"El lujo es la cultura, no el oro y la ostentación"
Enrique Loewe se deja retratar con paciencia, bromea -"para salir sonriente"- y recoloca él mismo los bancos que los periodistas han descolocado preparando la foto. Para alcanzar el restaurante del Teatro Real hay que atravesar salones decorados con boato de manual.
Más tarde, el empresario, de 66 años y bisnieto de un alemán que hace siglo y medio fundó en Madrid la que hoy es la mayor empresa española dedicada al lujo, matiza: "Es una idea en revisión. Hoy el lujo es más cultura, más objetos compañeros. No el oro y la ostentación. Es una forma de utilizar el tiempo, que es el mayor lujo".
La fundación del empresario celebra los veinte años de su premio de poesía
El encuentro es en el Teatro Real, pero podría ser en un restaurante japonés. Y no sólo porque él sea un enamorado de la comida asiática -"me encanta la mezcla de sabores"-, sino porque Loewe es la marca española más conocida en Japón. Lleva 30 años allí: "Para triunfar en Japón hay que asociarse con japoneses. Si todo se decide en la calle Serrano, mal vas". Hoy la empresa tiene 180 tiendas en todo el mundo. De ellas, 120 están en Asia.
Madrileño y cosmopolita, Enrique Loewe pide primero un whisky. Luego, croquetas. Con todo, el gigante español de los complementos de moda pertenece desde hace 10 años a la multinacional de Bernard Arnault, dueño de mastodontes de postín como Louis Vuitton, Moët y Dior. "Vuitton tiene 15 marcas como Loewe. Y me temo que, a base de tópicos sobre la pasión y le rouge, se desaprovecha el carácter español de esta casa", explica con melancolía el último de una familia que, entre desavenencias, perdió el control de su firma: "Mi padre quería dar el salto internacional. Otros, comprar solares en la Costa Brava". Rumasa entró en Loewe y el resto es historia.
Enrique Loewe habla sin medias tintas. Sus cargos son ahora honoríficos, de "Reina Madre", dice él, irónico. Eso sí, es la cabeza de la Fundación Loewe, que este año patrocina la temporada de ballet del Teatro Real y que, en este mismo restaurante, entrega esta noche su vigésimo premio de poesía, el más prestigioso de España, "y nuestra actividad más rentable en relación a la inversión", apunta. "Antes me preguntaban si era el de los bolsos; luego, si el de los perfumes; ahora me preguntan a veces si soy el del premio de poesía".
La fundación nació en 1987 para apoyar a jóvenes músicos, diseñadores y poetas. Octavio Paz llevaba dos años presidiendo el jurado cuando recibió el Nobel. "Fue nuestro mejor embajador", recuerda ahora este empresario que estudió piano y letras antes de pasarse a económicas y que lee cada año los poemarios finalistas para asistir, "mudo", a las reuniones de un jurado del que han formado parte clásicos vivos como Francisco Brines, María Victoria Atencia, Bousoño y Mutis. La nómina de ganadores, de Juan Luis Panero a Juan Antonio González Iglesias pasando por Luis García Montero o Guillermo Carnero, cuenta con varios premios nacionales. Casi todos comerán hoy con Enrique Loewe, que concluye: "No quiero que dure otros veinte años, quiero que tenga sentido. Si otros premios cumplieran esta función yo no tendría nostalgia". Y adiós. Un lujo.
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