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Columna
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Sin salir del círculo

Tomàs Delclós

La escenografía era la misma de ediciones anteriores. El invitado está sobre un semicírculo negro y los ciudadanos invitados, en gradas azules. Montilla apenas cruzó su territorio, no se acercó a los pupitres. Mantuvo las distancias y gesticuló poco. Recibía las preguntas con una sonrisa de estricta gentileza.

Cuando las cámaras volaban sobre el gran plató, todos quedaban igual de pequeñitos, lejanos. En cambio, cuando se ofrecían simultáneamente los primeros planos de quien preguntaba y de quien respondía, mejoraba la sensación de cercanía, de diálogo.

No fue una rueda de prensa cortesana. Las preguntas más difíciles fueron las que salían de circunstancias personales ("cobro 350 euros de pensión", "tengo una hija discapacitada") y las más incómodas, las que trataban del salario de los políticos y del dinero de los partidos.

Montilla habló lentamente, como un profesor que quiere que sus alumnos puedan tomar apuntes tranquilamente y entiendan lo que se les dice. Se sabía casi todo el temario. Empezó hablando como si estuviera en una comisión parlamentaria y a medida que avanzaba el programa, ganó en cordialidad y tono coloquial, pero sin dar la sensación de comodidad. Las preguntas se hicieron en catalán y en castellano. Montilla permaneció en el catalán salvo con una pregunta muy directa sobre préstamos condonados al PSC, la que peor esquivó. El catalán de Montilla va mejorando. Administra mejor la ese sonora, pero patina todavía con la o átona y la y, que pronuncia en castellano. Dice "aleccionar" en lugar de "alliçonar", "alrededor"... pero habla del "rerapaís".

Ya es sabido que Montilla no tiene habilidades dialécticas, cosa que le perjudica en el debate pero, al mismo tiempo, da a su relato la misma incertidumbre, normalidad, que tienen los relatos de los otros ciudadanos. Es un político que no ha aprendido artimañas oratorias y eso, al final, resulta higiénico.

Algunos invitados acudieron a la repregunta demostrando su escaso convencimiento con la respuesta. "No me está contestando, señor Montilla", le replicó una invitada. "No me ha dicho nada de la N-II", le reprochó otro. Pero Montilla tampoco se ahorró sus propias preguntas, para saber más del problema personal del que le hablaban -ahí es donde estaba mejor, interesándose por lo particular- o precisar la intención de la pregunta.

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La muestra de ciudadanos fue bastante polícroma en edades, procedencias y preocupaciones.

Montilla no dio sorpresas. Prefirió defender la gestión que acudir a cultivar ningún imaginario. Ahí está el reto que le planteó un invitado: si su lema electoral fue "hechos y no palabras", no vale la palabrería.

Mariano Rajoy, en su día, invitó a una persona para acabar de hablar de un tema, el Estatuto, en su despacho. Anoche, el prograna terminó con la invitación de Montilla a quienes no pudieron hacer su pregunta a hacérselas en el Palau de la Generalitat. Seguro que la aprovecharán.

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