Casa Encendida, que mañana cumple cinco años, está habitada de ratos y experiencias. Que pueden parecer dispares. "Trata de trabajar sobre la contemporaneidad", aclara José Guirao, el director, antes al frente del Reina Sofía. "Pero es un concepto esquivo y ambiguo: está ocurriendo. En el ámbito cultural, nos interesa el proceso, que un artista esté experimentando, ensayando".
La mitad de los dos millones de visitantes tiene entre 24 y 35 años
Se 'descubrió' a Vigalondo y Roberto Bolaño impartió su último taller literario
Es viernes 30 de noviembre. Un día basta para ver que no se está en un museo, ni en un centro social, ni en un espacio artístico. O no exactamente. Se parece más bien a todo eso junto integrado en cuatro ejes -cultura, medio ambiente, solidaridad y educación- y concretado en 1.700 actividades al año.
10.00. En la puerta hay bicis atadas a las farolas. Llega un grupo de niños. Entran un par de treintañeros. Y un jubilado. La mitad de los que pasan por La Casa Encendida tiene entre 24 y 34 años. El 17% es inmigrante. El 75% es menor de 44. Lavapiés abraza la casa por detrás y forma parte de "esa rara mezcla de lo multicultural y castizo", como lo define Guirao.
Muchos prefieren empezar la casa por la terraza. Allí crecen hierbas aromáticas y lo que da de sí un huerto. Se oye el ruido del agua. Es el "ecosistema ciudad", una exposición permanente sobre la heroica fauna (ratas, gorriones, murciélagos) y flora (hay un cedro del Retiro, una encina como las de la Casa de Campo) que vive en Madrid, y sobre el reciclaje.
La ecología, seña de identidad: se traduce en educación, en la forma de abastecimiento del edificio -un panel solar- o en los mensajes en cada papelera: "Reciclando el 95% de la materia orgánica producida en un año en La Casa, se cubre el gasto energético de tres días".
Aunque ya hace frío, la gente se sienta en la terraza. "Aquí estás lejos del ruido", comenta Emma, de 28 años, mientras ojea unos apuntes para una oposición. La Casa "es el único sitio donde la biblioteca abre todo el día, y puedes desconectar y venirte a la terraza o ver una exposición, o descargarte una ley en la mediateca", dice Francisco, otro opositor.
12.00. Chavales de la fundación Síndrome de Down llegan al torreón para descubrir el sistema solar, que el eje imaginario de los planetas "es como el palo de un chupa chups" o qué estrellas son las que ven por la noche. Una planta más abajo, niños de seis años corretean por la biblioteca infantil después de escuchar cuentos. El viernes, víspera del Día Mundial del Sida, el escenario fue para un documental sobre cómo se trata de evitar que las madres africanas infectadas no contagiaran a sus bebés. "El feedback es fundamental para programar", explica Blanca Rosilla, coordinadora de Solidaridad. "La gente nos cuenta qué le interesa y nos fijamos en cooperación al desarrollo, marginación, voluntariado... Trabajamos con un año de antelación o más, y la idea es innovar y buscar un espacio que no compita con otros centros", agrega. La Casa alberga una tienda de comercio justo o una oficina en donde se atiende a quien quiere ser voluntario con información de 500 ONG, se ayuda a elegir qué tipo de proyecto encaja mejor con su perfil (la mayoría son mujeres y estudiantes).
En el estudio de radio hay un taller en el que los alumnos inventan efectos. Cosas como a qué suena el amor o la avaricia. Aquí se presta asistencia técnica gratuita de 20 horas para cualquiera con un proyecto de radio, desde un documental hasta la maqueta de un disco. Sólo hace falta inquietud: por el cine, con una filmoteca llena de rarezas; por la hemeroteca, con más de noventa publicaciones; o por saber manejar un ordenador: "Ahora, como estoy jubilado, quiero saber usar el PC de mi hijo sin estropearlo", dice Antonio.
17.00. Empiezan los cursos. Raúl, de 27 años, está a punto de entrar en uno de fotografía impartido por Joan Fontcuberta. La Casa "tiene las propuestas más europeas que hay en Madrid", dice él, que ha vivido los dos últimos años en Londres. "Mezclan arte emergente con exposiciones de los más consolidados, con ecología... Se parece al Barbican Centre, pero es más alternativo".
