Paseo con Peñíscola al fondo
La atalaya del Papa Luna, punto de partida para una excursión por la sierra de Irta
Peñíscola es conocida como la ciudad en el mar porque está situada en una península, al igual que Cádiz, A Coruña y otras cien más; con mayor razón podrían decirle la ciudad de los cismas, pues sólo ella ha protagonizado, que nosotros sepamos, dos. Durante el primero, el famoso Cisma de Occidente, hubo seis años (1417-1423) en que Peñíscola fue la sede de Benedicto XIII; ya saben, Pedro de Luna, aquel maño tozudo que terminó sus días encerrado en el antiguo castillo de los Templarios, considerándose el único papa bueno, lanzando excomuniones a dos manos y escribiendo tratados tan polémicos y tan contra todo como su Replicatio contra libellum factum contra praecedentem tractatum (Réplica contra el escrito hecho contra el anterior tratado).
El segundo cisma en el que Peñíscola se ha visto involucrada es más reciente y más sencillo. Para entenderlo, no hay que saber historia, y mucho menos, latín. Basta con subir a lo más alto del castillo y explayar la mirada a uno y otro lado de la península. Al norte se ve una playa atiborrada de edificios que se prolonga 15 kilómetros por el vecino municipio de Benicarló hasta Vinarós, ya en la linde de Castellón y Tarragona; al sur, la sierra de Irta y sus 15 kilómetros (también) de fachada litoral, mas ésta bordada de calas vírgenes, acantilados y vegetación mediterránea. Allá, una muchedumbre que piensa que lo natural es hartarse de sol y Paellador; acá, grupitos de senderistas que piensan, como el Papa Luna, que si la mayoría siempre tuviese razón, Adán y Eva habrían expulsado a Dios del paraíso. A esta discordia entre dos mundos incompatibles -el de la chancla y el de la mochila, el del apartamento en primera línea y el del parque natural- bien podría llamársele el Cisma de Levante.
Es la de Irta una sierra de pequeñas alturas -la mayor, de 573 metros-, pero de tremendas soledades, subrayadas por las ruinas de los castillos -Pulpís y Alcalá de Xivert-, atalayas, masías y bancales de una civilización agrícola a la que se llevó el huracán del progreso. A cambio, los modernos amantes de la naturaleza hemos ganado un balcón sobre la mar esmeralda, florido de amarillas aliagas en invierno y de blancas estepas en primavera, y un sendero circular de 26 kilómetros, el PRV-194, que permite recorrer toda la sierra sin temor a extravíos, gracias a los letreros y a las marcas de pintura blanca y amarilla que lo jalonan; un sendero bien pensado, con atajos igualmente señalizados que ofrecen la posibilidad de hacer circuitos a la carta más ligeros, como el de 10 kilómetros que hoy nos disponemos a seguir por el extremo sur del paraje natural.
Calas y torres
Desde Peñíscola, vamos a acercarnos en coche al punto de partida, la playa del Pebret, por la carretera que bordea la costa hacia el sur, cogiendo enseguida una pista de tierra que orilla calas tan bellas y solas como Ordí y L'Arjub, y sube luego con fuerte pendiente a la torre Abadum, que es alta y clara, de roca caliza, como los acantilados de 40 metros, rebosantes de aves marinas -cormorán moñudo, halcón de la reina y gaviota de Audouin, entre otras-, sobre los que se alza. Tras rebasar esta anciana atalaya, erigida para prevenir los ataques de los piratas berberiscos, la pista caracolea de bajada hacia la playa del Pebret, que aparece pronto señalizada junto a un viejo cuartel de carabineros. Hasta mediados del siglo XX, este último se usó en combinación con los de Torre Nova y Prat de Cabanes para prevenir el contrabando en este sector escasamente habitado de la costa.
Una vez en la playa del Pebret, la cual atesora uno de los últimos campos de dunas del litoral castellonense, continuaremos ya a pie por la misma pista que veníamos y tomaremos el desvío señalizado hacia el Pou del Moro, ascendiendo suavemente a través de bosquetes de pino carrasco y áridas ramblas, hasta avistar, en cosa de una hora, una preciosa barraca de volta, choza de piedra en seco y falsa cúpula típica de esta comarca. Los siguientes hitos son el Pou del Moro, pozo romántico y verdinoso que bosteza entre juncos, palmitos y olivos, y el Mas del Senyor, una ruinosa masía con olmeda y manantial que ni pintada para zamparnos el almuerzo. Hasta aquí, en total, son dos horas de marcha.
Otra hora más nos llevará regresar siguiendo el atajo indicado en los letreros como PRV-194.3, vistosísimo al discurrir en cornisa sobre el llano y la playa del Pebret, adonde bajaremos paseando entre los muros caídos del despoblado de Irta, sobre sus faraónicos bancales y junto a ese arco que mira melancólico para una mustia chumbera. Y así es como Irta, pueblo muerto y sierra viva, nos enseña que la naturaleza se renueva y permanece, mientras que todo lo humano pasa, como pasó Pedro de Luna y pasarán -tiempo al tiempo- los bloques de apartamentos que hoy tanto afean el litoral levantino.
GUÍA PRÁCTICA
Cómo ir- Peñíscola dista 60 kilómetros de Castellón yendo por la autopista A-7; luego hay que seguir las señales hacia la sierra de Irta, por la carretera y porla pista de tierra que bordeanla costa hacia el sur.Comer- Casa Jaime (964 48 00 30). Peñíscola. Pescados y mariscos recién traídos de la lonja,y sabrosos arroces y cazuelas. Precio medio, 40 euros.- La Marinera (964 48 15 19). Peñíscola. Pescado al hornoy a la sal, caldereta de langosta y bogavante, y arroces de marisco caldoso y seco. Unos 30 o 35.Dormir- Hostal Aranda (606 22 29 17). Peñíscola. Acogedora casa tradicional peñiscolana,en el casco antiguo. La doble, entre 50 y 70 euros.- Hostería del Mar (964 48 06 00). Peñíscola. En la playa del Norte, con excelentes vistas. La doble, entre 68 y 133 euros.Información- Oficina de turismode Peñíscola (964 48 02 08; www.peniscola.org).
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