El rock más negro en el 20-N
El artista estadounidense Marilyn Manson derrocha estética gótica en su actuación en el Palacio de Deportes, en una noche fría y lluviosa
El rockero estadounidense Marilyn Manson congregó en la noche del martes unos 5.000 seguidores en el Palacio de Deportes de la Comunidad, para disfrutar de su clásico repertorio de rock gótico-industrial. Era 20-N en el barrio de Salamanca, tradicionalmente calificado como zona nacional por los militantes de ultraderecha. Pero eso no se notó más que por la presencia de cuatro policías a caballo situados a la puerta del Palacio. Una atmósfera desabrida de lluvia de otoño servía de escenografía perfecta, como de ciudad oscura de Batman, para este rockero nacido en Ohio y criado en Florida, que ha simbolizado a lo largo de la última década el postrero travestismo satánico del rock.
El músico ascendió hasta su particular cielo del escenario en 'Reflecting Gods'
Es una lástima que la capacidad de sorpresa de Manson haya ido apagándose con el paso del tiempo y los discos. Que su discurso estético sea sólo cosa de cómic antiguo. Que su sonido industrial haya pasado de moda -la industria mira ahora hacia China y eso tiene, por el momento, poco glam para Occidente- frente a propuestas más orgánicas y folk.
Quizá por ello el recinto donde se celebró la actuación registro sólo media entrada. Cierto es que las primeras filas del concierto estaban pobladas de cuerpos decorados en negro, con maquillajes imposibles de The Rocky Horror Picture Show y cortes de pelo inverosímiles. Pero la mayor parte del público era gente corriente, algunos entraditos en años, que parecían admirar con distancia el eterno ritual flamígero del rock que acompaña a Marilyn Manson.
Porque ritual fue el comienzo de su actuación, a las diez de la noche: música clásica y un telón negro enrojecido con las luces, a través del cual se vislumbraba la contrahecha figura de Manson, como si fuese la del Nosferatu de Murnau. Muy apropiado para el primer tema, If I was your vampire, perteneciente a su último disco, Eat me, drink me, y en el que Manson canta con nostalgia a su perdido amor, Dita von Teese, al tiempo que saluda la llegada de su nueva esposa, Evan Rachel Wood.
Una luna enorme tras él, que acabaría transformada en un gran reloj con manecillas veloces; velas en el escenario, la compañía de cuatro músicos... Una ceremonia de tintes casi religiosos que adquirió tintes cañeros en cuanto la guitarra atacó los acordes de Disposable teens. En suertes como ésa es donde Marilyn Manson se crece como una gárgola, saliendo a la superficie su enorme talento.
Alcanzando picos de intensidad apreciables en su versión de Sweet dreams, el himno Rock is dead, Hate anthem (mientras se proyectaban textos en el telón referentes al joven que disparó contra tres personas en Cleveland el pasado octubre) o la lúcida Dope Show, Manson ascendió sobre una plataforma, hasta su particular cielo del escenario en Reflecting gods. Regresó y puso punto final a una hora y pico de actuación con Antichrist superstar, en la que se disfrazó de dirigente mitinero, y Beatutiful people, que sonó como un trueno en la oscura noche del 20-N madrileño.
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