Miedo y odio al norte de París
Los 30.000 vecinos de Villiers-le-Bel están aterrorizados tras dos noches de violencia entre jóvenes y policías
El olor a quemado lo invade todo en Villiers le Bel, pequeña ciudad al norte de París. Ayub barre la acera frente al supermercado donde trabajaba hasta ayer. Ahora está destruido. "Es la guerra, hermano", dice, "pero tenía que pasar, hay demasiado odio entre los chavales y la policía".
Por el estado del mobiliario urbano se puede adivinar el perímetro del campo de batalla: un área de unos 300 metros en torno al lugar donde el pasado domingo por la tarde, Moushin y Larami, dos chavales del barrio de 15 y 16 años, a bordo de una pequeña moto de montaña, sin casco ni placas de matrícula, chocaron contra un coche patrulla de la policía y murieron.
"La policía cargó y recibió una lluvia de adoquines", dice una vecina
La noche del lunes al martes fue de una violencia extrema, muy por encima de la que se vivió hace dos años en la rebelión de las barriadas. Un centenar de jóvenes organizados, repartidos en pequeños comandos, se han enfrentado a las fuerzas de policía y, a tenor de los resultados, las han derrotado. Balance: hasta 82 agentes heridos, varios por disparos de armas de fuego y cuatro de ellos en estado grave. La guardería, la biblioteca, el supermercado, un concesionario de automóviles y numerosas tiendas son sólo cenizas.
Hay miedo en Villiers le Bel. Un miedo profundo, nacido de un odio profundo. Los vecinos de esta pequeña ciudad de 30.000 habitantes, en la periferia de París, están espantados por lo sucedido, lo lamentan, incluso maldicen a los autores de los incendios. Pero son muchos aquellos que los comprenden, los apoyan, los ayudan y están convencidos de que la muerte de Moushin y Larami no fue un accidente. "La policía amenaza siempre con mandarles a la cuneta cuando detiene a estos chavales", explica Ayub, "parece que llevaban la mañana dando vueltas en la moto y que ya los había detenido el mismo coche patrulla".
El argumento supuestamente definitivo, sin embargo, es que tras el choque los policías fueron recogidos por otro coche patrulla y dejaron solos a los dos chicos. La policía lo desmiente y la procuradora Marie-Thérèse de Givry, que lleva la investigación, aseguraba ayer de nuevo que los chavales se empotraron contra el coche policial en un cruce llegando por la izquierda, y que, según los registros horarios de las llamadas de la policía y los bomberos, estos últimos tardaron sólo 10 minutos en llegar y que los agentes no se movieron del lugar. Eso sí, poco después unos y otros, incluidos los chicos posteriormente fallecidos, debieron salir de allí al ser atacados por grupos de jóvenes.
No importa. Tampoco importa que las familias de los fallecidos hicieran un llamamiento a la calma. El odio, la fractura total que existe entre estos jóvenes, en su mayoría adolescentes, de las barriadas y las fuerzas del orden, vistas como un poder de ocupación, calificadas con los epítetos más brutales y despreciativos, y el culto a la violencia extrema, son un cóctel explosivo imposible de detener.
Madeleine contempla las aulas calcinadas de la guardería donde hubiera querido dejar a sus hijos. "Cuatro hermanos y hermanas de Larami vienen a esta escuela", asegura. Madeleine vive muy cerca. Villiers le Bel no es una ciudad-gueto, como muchas de las que se hicieron famosas en la rebelión de hace dos años. De origen rural, tiene una calle comercial en torno a la cual se extiende un pequeño barrio de lo que en Francia se llaman pabellones, pequeñas casas unifamiliares con su jardín enfrente, y un barrio social con edificios de pocos pisos y en buen estado. El lunes, cuando empezó la batalla justo frente a la estación del tren de cercanías, estaba en su balcón. "Los chavales salieron de improviso y pegaron fuego a un camión de basura. La policía cargó y recibió una lluvia de adoquines seguida por bombas incendiarias". Poco después sonaron los primeros disparos y Madeleine, como la mayoría de la gente del barrio se metió dentro y cerró la ventana. "Tuve mucho miedo", reconoce.
"Las cosas no han mejorado", dice un alcalde de la zona
A mediodía llegaron los políticos. El primer ministro, François Fillon; la titular de Interior, Michèle Alliot-Marie, y los alcaldes de la zona, a quienes también había salpicado la violencia la noche anterior, aunque en menor grado. El socialista François Pupponi, de la vecina Sarcelles, mostraba su inquietud. "Son criminales", comentaba, "no se puede disparar sobre policías, pero lo sucedido revela el sentimiento de odio y la tensión entre los jóvenes y la policía". "Las cosas no han mejorado a lo largo de los últimos dos años", reconocía, "y el sentimiento de rechazo es incluso mayor, cualquier cosa puede desatar el infierno. Hay que volver a la calma. No se puede aceptar. Hay que encontrar soluciones permanentes".
Fillon anunció ayer un despliegue impresionante de medios para impedir una nueva noche de violencia. Este despliegue incluía la presencia de helicópteros que permiten identificar a los cabecillas. "Serán detenidos y responderán ante la justicia. Son criminales", manifestó. El presidente Nicolas Sarkozy, de vuelta de China, tiene previsto tomar hoy cartas en el asunto. Visitará primero a los policías heridos, recibirá más tarde a los padres de los chavales fallecidos y finalmente presidirá una reunión de urgencia para poner en marcha un plan contra la violencia. Sarkozy era ministro del Interior cuando se registraron los disturbios de 2005.
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