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Columna
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'Tuning' navideño

La Navidad no llega como un regalo, puntual e ilusionante, sino que cada año nos sorprende antes, pillándonos desprevenidos en un supermercado, frente a una estantería de turrones a la vuelta de los congelados. La estrategia comercial de anticipar la Navidad para incitar cuanto antes al consumo no sólo puede provocar rechazo, sino situaciones insólitas. Este año, la premura navideña y el cambio climático nos han llevado a tomar una cerveza en una terracita mientras escuchábamos villancicos.

La Navidad se está desligando de sus propias tradiciones, de sus referencias temporales e incluso estéticas. Madrid es una de las ciudades que más quiere a la Navidad pero que más se preocupa en reinventarla, en alejarse de los tópicos y de vivirla a su manera. Los puestos de la plaza Mayor, uno de los símbolos navideños de la capital, se han convertido en unos tenderetes basados en artículos de broma y pelucas. A finales de año la ciudad se llena de jóvenes con pelos de plástico naranja y con diademas de cuernos luminosos.

Cada uno escoge cómo la celebra y en qué consiste, como hace el propio Ayuntamiento

La propia iluminación de las calles huye de mostrar dibujos de velas, de bolas o de mensajes clásicos. Últimamente Cibeles y sus calles aledañas se convierten en una nueva pasarela para exhibir las creaciones lumínicas de reputados diseñadores. Este año, con casi un millón más de puntos de luz que el pasado, debutan Amaya Arzuaga, Juan Duyos, Ángel Schlesser y Francis Montesinos, entre otros. También repetirán Ágatha Ruiz de la Prada y Debota & Lomba.

Durante las dos últimas semanas hemos podido crear piquetes psicológicos a la entrada de la Navidad. Frente a los abetos que custodian la entrada de las tiendas del barrio de Salamanca o ante la nieve artificial que empaña algunos escaparates del Heron City, hemos hecho un ejercicio mental para negar el aterrizaje de unas fiestas para las que no estábamos preparados, unas pascuas que parecían un engaño, un camelo comercial. Sin embargo ya es oficial.

El viernes se inauguró el alumbrado navideño y el domingo comenzó el dispositivo de movilidad que consiste, básicamente, en poblar el centro de policías para evitar el tráfico de coches por las calles y el de alcohol por las venas de los conductores. A veces basta con atascarse en la Gran Vía un viernes y sufrir el colapso de los parkings, como ha ocurrido este fin de semana, para comprender que ya es Navidad en Madrid.

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Cuando la resistencia es imposible, no hay mejor estrategia que entregarse a las fiestas. Ya no existe excusa para despotricar contra las navidades porque cada uno las vive, las concibe y las celebra como quiere. Papá Noel, Reyes Mayos o amigo invisible; belén o abeto; espumillón o velas sobre la mesa del comedor. La religión ya no marca las pautas de celebración (sólo las fechas señaladas en el calendario); la Navidad es ya un pretexto para comprar y cenar fuera, para ver a la familia o viajar hacia el buen tiempo. Nadie está obligado a festejarla y mucho menos a someterse a los ritos tradicionales. Todos debemos cumplir ciertas pautas de regalos y comidas de empresa que no siempre resultan agradables y conmovedoras, pero la verdadera conmemoración es un ritual privado.

En Estados Unidos hay gente que celebra el Festivus, una ceremonia imaginaria que mencionó un personaje de la serie Seinfeld en un capítulo emitido hace 10 años. La fiesta, según explicaba el personaje de George Constanza, era una alternativa a la Navidad inventada por su padre consistente en reunir a la familia el 23 de diciembre en torno a una barra de aluminio y decirse a la cara los agravios acumulados durante todo el año. Una empresa de Milwaukee vende palos de Festivus por 38 dólares, tasas de envío no incluidas. Lo que nació como un gag de sitcom es ya una alternativa a la Navidad convencional.

El caso del Festivus y el de muchos americanos es extremo, pero refleja una tendencia creciente en España y, sobre todo, en Madrid. Cada uno escoge psicológicamente cuándo empieza la Navidad, cómo la celebra y en qué consiste, como hace el propio Ayuntamiento. Hoy vivimos una especie de self-service navideño, de tuning festivo que acaba resultando irrenunciable y seductor. Quienes siguen maldiciendo estas fechas, negándose a celebrarlas o sometiéndose sumisamente a los antiguos protocolos, resultan desfasados y aburridos. Apagados. Las bombillas fundidas del cartel.

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