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Columna
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Ano-polis

Lo miren como lo miren, los tríos ya no son lo que eran. Ignoro, en realidad, cómo resultaban antes —antes del Triángulo de las Azores-, pues en mi veterana mente sólo retoza con asiduidad el terceto formado por Fred Astaire, Nanette Fabray y Jack Buchanan cuando, disfrazados de chiquillos con chupete en Band Vagon, interpretan el número Triplets.

Observen a esos tres —Olmert, Abbas, Bush Jr.— que aplastan con el peso de su levedad la inmerecida belleza de las hojas de otoño, o exhiben su desganada pulcritud de ejecutores en traje sastre, palmeándose las espaldas mientras junto a las macetas del pesebre de Annapolis. El comentarista Rami G. Khouri ha definido esta cumbre con acierto: "Annapolis como Madrid con tranquilizantes". Se trata de escenificar lo mismo de siempre, de que los medios de comunicación finjan comprarlo y lo distribuyan entre el personal, que más o menos lo ingerirá, eso sí, acompañado por un par de Valiums.

Bush Jr. volverá a su Casa Blanca y le enseñará la patita a la bruja Cheney. Quizá dentro de 15 años (ahora condenan en Perú a quienes ayudaron a Fujimori en su autogolpe de 1992) un tribunal internacional decidirá ponerle en busca y captura por todo el mal realizado por él y su cuadrilla. Los otros dos regresan en horas a sus respectivos destinos: Olmert a la sede colonial de Oriente Medio llamada Jerusalén, Abbas a su corral para capones del bantustán que aún llaman Cisjordania. Para variar, todos en Annapolis apoyan un Líbano libre y democrático, en el que la lista de candidatos a presidente de confesión cristiana tiene que proponerla su Rouco Varela, y ni siquiera sus correligionarios le hacen el menor caso.

No son los de la troika quienes necesitan píldoras. La opinión pública debería ingerir poderosos sedantes cada vez que la peña orientaloide intenta metérsela doblada.

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