La primera vez que se vio un corto de Nacho Vigalondo (candidato a un Oscar en 2004) fue aquí. Y la primera exposición de Abigail Lazkoz. Antes de que el Guggenheim de Bilbao la haya escogido para que transforme el museo, Maider López diseñó los toldos. Roberto Bolaño impartió aquí su último taller de literatura. La Casa Encendida actúa como laboratorio artístico. Quizá ése sea el papel por el que es más conocida. Si el CCCB de Barcelona es uno de los parecidos razonables con La Casa Encendida, en Europa es el Centro de Artes y Medios de Karlsruhe (ZKM), en Alemania, o el Ars Electrónica Center de Linz (Austria). Y en cinco años se ha convertido en referente, al integrar la ecología o la solidaridad. Dos ejemplos: "El KREA que va a abrir en Vitoria, o la Tabacalera de San Sebastián", comenta el director, "han venido a interesarse por el modelo de gestión, los proyectos, además de muchos ayuntamientos".
19.00. A los 10 años, Rimbaud escribió en su cuaderno que lo que él quería ser es rentista. Aquí está esa libreta infantil. Las exposiciones se van llenando, como ésta, y, sobre todo, Warhol sobre Warhol, una de las más ambiciosas, con la que La Casa celebra su cumpleaños. "Conviértete en artista", se lee en un fotomatón. La gente hace cola para ver cómo queda su cara convertida en manchones de colores. Aquí está el Warhol performer, que se pinta y se convierte en una rubia inquietante. Lleva una semana abierta y ya la han visto 6.000 personas.
La idea de descubrimiento atraviesa la programación cultural. El año pasado, 300 músicos se pasearon por el edificio interpretando una ópera minimalista de John Cage. Teresa Margolles usó agua de limpiar cadáveres de la morgue de México, DF para pulverizársela a la gente. Veinte personas están detrás de todo esto. Viajan, recorren bienales y exposiciones, husmean en ferias, conocen artistas, analizan decenas de propuestas. Y detrás de ellos están los ocho millones anuales de la Obra Social de Caja Madrid.
20.00. Hora del cine. Igual que las diez la de la danza o los conciertos, aunque todo puede ocurrir de forma simultánea. Como escuchar a Patti Smith cantar a propósito de la exposición de Rimbaud. Las películas de Warhol, difíciles de ver si no es aquí, a partir del lunes. Ahora, el patio central está consagrado a Warhol, y las actuaciones se reanudan en enero. Como el artista de Pittsburgh, La Casa se transforma cada hora, está en constante mutación.
El lugar triste para empeñar el reloj
Cuesta pensar en un carromato cargado de abrigos, colchones y todo tipo de objetos entrando por la ahora sala wi-fi. En vez de cómodos sillones y gente dispuesta a ver una exposición, en la posguerra, al patio central de La Casa Encendida llegaban los madrileños a dejar sus objetos de valor a cambio de dinero.
El edificio neomudéjar, proyectado en 1913 por Fernando Arbós, fue uno de los más modernos de la ciudad. Fue el primero en tener calefacción. Después de la guerra, muchos vecinos de Lavapiés que eran aficionados a los toros dejaban, cuenta el responsable de prensa de La Casa, los colchones empeñados para poder ver la Feria de San Isidro y luego los recuperaban en subasta al mismo precio.
Alvíctor López, de 80 años, no tiene una memoria tan festiva del lugar. Está sentado junto al fotomatón de Warhol, y comenta que ahora viene aquí "para ver gente". "Me gusta, no paso frío", dice. "Éste era un sitio triste después de la guerra. Yo había ayudado a poner sacos de arena para que no bombardearan la Cibeles", explica orgulloso. Y luego añade: "He vivido siempre en la calle Amparo [una de las que flanquean La Casa], y este sitio me recuerda los malos tiempos. Aquí se empeñaba lo poco bueno que teníamos los obreros: un mantón de Manila, un reloj... para comer".
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